lunes, 16 de noviembre de 2015

Paracaídas de papel [Capítulo I]

Estoy forzado a esto. Siento que te pertenezco, y no de una manera linda. Para ti, soy un objeto de perversidad y destellos apasionantes. Nunca podrás imaginar cuantas noches he tratado de separarme de tu calor. No entenderías lo desesperante que es dejar algo que amas con locura, ese vicio que se hace parte de tu piel extendiéndose por todo tu ser. ¡No lo entenderías!, por eso es mi sufrimiento. Si tan sólo me vieras como los peces al cielo; todo sería maravilloso, si hubiese sido así, no tendría que marcharme de tu regazo. Sin embargo, lo cierto, es que a pesar de que seas el amor de mi vida... te he dejado de amar. —por momentos perdí la mirada en el vacío—. Si tan sólo pudieras sentir algún tipo de «algo», porque la verdad, es que no logras sentir ni un mísero punto de amor por nadie. Ojalá me hubieses ignorado y mandado a tomar por... ¿Pero a quién engaño?, estaría en un estado de demencia si no te hubiera conocido.

Ese día, no tan especial como suelen ser "esos días", carecía de un clima agradable. No tuve la suerte de ayudar a ningún extraño desinteresadamente, ni mucho menos pude encontrar un billete vagando por las calles. En cambio, vi unos ojos muertos, que delirantes, gritaban ayuda. Eso tuvo lugar en el ‹hogar de los espejos›, sí... era mi reflejo. Pude ocultar mis difuntos puntos faciales con una sonrisa falsa y continué mi camino. No muy lejos de ese lugar, se encontraba mi destino. Una librería de antaño, donde los libros tenían más polvo que hojas y las personas más graduación en los lentes que amistades. Supongo que eran trofeos para aquellos que aman una buena historia en vez de estar rodeados de hipocresía. Si tuviera que describir esa librería con otras palabras, sin dudas ni remordimientos, la llamaría mí hogar, porque paso más noches ahí que... bueno, no sé; paso casi todo el día en ese lugar. Tengo casi la misma cantidad de polvo en mi chaqueta que los grandes libros sobre la realidad de la vida, (En esta etapa de nuestra existencia, nadie quiere perder la ilusión abriéndolos). Debería empezar a considerar lo de trabajar aquí, estaría haciendo lo que me gusta, y, en caso aparte, me pagarían por ello. ¡Decidido!, iré a buscar los papeles necesarios para ocupar el puesto. Caminaré a casa, de todas formas, no queda lejos.

Soy demasiado ingenuo y visceral, o eso es lo que decía mi madre; si tan sólo no se hubiese ido lejos de todos nosotros... recuerdo que desde pequeño me halaba las orejas por rayar sus libros de Julio Verne, supongo que no le gustaba la manera en que le demostraba mi amor, ya que las increíbles hazañas de Axel, estaban rodeadas de corazones trazados con crayones. Oh, como odiaba esos benditos crayones. Por ellos sentía la mano pegostosa, o mejor dicho, encerada. Sin contar las innumerables ocasiones junto a mis compañeros de colores, donde nos dejábamos llevar por el excite artístico y las paredes se convertían en nuestro lienzo de batalla. Ahora, cada vez que veo una caja de crayolas, me acuerdo de esos momentos, vagamente. No es que tenga una gran memoria ni nada, sin embargo, gracias a mis dotes artísticas, mi cuerpo sufría los enfados de mi madre, y las marcas que quedaban en mi cuerpo, las exhibía como un veterano sus heridas de guerra, (Nota mental: mandarle una postal a mamá por su cumpleaños). Lo bueno es que a pesar de todo, sigo amando a mi madre, aunque la hayan alejado de mí a causa de sus agresiones.

Se me ha ido el tiempo pensando y ni cuenta me he dado de que he llegado al edificio, «¿De quién será este camión», pensé al ver la entrada obstaculizada por él. Bueno como no es de mi incumbencia, mejor seguiré con lo mío. Sólo debo subir las escaleras hasta el tercer piso, evitar al vecino maloliente del segundo, y salgo pitando hacía mi futuro trabajo. Sentí un hormigueo en la barriga y escuché un ruido que provino de mis entrañas, y con una sonrisa hilarante le dije a las cuatro paredes que me rodean: «Creo que eso vino de mi estomago —sobándome la barriga—  supongo que no me va mal un tentempié, aún faltan unas pocas horas para la cena». Vamos a ver qué hay en el refrigerador, y abriendo la puerta de lo celestial  me sorprendí: «Oh, ¡un paquete de galletas! —me permití soñar con el paraíso de las galletas, pero de la manera en que subí al cielo, caí— Como lo suponía, vacío. —mostrando una mueca de desagrado dejé la bolsa dentro y proseguí— Quizá un tomate sacie mis ansias de comer, «¡No! —subí la voz y apreté fuerte mis manos haciendo sonar mis nudillos— Mejor comeré un pedazo de apio... tampoco es que haya gran cosa dentro», y agarrando el de apio con desprecio, lo acerqué a mi boca y vorazmente mordí un trozo de su cuerpo como si fuese una zanahoria.

Me dispuse a salir de mi apartamento, cerré el pestillo con seguro y antes de irme, me quedé observando la puerta de enfrente. Nadie había vivido ahí desde que tuvo lugar la inundación de hace unos diez meses. Estoy seguro de que el camión frente al edificio era de mudanzas. La duda que tengo en este momento es: «¿Quién será mi nuevo vecino?, ¿Qué clase de persona será?, ¿Compartirá sus más oscuros secretos conmigo?», aunque lo tercero estuvo "un poco" fuera de lugar, no me arrepiento de nada, por insignificante que sea. Debería dejar de hablar en mi mente, bueno... no puedo dejar las costumbres así sin más. Saldré a buscar ese grandioso trabajo que está gritando por mi llegada, y desearé tener un buen vecino para conversar, no uno que apeste a colonia barata con pescado putrefacto, se me estremeció el cuerpo de tan sólo pensarlo, Qué asco; odio tener una nariz tan sensible. Dejaré mis pensamientos de lado y me encaminaré hacia mi destino.

   Caminé sin apresuro hacia las escaleras, junto con un sobre manila y la mitad de mi tentempié especial. Las escaleras no opusieron gran reto a mis esplendorosas habilidades físicas. Como de costumbre, aceleraba el paso al pasar por el segundo piso, porque la puerta de ese barbilampiño que me tiene asqueado, se encontraba cerca de las escaleras. Estoy sufriendo mentalmente por nada, ya que la mitad de las veces, no sale a fisgonear. Me sorprendí por lo rápido que engullía el apio, a pesar de todo, estaba bueno. Mientras bajaba la escalera de la planta baja, por la ventana difusa de la puerta, se podía apreciar unas ensoñadoras curvas pronunciadas, de esas que provocan accidentes de tránsito, pero en vez de incitar la pérdida de control del vehículo, esta te hacía perder el dominio propio. Antes de que se abriera la puerta de la entrada, fallé en el cálculo de un peldaño y caí rodando por las escaleras. Desearía no haber metido lo poco que quedaba de mi tentempié antes de caerme, porque se alojó en mi garganta impidiéndome respirar. En ese entonces, recordé al tomate por instantes, ya que me pondría como él. Reaccioné, y luego de regañarme mentalmente, puse mis manos alrededor de mi cuello tratando de sacar lo que me impedía respirar; con mi cuerpo tirado en el suelo boca arriba sacudiéndome de un lado a otro, llegó la desesperación a mi calmados muelles. Haciéndome echar la cabeza hacía atrás, lo que me dio una cierta imagen de la entrada. Y ahí estaba su sombra, asomándose por la comisura de la puerta... y no puedo recapitular poco más de la impresión que me llevaré a la tumba; puede que haya perdido la conciencia en ese momento, o eso explicaría lo que viene.

   Este dolor en el pecho, ¿Por qué será?, me arde un poco la garganta... oh, cierto que me estaba asfixiando con el apio, ¿Qué habrá sido de él?, a lo mejor escapó de mi ese desgraciado. Pude recuperar la percepción en tiempo récord, treinta segundos, aproximadamente. Como seguía tirado en el piso, a mis anchas y obstruyendo el paso de las escaleras, traté de levantarme, pero, sin aviso previo, al buscar el suelo para impulsarme con las manos hallé un objeto frío y esférico que me hizo perder el equilibrio nuevamente. Esta vez no me desplomé gracias a una mano cálida en mi espalda que soportó mi peso, todos los días no se tiene la misma suerte, aunque no me siento muy suertudo en este instante.

—Gracias por sacarme de este lío. —dije mientras pensaba en aquella silueta marcada en la ventana, que por supuesto, tenía toda la culpa de mi desgracia pasajera.

   Aprecié una voz aguda, pero no demasiado para llegar a ser una molestia, la cual dijo: «¡Ey!, espabila, vamos, ponte de pie», y con sus brazos ayudaba a levantarme. Advertí un par de brazos bastante delgados, y, en ese momento, me percaté de que las curvas difuminadas de antes podrían salir de la niebla espesa que mantenía a raya mi corazón de un paro cardíaco, no quisiera imaginar cuantas víctimas se ha zampado ese peligroso camino. La mejor solución temporal era hacerme pasar por ciego, así que cerré los ojos lo más fuerte que pude, y para pasar desapercibido tuve que recurrir a ver a todos lados menos a la persona que me salvó. Coloqué el plan en marcha, ya me encontraba de pie gracias a ella, supongo que es un «ella», porque por lo que he visto, el techo de la entrada necesita una buena mano de pintura y reparar unas cuantas fisuras. Me sacudí un poco la ropa, me agaché y empecé a buscar "ciegamente" la carpeta que contenían mis objetos personales; como no podía ver nada, a causa de mi "ceguera momentánea", recurrí a un último recurso, la «lástima».

—Discúlpeme, estoy apresurado y no puedo encontrar mi carpeta. —dije mientras toqueteaba las cerámicas espirales, y contestó: «Está por acá arriba, en la escalera, te la paso enseguida». Quería llevar la situación a algo irónico así que: «No te molestes, gracias por tu ayuda, ya puedo solo», le dije y seguida de eso, fui a por la carpeta. Ahora si pude ver su color manila, gracias a que me encontraba a espaldas de ella. Pero, haciendo como el que no quiere la cosa, fallaba en el intento de tomarla. Ella, cansada de verme en el "penoso intento" de coger mi carpeta, se entrometió en mis actos para que acelerara mí búsqueda, y de a poco arrimaba la carpeta a mis manos. «¡Aquí estás!», anuncié cuando la tuve en mi poder. Volví a darle las gracias por todo, ella alcanzó a decir que no pasaba nada, y me marché lo más rápido de lo que mis habilidades de escapista me permitieron. En medio del camino a la librería, me percaté de que se me había olvidado preguntarle cómo se había desecho del apio que se alojaba en medio de mi garganta, creo que lo dejaré para otro día, me gusta vivir con esta intriga.

   A mediados del camino a la gloria de los trabajos, se estuvieron desarrollando ciertas tramas callejeras. Amores prohibidos entre ratones y gatos de la ciudad, guerras entre los imperios de las hormigas, y otras cosas absurdas, que no era para sorprenderse. Perdí varios minutos escandalizándome entre las escenas románticas de las que nos disponía la vida cotidianamente; a menudo notar a las parejas en la calle cuando se está soltero es un hecho factible, o más bien, triste. Siempre me lo decía mi tío Harold, ese viejo pervertido me hacía reír a carcajadas, ahora que las risas están un poco escasas, su valor marginal ha incrementado. Estos pensamientos me dejan noqueado de toda realidad, ni me enteré del momento en que llegué a la librería y entregué la carpeta. Solamente espero poder abarcar ese puesto nocturno que nadie quiere, eso debe de ser un punto a mi favor; la mejor parte es que sólo estaba yo en ese lugar, con el encargado presente como de costumbre.

   Durante mi charla con el encargado sobre el cargo que "posiblemente" podría ocupar, la tierra dio lugar a un temblor de un poder exiguo, cuyo propósito existencial era hacerme pensar sobre nuestra fugaz presencia en el mundo. Ah, y su otro compromiso con la vida era derribar al set completo de los libros de las realidades de la vida, que antes tuve la desdicha de nombrar; entre todos ellos, destacaba un enorme libro que se desplomó ante mis ojos, abriéndose de par en par, dándome a conocer el secreto que en su interior guardaba con codicia.

   El encargado, al que conocía desde hace mucho, el mismo que obtuvo la supremacía en el concurso de seriedad enfrentándose un grupo de piedras rockeras; por primera vez, pude ver el estado de nerviosismo en sus numerables tics físicos. Estimando la seriedad del asusto por su comportamiento he llegado a una conclusión: «Estoy jodido», por supuesto que me guardé esas palabras. Johann, así era su nombre, cambió su postura normal de lectura y bajó los brazos a lugares donde mis ojos no pudieron llegar. Su frenesí nervioso se calmó cuando saltó un sonido de la nada, por mi experiencia auditiva, deducía que se trataba del seguro de algún cerrojo. Parece que los papeles cambiaron, él está de lo más tranquilo y la inquietud se posó en mis hombros, ¿Qué estará planeando?, hay mucho silencio ahora que se ha ido el temblor, ¿Será que he fallado a mi primera prueba como empleado?, no lo sé.

—Oye, ¿Tienes algo de té verde hecho? —dije para recrear un ambiente agradable y sin turbaciones en el aire. A lo que contestó: «Mira que con tan mala suerte que llevas... —el comienzo de su oración y ese detenimiento justo a la mitad, me erizó el cuerpo, mientras que mi mente se llenaba de malos presagios, el continuaba hablando— ya no nos queda té, si deseas, puedes servirte un poco de café. Ya sabes dónde está». Logré respirar tranquilamente unos segundos, levanté mi asustado trasero de la silla que él antes me ofreció, mientras andaba en mi universo personal, y fui a por esa taza de café. No estaba lo suficiente caliente para evitarme ir a por todas, pero me contuve en medio de la desesperación, quedé varado observando el marrón oscuro del café que fácil era confundido por el color negro; fuerte e intenso como las peleas de los boxeadores de antaño.

   Percibí una fuerte palpitación proveniente de mi cerebro, parece que mi subconsciente quería mis reacciones normales, recordé que mi gusto por el café era escaso, aparté la taza de mi rango visual y situé la mirada en medio de los ojos café de Johann, desafiándolo. «¿Estás preparado para un nuevo mundo? —preguntó él— si lo estás, asiente con la cabeza —algo que de inmediato ejecuté— la única regla que no debes romper jamás, es contar sobre lo que acabas de ver. Si no tienes problemas con eso, el puesto será tuyo al responder... mas, si los tienes, estoy comprometido a tomar cierto tipo de acciones». Se mantuvo un silencio perturbador por unos segundos, y contesté: «Sé que no estoy preparado, sin embargo, con urgencia, debo aceptarlo —apreté mi mano derecha— Aceptaré esto, a lo que denominaré mi aventura. Y no, no tengo problemas con guardar este secreto. Pero para poder retenerlo, debes darme un recorrido que esté a su altura», nunca estuve tan seguro de unas palabras en mi vida. Esta oportunidad que me brindó el destino es la que colmará de emoción mis días aburridos. «¿Puedo fiarme de tu palabra?», me preguntó cubriéndose la boca con sus manos. «Deberías tomar en cuenta el largo tiempo que paso en este lugar Johann», intenté recurrir a mis cualidades de negociador. «El engaño puede tomar días o años en establecerse... —dijo él postrando su mirada en mi determinación— pero cuando ya conoces a los mentirosos, se tardan segundos en sacarlos a la luz», hizo una breve pausa para bajar nuevamente su mano, y en segundos, pude apreciar el sonido de la libertad, no obstante, él seguía diciendo: «Conozco muy bien a los mentirosos, y tú no eres uno de ellos —mi corazón se apaciguó— ahora como parte de nuestra plantilla de empleados, deberás demostrar lo que vales, y no te diremos de qué manera hacerlo. Ve a descansar y vuelve a las seis en punto, a esa hora empieza tu turno», y agitando las manos con un vaivén, me señaló la salida.

Cuando acepté esta "aventura", renuncié a las posibles calmas entre mis pensamientos, es muy acertada la casualidad de que empiece a enloquecer; pero, a la final, tengo una aventura, mas no me acuerdo haber deseado una. Apacigüe mis movimientos y me dirigí hacia la puerta, con la leve ambición de descansar un poco y preparar algo para comer. «Por cierto —Johann interrumpió el silencio que él mismo había ocasionado— sería conveniente para mí, si vinieras media hora antes, para enseñarte lo que harás, dejarte las llaves e irme», a lo que, instintivamente acepté sin pestañear. «¡ey! Sebastián, si quieres traer tus lentes de lectura, puedes hacerlo, tendrás mucho tiempo libre, te lo aseguro». Es la primera vez que alguien pronuncia mi nombre en esta semana, supongo que desde ahora, tendré esta sensación de calor todos los días. «Está bien, Johann —mi subconsciente activó la secuencia de respuestas prediseñadas— gracias», y salí de ese lugar, por un par de largas horas.

Siguiente capítulo: "Desviación de la realidad".

8 comentarios:

  1. ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia! ¡Continúa la historia!

    No puedes simplemente decir "podría continuar" T.T Es primera vez que haces una historia con un protagonista que adora la lectura, ¡quiero conocerlo más! *--*

    Att: Una fan enamorada de tus introducciones :3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hahaha, creo que lo ultimo puede llegarse a pensar mal. Trataré.

      Eliminar
    2. Tienes razón lindo, yo por ejemplo lo interpreté mal.

      Eliminar
    3. Jajajaja. Just Me, créeme que no lo dije con mala intención, no especifiqué, eso es todo n.n

      Eliminar
  2. jajaja me encanta es muy descriptivo :3 y gracioso :$

    ResponderEliminar
  3. Me alegra tanto ver que comenzaste otra historia. Me encanta, es muy diferente a Ojos Grisáceos. Tienes muchísimo talento, lindo. Espero que continúes pronto la historia.

    Cuídate, un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tenías tiempo que no te conectabas, me tenías preocupado, no vaya a ser que te pase algo.

      Eliminar

Comenta de una manera eficaz y sana.