lunes, 25 de abril de 2016

Mi propio infierno.


Ya no sé qué escribir. No sé porqué lo hacía, ni mucho menos por qué lo hago ahora, quizás estoy cansado de tanto escuchar a los demás y anhelo hablar conmigo, aunque sea un momento a solas con la persona que me acompaña en las buenas, en las malas y en las peores. Por instantes me siento más un uno que un dos. Necesito con demasía estar harto de todo y mandarlo a comer (...) lo que sea que ese «algo» coma mejor.

Quiero saltar al mar desde un avión sin paracaídas que detenga estas ganas de querer morir viviendo, bucear los océanos más profundos sin equipamiento para ver que tanto puede hacer el coraje que me queda, comer la especialidad gastronómica más picante del mundo sin leche ni azúcar que la acompañe, en otras palabras, quiero morir, deseo morir en mis pensamientos... sería incapaz de arrebatarme el alma por cuenta propia, algo que requiere tal cobardía no concuerda con mis grados de nerviosismo; odiaría quitarme algo que mi madre me dio con tanto amor y sacrificio. Lucharé con mis demonios y, venceré, no me queda de otra. Podré no creer en el infierno pero, sé que no hay cosa más perversa en nosotros que nuestras ganas de crearnos uno, un infierno al cual llamamos nuestro futuro hogar, conformado por esas cosas de las que ni siquiera queremos pensar.