martes, 28 de junio de 2016

Un camino para regresar a casa.

Cerré la puerta y me marché, no era feliz, no estaba triste… no era nada ni nadie para quedarme más tiempo, sólo me quedaba una opción, y la tomé. No espero voltear y ver a alguien siguiendo mis pasos, ni mucho menos a mi lado. Ya no deseo las mismas cosas que antes. Ya no soy el mismo de antes, quizá maduré o sólo me hice más callado con mis problemas… lo triste, es que parece ser lo segundo, y lo que es aún más triste, es que me di por vencido. Cada día que batallé fue en vano, cada lágrima que derramé fue desperdiciada, cada suspiro que salió de mí al estar sumamente desesperado valieron la pena… nada tiene sentido más que la incomodidad absoluta. ¿Por qué razón alguien debe decirte que las “cosas” tienen que ser de color negro cuando sabes perfectamente su color característico? ¿Por qué razón deben pisotear el orgullo que dices no tener?, ¿Por qué, por qué y, nuevamente, por qué? Hay tantas preguntas y demasiados idiotas con ganas de responderlas, incluyéndome, por si preguntasen alguna vez.

Recogí lo poco que sentía mío y dejé mi orgullo lastimado en una mesa de billar, para que se distrajese un poco de los malos tratos que le ha otorgado las personas incapaces de comprenderlo. 

Marqué al único número de teléfono que desde pequeño guardo en mi memoria y no desaparece, por muchos desastres que ocurran, por muchas verdades que llore y por mentiras también; alguien amigable me contestó y de golpe, reconocí su voz, recordando todas aquellas hermosas y agrias situaciones por las que habíamos pasado, era ella, la mujer que más amo, aquella que me enseñó a querer y me animó a demostrarlo, en ese entonces era un mal alumno, reprobé todas sus enseñanzas, actuaba de forma muy rebelde, sin embargo, regresé a ella una vez más, para aprender, para enseñar… para querer y para amar. Hablamos durante minutos que parecían horas, la extrañaba, y le dije: «pronto te veré», mientras que ella, por el tono de su voz y su expresar, me hicieron saber que la hacía feliz con mí decisión, tan sólo con decirle que volvería a ese lugar que un día fue mí hogar y, seguirá siéndolo por mucho tiempo más.

Me despedí con un caluroso «hasta pronto» y me encaminé alejándome de todo aquello que me hacía tanto mal, tomando nota de todo lo que pude haber evitado con una buena cara y una linda sonrisa.

Decidí ser feliz, como siempre lo he querido, sin tener que ignorar a nadie, sin tener que lamentar algo, sin dejar de hacer cosas… atreviéndome a más, a quererme más y malcriarme menos. Es hora de hacer las cosas bien, porque ya las he hecho mal durante mucho tiempo, y no quiero seguir haciéndolo. Deseo que mi estadía en este mundo sea grácil y turbulenta, para que tenga algo emocionante y apacible dentro de ella, algo con que distraer esta mente distraída de todas las cosas hermosas y ensimismada en cosas perturbadoras, en cosas inútiles. Una vez más me digo, y me vuelvo a decir, hasta que me quede claro, una vez más lo intentaremos, sin derrumbes que nos puedan mover, sin océanos que nos puedan ahogar, sin límites, sin fronteras… sin nada que nos pueda detener, vivamos un poco más por aquellos que no pueden o no lo desean, vivamos por nosotros, un poco más por favor, te lo pido y llegaría a rogarte si fuese necesario, porque eres parte de mí, nadie podría ocupar tu lugar, porque tú y, nadie más que tú, eres mi alma.

lunes, 27 de junio de 2016

Dentro de una prisión que se hace eterna hasta que mueres.

Estoy solo, muy solo… quizá algo cambiaría eso, o mejor, alguien; sin embargo, he llegado al punto donde sé que lo estoy, independientemente de las personas que digan estar conmigo me “regalen” abrazos, a pesar de todos los buenos deseos y caricias… a pesar de todo, estoy solo. 

Quiero adentrarme al rincón más oscuro, al lugar más recóndito de todo este bendito planeta y esconderme; no quisiera seguir sufriendo por lo mismo, porque ahora lo deseo, lo deseo con todos mis deseos, con todas mis ganas… con toda esta desesperación que está aquí con mis colores negro y rojo. 

Negro, ya que siento estar muerto… y rojo, por el latido de aquél infeliz que me recuerda estar vivo.



Estoy solo, dejé de quejarme por estarlo, sin embargo, hoy, lo estoy recordando.