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Paracaídas
de papel
Materializado por Francisco Luzardo Gómez Gutiérrez
----Hojas de papel----
Estoy forzado a esto. Siento que te pertenezco, y
no de una manera linda. Para ti, soy un objeto de perversidad y destellos apasionantes.
Nunca podrás imaginar cuantas noches he tratado de separarme de tu calor. No
entenderías lo desesperante que es dejar algo que amas con locura, ese vicio
que se hace parte de tu piel extendiéndose por todo tu ser. ¡No lo
entenderías!, por eso es mi sufrimiento. Si tan sólo me vieras como los peces
al cielo; todo sería maravilloso, si hubiese sido así, no tendría que marcharme
de tu regazo. Sin embargo, lo cierto, es que a pesar de que seas el amor de mi
vida... te he dejado de amar. Por momentos perdí la mirada en el vacío. Si tan
sólo pudieras sentir algún tipo de «algo», porque la verdad, es que no logras
sentir ni un mísero punto de amor por nadie. Ojalá me hubieses ignorado y
mandado a tomar por... ¿Pero a quién engaño?, estaría en un estado de demencia
si no te hubiera conocido.
Ese día, no tan especial como suelen
ser "esos días", carecía de un clima agradable. No tuve la suerte de
ayudar a ningún extraño desinteresadamente, ni mucho menos pude encontrar un
billete vagando por las calles. En cambio, vi unos ojos muertos, que
delirantes, gritaban ayuda. Eso tuvo lugar en el ‹hogar de los espejos›, sí...
era mi reflejo. Alcancé a ocultar mis difuntos puntos faciales con una sonrisa
falsa y continué mi camino. No muy lejos de ese lugar, se encontraba mi
destino. Una librería de antaño, donde los libros tenían más polvo que hojas y
las personas más graduación en los lentes que amistades. Supongo que eran
trofeos para aquellos que aman una buena historia en vez de estar rodeados de
hipocresía. Si tuviera que describir esa librería con otras palabras, sin dudas
ni remordimientos, la llamaría mí hogar, porque paso más noches ahí que...
bueno, no sé; paso casi todo el día en ese lugar. Tengo casi la misma cantidad
de polvo en mi chaqueta que los grandes libros sobre la realidad de la vida, en
esta etapa de nuestra existencia, nadie quiere perder la ilusión abriéndolos.
Debería empezar a considerar lo de trabajar ahí, estaría haciendo lo que me
gusta, y, en caso aparte, me pagarían por ello. ¡Decidido!, iré a buscar los
papeles necesarios para ocupar el puesto. Caminaré a casa, de todas formas, no
me tomará mucho tiempo.
Soy demasiado ingenuo y visceral, o
eso es lo que decía mi madre; si tan sólo no se hubiese ido lejos de todos
nosotros... recuerdo que desde pequeño me halaba las orejas por rayar sus
libros de Julio Verne, supongo que no le gustaba la manera en que le demostraba
mi amor, ya que las increíbles hazañas de Axel, estaban rodeadas de corazones
trazados con crayones. Oh, como odiaba esos benditos crayones. Por ellos sentía
la mano pegostosa, o mejor dicho, encerada. Sin contar las innumerables
ocasiones junto a mis compañeros de colores, donde nos dejábamos llevar por el
excite artístico y las paredes se convertían en nuestro lienzo de batalla.
Ahora, cada vez que veo una caja de crayolas me acuerdo de esos momentos
vagamente. No es que tenga una gran memoria ni nada, sin embargo, gracias a mis
dotes artísticas, mi cuerpo sufría los enfados de mi madre, y las marcas que
quedaban en mi cuerpo, las exhibía como un veterano sus heridas de guerra,
(Nota mental: mandarle una postal a mamá por su cumpleaños). Lo bueno es que a
pesar de todo, sigo amando a mi madre, aunque la hayan alejado de mí a causa de
sus agresiones.
Se me ha ido el tiempo pensando y ni
cuenta me he dado de que he llegado al edificio, «¿De quién será este camión?»,
pensé al ver la entrada obstaculizada por él. Bueno, como no es de mi
incumbencia, mejor seguiré con lo mío. Sólo debo subir las escaleras hasta el
tercer piso, evitar al vecino maloliente del segundo, y salgo pitando hacía mi
futuro trabajo. Sentí un hormigueo en la barriga y escuché un ruido que provino
de mis entrañas, y con una sonrisa hilarante le dije a las cuatro paredes que
me rodeaban: «Creo que eso vino de mi estómago —sobándome la barriga—
supongo que no me va mal un tentempié, aún faltan un par de horas para la
cena». Vamos a ver qué hay en el refrigerador, y abriendo la puerta de lo
celestial, me sorprendí: «Oh, ¡un paquete de galletas! —me permití soñar con el
paraíso de las galletas, pero de la manera en que subí al cielo, caí— Como lo
suponía, vacío. —mostrando una mueca de desagrado dejé la bolsa dentro y
proseguí— Quizá un tomate sacie mis ansias de comer, «¡No! —subí la voz y
apreté fuerte mis manos haciendo sonar mis nudillos— Mejor comeré un pedazo de
apio... tampoco es que haya gran cosa dentro», y agarrando el de apio con
desprecio, lo acerqué a mi boca y vorazmente mordí un trozo de su cuerpo como
si fuese una zanahoria.
Me dispuse a salir de mi apartamento,
cerré el pestillo con seguro y antes de irme, me quedé observando la puerta de
enfrente. Nadie había vivido ahí desde que tuvo lugar la inundación de hace
unos diez meses. Estoy seguro de que el camión frente al edificio era de mudanzas.
La duda que tengo en este momento es: «¿Quién será mi nuevo vecino?, ¿Qué clase
de persona será?, ¿Compartirá sus más oscuros secretos conmigo?», aunque lo
tercero estuvo "un poco" fuera de lugar, no me arrepiento de nada,
por insignificante que sea. Debería dejar de hablar en mi mente, bueno... no
puedo dejar las costumbres así sin más. Saldré a buscar ese grandioso trabajo
que está gritando por mi llegada, y desearé tener un buen vecino para
conversar, no uno que apeste a colonia barata con pescado putrefacto, se me
estremeció el cuerpo de tan sólo pensarlo, Qué asco; odio tener una nariz tan
sensible. Dejaré mis pensamientos de lado y me encaminaré hacia mi destino.
Caminé sin apresuro hacia las
escaleras, junto con un sobre manila y la mitad de mi tentempié especial. Las
escaleras no opusieron gran reto a mis esplendorosas habilidades físicas. Como
de costumbre, aceleraba el paso al pasar por el segundo piso, porque la puerta
de ese barbilampiño que me tiene asqueado, se encontraba cerca de las
escaleras. Estoy sufriendo mentalmente por nada, ya que la mitad de las veces,
no sale a fisgonear. Me sorprendí por lo rápido que engullía el apio, a pesar
de todo, estaba bueno. Mientras bajaba la escalera de la planta baja, por la
ventana difusa de la puerta, se podía apreciar unas ensoñadoras curvas
pronunciadas, de esas que provocan accidentes de tránsito, pero en vez de
incitar la pérdida de control del vehículo, esta te hacía perder el dominio
propio. Antes de que se abriera la puerta de la entrada, fallé en el cálculo de
un peldaño y caí rodando por las escaleras. Desearía no haber metido lo poco
que quedaba de mi tentempié antes de caerme, porque se alojó en mi garganta
impidiéndome respirar. En ese entonces, recordé al tomate por instantes, ya que
me pondría como él. Reaccioné, y luego de regañarme mentalmente, puse mis manos
alrededor de mi cuello tratando de sacar lo que me impedía respirar; con mi
cuerpo tirado en el suelo boca arriba sacudiéndome de un lado a otro, llegó la
desesperación a mi calmados muelles. Haciéndome echar la cabeza hacía atrás, lo
que me dio una cierta imagen de la entrada. Y ahí estaba su sombra, asomándose
por la comisura de la puerta... y no puedo recapitular poco más de la impresión
que me llevaré a la tumba; puede que haya perdido la conciencia en ese momento,
o eso explicaría lo que viene.
Este dolor en el pecho, ¿Por qué
será?, me arde un poco la garganta... oh, cierto que me estaba asfixiando con
el apio, ¿Qué habrá sido de él?, a lo mejor escapó de mi ese desgraciado.
Pude recuperar la percepción en tiempo récord, treinta segundos,
aproximadamente. Como seguía tirado en el piso, a mis anchas y obstruyendo el
paso de las escaleras, traté de levantarme, pero, sin aviso previo, al buscar
el suelo para impulsarme con las manos hallé un objeto frío y esférico que me
hizo perder el equilibrio nuevamente. Esta vez no me desplomé gracias a una
mano cálida en mi espalda que soportó mi peso, todos los días no se tiene la
misma suerte, aunque no me siento muy suertudo en este instante.
—Gracias por sacarme de este lío. —dije mientras pensaba en aquella silueta
marcada en la ventana, que por supuesto, tenía toda la culpa de mi desgracia
pasajera.
Aprecié una voz aguda, pero no demasiado para llegar a ser una
molestia, la cual dijo: «¡Ey!, espabila, vamos, ponte de pie», y con sus brazos
ayudaba a levantarme. Advertí un par de brazos bastante delgados, y, en ese
momento, me percaté de que las curvas difuminadas de antes podrían salir de la
niebla espesa que mantenía a raya mi corazón de un paro cardíaco, no quisiera
imaginar cuantas víctimas se ha zampado ese peligroso camino. La mejor solución
temporal era hacerme pasar por ciego, así que cerré los ojos lo más fuerte que
pude, y para pasar desapercibido tuve que recurrir a ver a todos lados menos a
la persona que me salvó. Coloqué el plan en marcha, ya me encontraba de pie
gracias a ella, supongo que es un «ella», porque por lo que he visto, el techo
de la entrada necesita una buena mano de pintura y reparar unas cuantas
fisuras. Me sacudí un poco la ropa, me agaché y empecé a buscar
"ciegamente" la carpeta que contenían mis objetos personales; como no
podía ver nada, a causa de mi "ceguera momentánea", recurrí a un
último recurso, la «lástima».
—Discúlpeme, estoy apresurado y no puedo encontrar mi carpeta. —dije mientras
toqueteaba las cerámicas espirales, y contestó: «Está por acá arriba, en la
escalera, te la paso enseguida». Quería llevar la situación a algo irónico así
que: «No te molestes, gracias por tu ayuda, ya puedo solo», le dije y seguida
de eso, fui a por la carpeta. Ahora si pude ver su color manila, gracias a que
me encontraba a espaldas de ella. Pero, haciendo como el que no quiere la cosa,
fallaba en el intento de tomarla. Ella, cansada de verme en el "penoso
intento" de coger mi carpeta, se entrometió en mis actos para que
acelerara mí búsqueda, y de a poco arrimaba la carpeta a mis manos. «¡Aquí
estás!», anuncié cuando la tuve en mi poder. Volví a darle las gracias por
todo, ella alcanzó a decir que no pasaba nada, y me marché lo más rápido de lo
que mis habilidades de escapista me permitieron. En medio del camino a la
librería, me percaté de que se me había olvidado preguntarle cómo se había
desecho del apio que se alojaba en medio de mi garganta, creo que lo dejaré
para otro día, me gusta vivir con esta intriga.
A mediados del camino a la gloria de los trabajos, se estuvieron
desarrollando ciertas tramas callejeras. Amores prohibidos entre ratones y
gatos de la ciudad, guerras entre los imperios de las hormigas, y otras cosas
absurdas, que no era para sorprenderse. Perdí varios minutos escandalizándome
entre las escenas románticas de las que nos disponía la vida cotidianamente; a
menudo notar a las parejas en la calle cuando se está soltero es un hecho
factible, o más bien, triste. Siempre me lo decía mi tío Harold, ese viejo
pervertido me hacía reír a carcajadas, ahora que las risas están un poco
escasas, su valor marginal ha incrementado. Estos pensamientos me dejan
noqueado de toda realidad, ni me enteré del momento en que llegué a la librería
y entregué la carpeta. Solamente espero poder abarcar ese puesto nocturno que
nadie quiere, eso debe de ser un punto a mi favor; la mejor parte es que sólo
estaba yo en ese lugar, con el encargado presente como de costumbre.
Durante mi charla con el encargado
sobre el cargo que "posiblemente" podría ocupar, la tierra dio lugar
a un temblor de un poder exiguo, cuyo propósito existencial era hacerme pensar
sobre nuestra fugaz presencia en el mundo. Ah, y su otro compromiso con la vida
era derribar al set completo de los libros de las realidades de la vida, que
antes tuve la desdicha de nombrar; entre todos ellos, destacaba un enorme libro
que se desplomó ante mis ojos, abriéndose de par en par, dándome a conocer el
secreto que en su interior guardaba con codicia.
El encargado, al que conocía desde hace mucho, el mismo que obtuvo
la supremacía en el concurso de seriedad enfrentándose un grupo de piedras
rockeras; por primera vez, pude ver el estado de nerviosismo en sus numerables
tics físicos. Estimando la seriedad del asusto por su comportamiento he llegado
a una conclusión: «Estoy jodido», por supuesto que me guardé esas palabras.
Johann, así era su nombre, cambió su postura normal de lectura y bajó los brazos
a lugares donde mis ojos no pudieron llegar. Su frenesí nervioso se calmó
cuando saltó un sonido de la nada, por mi experiencia auditiva, deducía
que se trataba del seguro de algún cerrojo. Parece que los papeles cambiaron,
él está de lo más tranquilo y la inquietud se posó en mis hombros, ¿Qué estará
planeando?, hay mucho silencio ahora que se ha ido el temblor, ¿Será que he
fallado a mi primera prueba como empleado?, no lo sé.
—Oye, ¿Tienes algo de té verde hecho? —dije para
recrear un ambiente agradable y sin turbaciones en el aire. A lo que contestó:
«Mira que con tan mala suerte que llevas... —el comienzo de su oración y ese
detenimiento justo a la mitad, me erizó el cuerpo, mientras que mi mente se
llenaba de malos presagios, el continuaba hablando— ya no nos queda té, si
deseas, puedes servirte un poco de café. Ya sabes dónde está». Logré respirar
tranquilamente unos segundos, levanté mi asustado trasero de la silla que él
antes me ofreció, mientras andaba en mi universo personal, y fui a por esa taza
de café. No estaba lo suficiente caliente para evitarme ir a por todas, pero me
contuve en medio de la desesperación, quedé varado observando el marrón oscuro
del café que fácil era confundido por el color negro; fuerte e intenso como las
peleas de los boxeadores de antaño.
Percibí una fuerte palpitación
proveniente de mi cerebro, parece que mi subconsciente quería mis reacciones
normales, recordé que mi gusto por el café era escaso, aparté la taza de mi
rango visual y situé la mirada en medio de los ojos café de Johann, desafiándolo.
«¿Estás preparado para un nuevo mundo? —preguntó él— si lo estás, asiente con
la cabeza —algo que de inmediato ejecuté— la única regla que no debes romper
jamás, es contar sobre lo que acabas de ver. Si no tienes problemas con eso, el
puesto será tuyo al responder... mas, si los tienes, estoy comprometido a tomar
cierto tipo de acciones». Se mantuvo un silencio perturbador por unos segundos,
y contesté: «Sé que no estoy preparado, sin embargo, con urgencia, debo
aceptarlo —apreté mi mano derecha— Aceptaré esto, a lo que denominaré mi
aventura. Y no, no tengo problemas con guardar este secreto. Pero para poder
retenerlo, debes darme un recorrido que esté a su altura», nunca estuve tan
seguro de unas palabras en mi vida. Esta oportunidad que me brindó el destino
es la que colmará de emoción mis días aburridos. «¿Puedo fiarme de tu
palabra?», me preguntó cubriéndose la boca con sus manos. «Deberías tomar en
cuenta el largo tiempo que paso en este lugar Johann», intenté recurrir a mis
cualidades de negociador. «El engaño puede tomar días o años en establecerse...
—dijo él postrando su mirada en mi determinación— pero cuando ya conoces a los
mentirosos, se tardan segundos en sacarlos a la luz», hizo una breve pausa para
bajar nuevamente su mano, y en segundos, pude apreciar el sonido de la
libertad, no obstante, él seguía diciendo: «Conozco muy bien a los mentirosos,
y tú no eres uno de ellos —mi corazón se apaciguó— ahora como parte de nuestra
plantilla de empleados, deberás demostrar lo que vales, y no te diremos de qué
manera hacerlo. Ve a descansar y vuelve a las seis en punto, a esa hora empieza
tu turno», y agitando las manos con un vaivén, me señaló la salida.
Cuando acepté esta "aventura", renuncié
a las posibles calmas entre mis pensamientos, es muy acertada la casualidad de
que empiece a enloquecer; pero, a la final, tengo una aventura, mas no me
acuerdo haber deseado una. Apacigüe mis movimientos y me dirigí hacia la
puerta, con la leve ambición de descansar un poco y preparar algo para comer.
«Por cierto —Johann interrumpió el silencio que él mismo había ocasionado—
sería conveniente para mí, si vinieras media hora antes, para enseñarte lo que
harás, dejarte las llaves e irme», a lo que, instintivamente acepté sin
pestañear. «¡ey! Sebastián, si quieres traer tus lentes de lectura, puedes
hacerlo, tendrás mucho tiempo libre, te lo aseguro». Es la primera vez que
alguien pronuncia mi nombre en esta semana, supongo que desde ahora, tendré
esta sensación de calor todos los días. «Está bien, Johann —mi subconsciente
activó la secuencia de respuestas prediseñadas— gracias», y salí de ese lugar,
por un par de largas horas.
Podría continuar... es
muy posible.
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Paracaídas
de papel
Materializado por Francisco Luzardo Gómez Gutiérrez
----Hojas de papel----
Estoy forzado a esto. Siento que te pertenezco, y
no de una manera linda. Para ti, soy un objeto de perversidad y destellos apasionantes.
Nunca podrás imaginar cuantas noches he tratado de separarme de tu calor. No
entenderías lo desesperante que es dejar algo que amas con locura, ese vicio
que se hace parte de tu piel extendiéndose por todo tu ser. ¡No lo
entenderías!, por eso es mi sufrimiento. Si tan sólo me vieras como los peces
al cielo; todo sería maravilloso, si hubiese sido así, no tendría que marcharme
de tu regazo. Sin embargo, lo cierto, es que a pesar de que seas el amor de mi
vida... te he dejado de amar. Por momentos perdí la mirada en el vacío. Si tan
sólo pudieras sentir algún tipo de «algo», porque la verdad, es que no logras
sentir ni un mísero punto de amor por nadie. Ojalá me hubieses ignorado y
mandado a tomar por... ¿Pero a quién engaño?, estaría en un estado de demencia
si no te hubiera conocido.
Ese día, no tan especial como suelen ser "esos días", carecía de un clima agradable. No tuve la suerte de ayudar a ningún extraño desinteresadamente, ni mucho menos pude encontrar un billete vagando por las calles. En cambio, vi unos ojos muertos, que delirantes, gritaban ayuda. Eso tuvo lugar en el ‹hogar de los espejos›, sí... era mi reflejo. Alcancé a ocultar mis difuntos puntos faciales con una sonrisa falsa y continué mi camino. No muy lejos de ese lugar, se encontraba mi destino. Una librería de antaño, donde los libros tenían más polvo que hojas y las personas más graduación en los lentes que amistades. Supongo que eran trofeos para aquellos que aman una buena historia en vez de estar rodeados de hipocresía. Si tuviera que describir esa librería con otras palabras, sin dudas ni remordimientos, la llamaría mí hogar, porque paso más noches ahí que... bueno, no sé; paso casi todo el día en ese lugar. Tengo casi la misma cantidad de polvo en mi chaqueta que los grandes libros sobre la realidad de la vida, en esta etapa de nuestra existencia, nadie quiere perder la ilusión abriéndolos. Debería empezar a considerar lo de trabajar ahí, estaría haciendo lo que me gusta, y, en caso aparte, me pagarían por ello. ¡Decidido!, iré a buscar los papeles necesarios para ocupar el puesto. Caminaré a casa, de todas formas, no me tomará mucho tiempo.
Soy demasiado ingenuo y visceral, o eso es lo que decía mi madre; si tan sólo no se hubiese ido lejos de todos nosotros... recuerdo que desde pequeño me halaba las orejas por rayar sus libros de Julio Verne, supongo que no le gustaba la manera en que le demostraba mi amor, ya que las increíbles hazañas de Axel, estaban rodeadas de corazones trazados con crayones. Oh, como odiaba esos benditos crayones. Por ellos sentía la mano pegostosa, o mejor dicho, encerada. Sin contar las innumerables ocasiones junto a mis compañeros de colores, donde nos dejábamos llevar por el excite artístico y las paredes se convertían en nuestro lienzo de batalla. Ahora, cada vez que veo una caja de crayolas me acuerdo de esos momentos vagamente. No es que tenga una gran memoria ni nada, sin embargo, gracias a mis dotes artísticas, mi cuerpo sufría los enfados de mi madre, y las marcas que quedaban en mi cuerpo, las exhibía como un veterano sus heridas de guerra, (Nota mental: mandarle una postal a mamá por su cumpleaños). Lo bueno es que a pesar de todo, sigo amando a mi madre, aunque la hayan alejado de mí a causa de sus agresiones.
Se me ha ido el tiempo pensando y ni cuenta me he dado de que he llegado al edificio, «¿De quién será este camión?», pensé al ver la entrada obstaculizada por él. Bueno, como no es de mi incumbencia, mejor seguiré con lo mío. Sólo debo subir las escaleras hasta el tercer piso, evitar al vecino maloliente del segundo, y salgo pitando hacía mi futuro trabajo. Sentí un hormigueo en la barriga y escuché un ruido que provino de mis entrañas, y con una sonrisa hilarante le dije a las cuatro paredes que me rodeaban: «Creo que eso vino de mi estómago —sobándome la barriga— supongo que no me va mal un tentempié, aún faltan un par de horas para la cena». Vamos a ver qué hay en el refrigerador, y abriendo la puerta de lo celestial, me sorprendí: «Oh, ¡un paquete de galletas! —me permití soñar con el paraíso de las galletas, pero de la manera en que subí al cielo, caí— Como lo suponía, vacío. —mostrando una mueca de desagrado dejé la bolsa dentro y proseguí— Quizá un tomate sacie mis ansias de comer, «¡No! —subí la voz y apreté fuerte mis manos haciendo sonar mis nudillos— Mejor comeré un pedazo de apio... tampoco es que haya gran cosa dentro», y agarrando el de apio con desprecio, lo acerqué a mi boca y vorazmente mordí un trozo de su cuerpo como si fuese una zanahoria.
Me dispuse a salir de mi apartamento, cerré el pestillo con seguro y antes de irme, me quedé observando la puerta de enfrente. Nadie había vivido ahí desde que tuvo lugar la inundación de hace unos diez meses. Estoy seguro de que el camión frente al edificio era de mudanzas. La duda que tengo en este momento es: «¿Quién será mi nuevo vecino?, ¿Qué clase de persona será?, ¿Compartirá sus más oscuros secretos conmigo?», aunque lo tercero estuvo "un poco" fuera de lugar, no me arrepiento de nada, por insignificante que sea. Debería dejar de hablar en mi mente, bueno... no puedo dejar las costumbres así sin más. Saldré a buscar ese grandioso trabajo que está gritando por mi llegada, y desearé tener un buen vecino para conversar, no uno que apeste a colonia barata con pescado putrefacto, se me estremeció el cuerpo de tan sólo pensarlo, Qué asco; odio tener una nariz tan sensible. Dejaré mis pensamientos de lado y me encaminaré hacia mi destino.
Caminé sin apresuro hacia las escaleras, junto con un sobre manila y la mitad de mi tentempié especial. Las escaleras no opusieron gran reto a mis esplendorosas habilidades físicas. Como de costumbre, aceleraba el paso al pasar por el segundo piso, porque la puerta de ese barbilampiño que me tiene asqueado, se encontraba cerca de las escaleras. Estoy sufriendo mentalmente por nada, ya que la mitad de las veces, no sale a fisgonear. Me sorprendí por lo rápido que engullía el apio, a pesar de todo, estaba bueno. Mientras bajaba la escalera de la planta baja, por la ventana difusa de la puerta, se podía apreciar unas ensoñadoras curvas pronunciadas, de esas que provocan accidentes de tránsito, pero en vez de incitar la pérdida de control del vehículo, esta te hacía perder el dominio propio. Antes de que se abriera la puerta de la entrada, fallé en el cálculo de un peldaño y caí rodando por las escaleras. Desearía no haber metido lo poco que quedaba de mi tentempié antes de caerme, porque se alojó en mi garganta impidiéndome respirar. En ese entonces, recordé al tomate por instantes, ya que me pondría como él. Reaccioné, y luego de regañarme mentalmente, puse mis manos alrededor de mi cuello tratando de sacar lo que me impedía respirar; con mi cuerpo tirado en el suelo boca arriba sacudiéndome de un lado a otro, llegó la desesperación a mi calmados muelles. Haciéndome echar la cabeza hacía atrás, lo que me dio una cierta imagen de la entrada. Y ahí estaba su sombra, asomándose por la comisura de la puerta... y no puedo recapitular poco más de la impresión que me llevaré a la tumba; puede que haya perdido la conciencia en ese momento, o eso explicaría lo que viene.
Este dolor en el pecho, ¿Por qué será?, me arde un poco la garganta... oh, cierto que me estaba asfixiando con el apio, ¿Qué habrá sido de él?, a lo mejor escapó de mi ese desgraciado. Pude recuperar la percepción en tiempo récord, treinta segundos, aproximadamente. Como seguía tirado en el piso, a mis anchas y obstruyendo el paso de las escaleras, traté de levantarme, pero, sin aviso previo, al buscar el suelo para impulsarme con las manos hallé un objeto frío y esférico que me hizo perder el equilibrio nuevamente. Esta vez no me desplomé gracias a una mano cálida en mi espalda que soportó mi peso, todos los días no se tiene la misma suerte, aunque no me siento muy suertudo en este instante.
—Gracias por sacarme de este lío. —dije mientras pensaba en aquella silueta marcada en la ventana, que por supuesto, tenía toda la culpa de mi desgracia pasajera.
Aprecié una voz aguda, pero no demasiado para llegar a ser una molestia, la cual dijo: «¡Ey!, espabila, vamos, ponte de pie», y con sus brazos ayudaba a levantarme. Advertí un par de brazos bastante delgados, y, en ese momento, me percaté de que las curvas difuminadas de antes podrían salir de la niebla espesa que mantenía a raya mi corazón de un paro cardíaco, no quisiera imaginar cuantas víctimas se ha zampado ese peligroso camino. La mejor solución temporal era hacerme pasar por ciego, así que cerré los ojos lo más fuerte que pude, y para pasar desapercibido tuve que recurrir a ver a todos lados menos a la persona que me salvó. Coloqué el plan en marcha, ya me encontraba de pie gracias a ella, supongo que es un «ella», porque por lo que he visto, el techo de la entrada necesita una buena mano de pintura y reparar unas cuantas fisuras. Me sacudí un poco la ropa, me agaché y empecé a buscar "ciegamente" la carpeta que contenían mis objetos personales; como no podía ver nada, a causa de mi "ceguera momentánea", recurrí a un último recurso, la «lástima».
—Discúlpeme, estoy apresurado y no puedo encontrar mi carpeta. —dije mientras toqueteaba las cerámicas espirales, y contestó: «Está por acá arriba, en la escalera, te la paso enseguida». Quería llevar la situación a algo irónico así que: «No te molestes, gracias por tu ayuda, ya puedo solo», le dije y seguida de eso, fui a por la carpeta. Ahora si pude ver su color manila, gracias a que me encontraba a espaldas de ella. Pero, haciendo como el que no quiere la cosa, fallaba en el intento de tomarla. Ella, cansada de verme en el "penoso intento" de coger mi carpeta, se entrometió en mis actos para que acelerara mí búsqueda, y de a poco arrimaba la carpeta a mis manos. «¡Aquí estás!», anuncié cuando la tuve en mi poder. Volví a darle las gracias por todo, ella alcanzó a decir que no pasaba nada, y me marché lo más rápido de lo que mis habilidades de escapista me permitieron. En medio del camino a la librería, me percaté de que se me había olvidado preguntarle cómo se había desecho del apio que se alojaba en medio de mi garganta, creo que lo dejaré para otro día, me gusta vivir con esta intriga.
A mediados del camino a la gloria de los trabajos, se estuvieron desarrollando ciertas tramas callejeras. Amores prohibidos entre ratones y gatos de la ciudad, guerras entre los imperios de las hormigas, y otras cosas absurdas, que no era para sorprenderse. Perdí varios minutos escandalizándome entre las escenas románticas de las que nos disponía la vida cotidianamente; a menudo notar a las parejas en la calle cuando se está soltero es un hecho factible, o más bien, triste. Siempre me lo decía mi tío Harold, ese viejo pervertido me hacía reír a carcajadas, ahora que las risas están un poco escasas, su valor marginal ha incrementado. Estos pensamientos me dejan noqueado de toda realidad, ni me enteré del momento en que llegué a la librería y entregué la carpeta. Solamente espero poder abarcar ese puesto nocturno que nadie quiere, eso debe de ser un punto a mi favor; la mejor parte es que sólo estaba yo en ese lugar, con el encargado presente como de costumbre.
Durante mi charla con el encargado sobre el cargo que "posiblemente" podría ocupar, la tierra dio lugar a un temblor de un poder exiguo, cuyo propósito existencial era hacerme pensar sobre nuestra fugaz presencia en el mundo. Ah, y su otro compromiso con la vida era derribar al set completo de los libros de las realidades de la vida, que antes tuve la desdicha de nombrar; entre todos ellos, destacaba un enorme libro que se desplomó ante mis ojos, abriéndose de par en par, dándome a conocer el secreto que en su interior guardaba con codicia.
El encargado, al que conocía desde hace mucho, el mismo que obtuvo la supremacía en el concurso de seriedad enfrentándose un grupo de piedras rockeras; por primera vez, pude ver el estado de nerviosismo en sus numerables tics físicos. Estimando la seriedad del asusto por su comportamiento he llegado a una conclusión: «Estoy jodido», por supuesto que me guardé esas palabras. Johann, así era su nombre, cambió su postura normal de lectura y bajó los brazos a lugares donde mis ojos no pudieron llegar. Su frenesí nervioso se calmó cuando saltó un sonido de la nada, por mi experiencia auditiva, deducía que se trataba del seguro de algún cerrojo. Parece que los papeles cambiaron, él está de lo más tranquilo y la inquietud se posó en mis hombros, ¿Qué estará planeando?, hay mucho silencio ahora que se ha ido el temblor, ¿Será que he fallado a mi primera prueba como empleado?, no lo sé.
—Oye, ¿Tienes algo de té verde hecho? —dije para recrear un ambiente agradable y sin turbaciones en el aire. A lo que contestó: «Mira que con tan mala suerte que llevas... —el comienzo de su oración y ese detenimiento justo a la mitad, me erizó el cuerpo, mientras que mi mente se llenaba de malos presagios, el continuaba hablando— ya no nos queda té, si deseas, puedes servirte un poco de café. Ya sabes dónde está». Logré respirar tranquilamente unos segundos, levanté mi asustado trasero de la silla que él antes me ofreció, mientras andaba en mi universo personal, y fui a por esa taza de café. No estaba lo suficiente caliente para evitarme ir a por todas, pero me contuve en medio de la desesperación, quedé varado observando el marrón oscuro del café que fácil era confundido por el color negro; fuerte e intenso como las peleas de los boxeadores de antaño.
Percibí una fuerte palpitación proveniente de mi cerebro, parece que mi subconsciente quería mis reacciones normales, recordé que mi gusto por el café era escaso, aparté la taza de mi rango visual y situé la mirada en medio de los ojos café de Johann, desafiándolo. «¿Estás preparado para un nuevo mundo? —preguntó él— si lo estás, asiente con la cabeza —algo que de inmediato ejecuté— la única regla que no debes romper jamás, es contar sobre lo que acabas de ver. Si no tienes problemas con eso, el puesto será tuyo al responder... mas, si los tienes, estoy comprometido a tomar cierto tipo de acciones». Se mantuvo un silencio perturbador por unos segundos, y contesté: «Sé que no estoy preparado, sin embargo, con urgencia, debo aceptarlo —apreté mi mano derecha— Aceptaré esto, a lo que denominaré mi aventura. Y no, no tengo problemas con guardar este secreto. Pero para poder retenerlo, debes darme un recorrido que esté a su altura», nunca estuve tan seguro de unas palabras en mi vida. Esta oportunidad que me brindó el destino es la que colmará de emoción mis días aburridos. «¿Puedo fiarme de tu palabra?», me preguntó cubriéndose la boca con sus manos. «Deberías tomar en cuenta el largo tiempo que paso en este lugar Johann», intenté recurrir a mis cualidades de negociador. «El engaño puede tomar días o años en establecerse... —dijo él postrando su mirada en mi determinación— pero cuando ya conoces a los mentirosos, se tardan segundos en sacarlos a la luz», hizo una breve pausa para bajar nuevamente su mano, y en segundos, pude apreciar el sonido de la libertad, no obstante, él seguía diciendo: «Conozco muy bien a los mentirosos, y tú no eres uno de ellos —mi corazón se apaciguó— ahora como parte de nuestra plantilla de empleados, deberás demostrar lo que vales, y no te diremos de qué manera hacerlo. Ve a descansar y vuelve a las seis en punto, a esa hora empieza tu turno», y agitando las manos con un vaivén, me señaló la salida.
Cuando acepté esta "aventura", renuncié a las posibles calmas entre mis pensamientos, es muy acertada la casualidad de que empiece a enloquecer; pero, a la final, tengo una aventura, mas no me acuerdo haber deseado una. Apacigüe mis movimientos y me dirigí hacia la puerta, con la leve ambición de descansar un poco y preparar algo para comer. «Por cierto —Johann interrumpió el silencio que él mismo había ocasionado— sería conveniente para mí, si vinieras media hora antes, para enseñarte lo que harás, dejarte las llaves e irme», a lo que, instintivamente acepté sin pestañear. «¡ey! Sebastián, si quieres traer tus lentes de lectura, puedes hacerlo, tendrás mucho tiempo libre, te lo aseguro». Es la primera vez que alguien pronuncia mi nombre en esta semana, supongo que desde ahora, tendré esta sensación de calor todos los días. «Está bien, Johann —mi subconsciente activó la secuencia de respuestas prediseñadas— gracias», y salí de ese lugar, por un par de largas horas.
Ese día, no tan especial como suelen ser "esos días", carecía de un clima agradable. No tuve la suerte de ayudar a ningún extraño desinteresadamente, ni mucho menos pude encontrar un billete vagando por las calles. En cambio, vi unos ojos muertos, que delirantes, gritaban ayuda. Eso tuvo lugar en el ‹hogar de los espejos›, sí... era mi reflejo. Alcancé a ocultar mis difuntos puntos faciales con una sonrisa falsa y continué mi camino. No muy lejos de ese lugar, se encontraba mi destino. Una librería de antaño, donde los libros tenían más polvo que hojas y las personas más graduación en los lentes que amistades. Supongo que eran trofeos para aquellos que aman una buena historia en vez de estar rodeados de hipocresía. Si tuviera que describir esa librería con otras palabras, sin dudas ni remordimientos, la llamaría mí hogar, porque paso más noches ahí que... bueno, no sé; paso casi todo el día en ese lugar. Tengo casi la misma cantidad de polvo en mi chaqueta que los grandes libros sobre la realidad de la vida, en esta etapa de nuestra existencia, nadie quiere perder la ilusión abriéndolos. Debería empezar a considerar lo de trabajar ahí, estaría haciendo lo que me gusta, y, en caso aparte, me pagarían por ello. ¡Decidido!, iré a buscar los papeles necesarios para ocupar el puesto. Caminaré a casa, de todas formas, no me tomará mucho tiempo.
Soy demasiado ingenuo y visceral, o eso es lo que decía mi madre; si tan sólo no se hubiese ido lejos de todos nosotros... recuerdo que desde pequeño me halaba las orejas por rayar sus libros de Julio Verne, supongo que no le gustaba la manera en que le demostraba mi amor, ya que las increíbles hazañas de Axel, estaban rodeadas de corazones trazados con crayones. Oh, como odiaba esos benditos crayones. Por ellos sentía la mano pegostosa, o mejor dicho, encerada. Sin contar las innumerables ocasiones junto a mis compañeros de colores, donde nos dejábamos llevar por el excite artístico y las paredes se convertían en nuestro lienzo de batalla. Ahora, cada vez que veo una caja de crayolas me acuerdo de esos momentos vagamente. No es que tenga una gran memoria ni nada, sin embargo, gracias a mis dotes artísticas, mi cuerpo sufría los enfados de mi madre, y las marcas que quedaban en mi cuerpo, las exhibía como un veterano sus heridas de guerra, (Nota mental: mandarle una postal a mamá por su cumpleaños). Lo bueno es que a pesar de todo, sigo amando a mi madre, aunque la hayan alejado de mí a causa de sus agresiones.
Se me ha ido el tiempo pensando y ni cuenta me he dado de que he llegado al edificio, «¿De quién será este camión?», pensé al ver la entrada obstaculizada por él. Bueno, como no es de mi incumbencia, mejor seguiré con lo mío. Sólo debo subir las escaleras hasta el tercer piso, evitar al vecino maloliente del segundo, y salgo pitando hacía mi futuro trabajo. Sentí un hormigueo en la barriga y escuché un ruido que provino de mis entrañas, y con una sonrisa hilarante le dije a las cuatro paredes que me rodeaban: «Creo que eso vino de mi estómago —sobándome la barriga— supongo que no me va mal un tentempié, aún faltan un par de horas para la cena». Vamos a ver qué hay en el refrigerador, y abriendo la puerta de lo celestial, me sorprendí: «Oh, ¡un paquete de galletas! —me permití soñar con el paraíso de las galletas, pero de la manera en que subí al cielo, caí— Como lo suponía, vacío. —mostrando una mueca de desagrado dejé la bolsa dentro y proseguí— Quizá un tomate sacie mis ansias de comer, «¡No! —subí la voz y apreté fuerte mis manos haciendo sonar mis nudillos— Mejor comeré un pedazo de apio... tampoco es que haya gran cosa dentro», y agarrando el de apio con desprecio, lo acerqué a mi boca y vorazmente mordí un trozo de su cuerpo como si fuese una zanahoria.
Me dispuse a salir de mi apartamento, cerré el pestillo con seguro y antes de irme, me quedé observando la puerta de enfrente. Nadie había vivido ahí desde que tuvo lugar la inundación de hace unos diez meses. Estoy seguro de que el camión frente al edificio era de mudanzas. La duda que tengo en este momento es: «¿Quién será mi nuevo vecino?, ¿Qué clase de persona será?, ¿Compartirá sus más oscuros secretos conmigo?», aunque lo tercero estuvo "un poco" fuera de lugar, no me arrepiento de nada, por insignificante que sea. Debería dejar de hablar en mi mente, bueno... no puedo dejar las costumbres así sin más. Saldré a buscar ese grandioso trabajo que está gritando por mi llegada, y desearé tener un buen vecino para conversar, no uno que apeste a colonia barata con pescado putrefacto, se me estremeció el cuerpo de tan sólo pensarlo, Qué asco; odio tener una nariz tan sensible. Dejaré mis pensamientos de lado y me encaminaré hacia mi destino.
Caminé sin apresuro hacia las escaleras, junto con un sobre manila y la mitad de mi tentempié especial. Las escaleras no opusieron gran reto a mis esplendorosas habilidades físicas. Como de costumbre, aceleraba el paso al pasar por el segundo piso, porque la puerta de ese barbilampiño que me tiene asqueado, se encontraba cerca de las escaleras. Estoy sufriendo mentalmente por nada, ya que la mitad de las veces, no sale a fisgonear. Me sorprendí por lo rápido que engullía el apio, a pesar de todo, estaba bueno. Mientras bajaba la escalera de la planta baja, por la ventana difusa de la puerta, se podía apreciar unas ensoñadoras curvas pronunciadas, de esas que provocan accidentes de tránsito, pero en vez de incitar la pérdida de control del vehículo, esta te hacía perder el dominio propio. Antes de que se abriera la puerta de la entrada, fallé en el cálculo de un peldaño y caí rodando por las escaleras. Desearía no haber metido lo poco que quedaba de mi tentempié antes de caerme, porque se alojó en mi garganta impidiéndome respirar. En ese entonces, recordé al tomate por instantes, ya que me pondría como él. Reaccioné, y luego de regañarme mentalmente, puse mis manos alrededor de mi cuello tratando de sacar lo que me impedía respirar; con mi cuerpo tirado en el suelo boca arriba sacudiéndome de un lado a otro, llegó la desesperación a mi calmados muelles. Haciéndome echar la cabeza hacía atrás, lo que me dio una cierta imagen de la entrada. Y ahí estaba su sombra, asomándose por la comisura de la puerta... y no puedo recapitular poco más de la impresión que me llevaré a la tumba; puede que haya perdido la conciencia en ese momento, o eso explicaría lo que viene.
Este dolor en el pecho, ¿Por qué será?, me arde un poco la garganta... oh, cierto que me estaba asfixiando con el apio, ¿Qué habrá sido de él?, a lo mejor escapó de mi ese desgraciado. Pude recuperar la percepción en tiempo récord, treinta segundos, aproximadamente. Como seguía tirado en el piso, a mis anchas y obstruyendo el paso de las escaleras, traté de levantarme, pero, sin aviso previo, al buscar el suelo para impulsarme con las manos hallé un objeto frío y esférico que me hizo perder el equilibrio nuevamente. Esta vez no me desplomé gracias a una mano cálida en mi espalda que soportó mi peso, todos los días no se tiene la misma suerte, aunque no me siento muy suertudo en este instante.
—Gracias por sacarme de este lío. —dije mientras pensaba en aquella silueta marcada en la ventana, que por supuesto, tenía toda la culpa de mi desgracia pasajera.
Aprecié una voz aguda, pero no demasiado para llegar a ser una molestia, la cual dijo: «¡Ey!, espabila, vamos, ponte de pie», y con sus brazos ayudaba a levantarme. Advertí un par de brazos bastante delgados, y, en ese momento, me percaté de que las curvas difuminadas de antes podrían salir de la niebla espesa que mantenía a raya mi corazón de un paro cardíaco, no quisiera imaginar cuantas víctimas se ha zampado ese peligroso camino. La mejor solución temporal era hacerme pasar por ciego, así que cerré los ojos lo más fuerte que pude, y para pasar desapercibido tuve que recurrir a ver a todos lados menos a la persona que me salvó. Coloqué el plan en marcha, ya me encontraba de pie gracias a ella, supongo que es un «ella», porque por lo que he visto, el techo de la entrada necesita una buena mano de pintura y reparar unas cuantas fisuras. Me sacudí un poco la ropa, me agaché y empecé a buscar "ciegamente" la carpeta que contenían mis objetos personales; como no podía ver nada, a causa de mi "ceguera momentánea", recurrí a un último recurso, la «lástima».
—Discúlpeme, estoy apresurado y no puedo encontrar mi carpeta. —dije mientras toqueteaba las cerámicas espirales, y contestó: «Está por acá arriba, en la escalera, te la paso enseguida». Quería llevar la situación a algo irónico así que: «No te molestes, gracias por tu ayuda, ya puedo solo», le dije y seguida de eso, fui a por la carpeta. Ahora si pude ver su color manila, gracias a que me encontraba a espaldas de ella. Pero, haciendo como el que no quiere la cosa, fallaba en el intento de tomarla. Ella, cansada de verme en el "penoso intento" de coger mi carpeta, se entrometió en mis actos para que acelerara mí búsqueda, y de a poco arrimaba la carpeta a mis manos. «¡Aquí estás!», anuncié cuando la tuve en mi poder. Volví a darle las gracias por todo, ella alcanzó a decir que no pasaba nada, y me marché lo más rápido de lo que mis habilidades de escapista me permitieron. En medio del camino a la librería, me percaté de que se me había olvidado preguntarle cómo se había desecho del apio que se alojaba en medio de mi garganta, creo que lo dejaré para otro día, me gusta vivir con esta intriga.
A mediados del camino a la gloria de los trabajos, se estuvieron desarrollando ciertas tramas callejeras. Amores prohibidos entre ratones y gatos de la ciudad, guerras entre los imperios de las hormigas, y otras cosas absurdas, que no era para sorprenderse. Perdí varios minutos escandalizándome entre las escenas románticas de las que nos disponía la vida cotidianamente; a menudo notar a las parejas en la calle cuando se está soltero es un hecho factible, o más bien, triste. Siempre me lo decía mi tío Harold, ese viejo pervertido me hacía reír a carcajadas, ahora que las risas están un poco escasas, su valor marginal ha incrementado. Estos pensamientos me dejan noqueado de toda realidad, ni me enteré del momento en que llegué a la librería y entregué la carpeta. Solamente espero poder abarcar ese puesto nocturno que nadie quiere, eso debe de ser un punto a mi favor; la mejor parte es que sólo estaba yo en ese lugar, con el encargado presente como de costumbre.
Durante mi charla con el encargado sobre el cargo que "posiblemente" podría ocupar, la tierra dio lugar a un temblor de un poder exiguo, cuyo propósito existencial era hacerme pensar sobre nuestra fugaz presencia en el mundo. Ah, y su otro compromiso con la vida era derribar al set completo de los libros de las realidades de la vida, que antes tuve la desdicha de nombrar; entre todos ellos, destacaba un enorme libro que se desplomó ante mis ojos, abriéndose de par en par, dándome a conocer el secreto que en su interior guardaba con codicia.
El encargado, al que conocía desde hace mucho, el mismo que obtuvo la supremacía en el concurso de seriedad enfrentándose un grupo de piedras rockeras; por primera vez, pude ver el estado de nerviosismo en sus numerables tics físicos. Estimando la seriedad del asusto por su comportamiento he llegado a una conclusión: «Estoy jodido», por supuesto que me guardé esas palabras. Johann, así era su nombre, cambió su postura normal de lectura y bajó los brazos a lugares donde mis ojos no pudieron llegar. Su frenesí nervioso se calmó cuando saltó un sonido de la nada, por mi experiencia auditiva, deducía que se trataba del seguro de algún cerrojo. Parece que los papeles cambiaron, él está de lo más tranquilo y la inquietud se posó en mis hombros, ¿Qué estará planeando?, hay mucho silencio ahora que se ha ido el temblor, ¿Será que he fallado a mi primera prueba como empleado?, no lo sé.
—Oye, ¿Tienes algo de té verde hecho? —dije para recrear un ambiente agradable y sin turbaciones en el aire. A lo que contestó: «Mira que con tan mala suerte que llevas... —el comienzo de su oración y ese detenimiento justo a la mitad, me erizó el cuerpo, mientras que mi mente se llenaba de malos presagios, el continuaba hablando— ya no nos queda té, si deseas, puedes servirte un poco de café. Ya sabes dónde está». Logré respirar tranquilamente unos segundos, levanté mi asustado trasero de la silla que él antes me ofreció, mientras andaba en mi universo personal, y fui a por esa taza de café. No estaba lo suficiente caliente para evitarme ir a por todas, pero me contuve en medio de la desesperación, quedé varado observando el marrón oscuro del café que fácil era confundido por el color negro; fuerte e intenso como las peleas de los boxeadores de antaño.
Percibí una fuerte palpitación proveniente de mi cerebro, parece que mi subconsciente quería mis reacciones normales, recordé que mi gusto por el café era escaso, aparté la taza de mi rango visual y situé la mirada en medio de los ojos café de Johann, desafiándolo. «¿Estás preparado para un nuevo mundo? —preguntó él— si lo estás, asiente con la cabeza —algo que de inmediato ejecuté— la única regla que no debes romper jamás, es contar sobre lo que acabas de ver. Si no tienes problemas con eso, el puesto será tuyo al responder... mas, si los tienes, estoy comprometido a tomar cierto tipo de acciones». Se mantuvo un silencio perturbador por unos segundos, y contesté: «Sé que no estoy preparado, sin embargo, con urgencia, debo aceptarlo —apreté mi mano derecha— Aceptaré esto, a lo que denominaré mi aventura. Y no, no tengo problemas con guardar este secreto. Pero para poder retenerlo, debes darme un recorrido que esté a su altura», nunca estuve tan seguro de unas palabras en mi vida. Esta oportunidad que me brindó el destino es la que colmará de emoción mis días aburridos. «¿Puedo fiarme de tu palabra?», me preguntó cubriéndose la boca con sus manos. «Deberías tomar en cuenta el largo tiempo que paso en este lugar Johann», intenté recurrir a mis cualidades de negociador. «El engaño puede tomar días o años en establecerse... —dijo él postrando su mirada en mi determinación— pero cuando ya conoces a los mentirosos, se tardan segundos en sacarlos a la luz», hizo una breve pausa para bajar nuevamente su mano, y en segundos, pude apreciar el sonido de la libertad, no obstante, él seguía diciendo: «Conozco muy bien a los mentirosos, y tú no eres uno de ellos —mi corazón se apaciguó— ahora como parte de nuestra plantilla de empleados, deberás demostrar lo que vales, y no te diremos de qué manera hacerlo. Ve a descansar y vuelve a las seis en punto, a esa hora empieza tu turno», y agitando las manos con un vaivén, me señaló la salida.
Cuando acepté esta "aventura", renuncié a las posibles calmas entre mis pensamientos, es muy acertada la casualidad de que empiece a enloquecer; pero, a la final, tengo una aventura, mas no me acuerdo haber deseado una. Apacigüe mis movimientos y me dirigí hacia la puerta, con la leve ambición de descansar un poco y preparar algo para comer. «Por cierto —Johann interrumpió el silencio que él mismo había ocasionado— sería conveniente para mí, si vinieras media hora antes, para enseñarte lo que harás, dejarte las llaves e irme», a lo que, instintivamente acepté sin pestañear. «¡ey! Sebastián, si quieres traer tus lentes de lectura, puedes hacerlo, tendrás mucho tiempo libre, te lo aseguro». Es la primera vez que alguien pronuncia mi nombre en esta semana, supongo que desde ahora, tendré esta sensación de calor todos los días. «Está bien, Johann —mi subconsciente activó la secuencia de respuestas prediseñadas— gracias», y salí de ese lugar, por un par de largas horas.
Podría continuar... es
muy posible.
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Ojos Grisáceos
Materializado por Francisco Luzardo Gómez Gutiérrez
Una
historia que reflejará el amor y la desesperación de una manera diferente.
Esperanzas perdidas, dos vidas totalmente opuestas y un charco de realidad
bañada en ficción es lo que hace de ésta una buena historia, por así decirlo. Que
puedas disfrutarla tanto como lo hago escribiéndola, y equivocándome mucho.
----Capítulo I "Ojos
Grises"----
Y a eso se resumió todo, una vida larga de mentiras y
esperanzas que llevan hasta la muerte ¿pero que tiene eso de diferente a las
buenas vidas? todas van al mismo lugar, quizás unas serán enterradas más
profundo en la tierra y otras simplemente serán quemadas, sin embargo sus
almas, creencias, habilidades, costumbres y promesas vacías quedarán con los
más allegados. Dolerá profundamente, pero no por eso se deben quedar atrás, eso
se los enseñó vuestros padres: a creer en sus sueños y nunca dejarlos. Aunque
no todos los padres son de esa manera, algunos enseñan las cosas por las malas,
los deja caer en el precipicio de la duda, haciéndolos saltar en un abismo sin
fin llamado vida; permitiéndoles juzgar las situaciones que en vuestra vida
presenciarán, evitando culpar a los demás de sus acciones.
Esta historia comienza un jueves gris, una lagrima riendo y
una sollozante sonrisa. En esa mañana eterna, se dirigía un hombre con el
propósito de conseguir lo que despertaría su día, pero se encontró con algo
mejor. Caminó dos cuadras rectas y cruzó a la tercera, justo en una esquina se
encontraba un letrero lo suficientemente grande para dar a conocer una nueva
cafetería en la ciudad; desde el otro lado de la calle se observaba a la
persona encargada de servir el café, estaba un poco sola dado a que los demás
empleados estaban en la parte de atrás, acomodándose para empezar su tediosa
jornada con una sonrisa falsa y una gran disposición para conseguir lo que
planean en sus vidas... Y ahí estaba ella, tan suave como una pluma rasgando la
carne del viento.
—Quisiera surcar los cielos como si fuera un ave libre y
sólo pensar en mi existencia al vivir tranquilamente esparciendo mis alas.
—pensó Sarah. Resulta que ella estaba en el trabajo perdida en su cabeza y la
interrumpió un caballero vestido con impecable traje negro, que le dijo:
«Disculpe señorita, ¿me hace el favor?», con un tono bastante educado.
Sarah trabajaba medio tiempo en la cafetería de la esquina
para pagar sus estudios; ella quería ser fotógrafa desde niña, en el momento en
que vio la última foto tomada por su difunto abuelo, pensó en querer sentir
algo igual a eso; aquel árbol oscuro capturado en esa fotografía, representando
todo lo que le gustaba a él en sus tiempos de vida, la llevaría a tomar una
decisión radical en sus gustos y pasiones. Tenía la mentalidad de encontrar los
lugares que la identificaran y guardarlos para siempre en su álbum de fotos, y
dárselo a su primer y último amor. Sarah vuelve en sí, da un salto de sorpresa
y contesta: «Disculpe señor ¿en qué podría servirle?», Sarah estaba muy seria,
a pesar de sobresaltarse por aquel comentario del hombre.
—Quisiera un café doble y poder admirar la sonrisa sé que
deseas esconder detrás de ese labial gastado. —contestó él, acompañando sus
palabras con una sonrisa cautivadora. —La cabeza de Sarah iba a estallar por el
halago de aquel caballero con ojos grises y cabello castaño—.
Sarah se topó con lo que más necesitaba en su vida, pero
ninguno de los dos se dio cuenta de aquello que la vida les había regalado, una
oportunidad. Sin pesarlo, sus vidas serían atadas como nudos a un bote
salvavidas y les otorgaría el honor de ser almas gemelas, hechos el uno para el
otro, pero todo llega a su momento, no hay que adelantarse ni una milésima.
—Lo siento señor, sólo puedo darle el café, nuestra política
no permite realizar ese trato. —dijo ella cumpliendo con su deber en servir a
la clientela del establecimiento.
—Bueno, está bien. Algún día te robare una sonrisa, lo
prometo. —contestó con una indescriptible determinación en los ojos, los cuales
decían que ella no se escaparía tan fácil de él. Sarah entrega el café y pronuncia
las últimas palabras de ese momento:
—Aquí tiene su café señor, —cobra el café en 1,99$—. Gracias
por su compra.
—Muchas gracias, ¡nos veremos pronto! —respondió con una
sonrisa pícara.
Ese día ella sintió que algo en su vida había cambiado, pero
no sabía que le estaba cocinando el futuro en la cocina; entretanto, en su
mente angustiada, se preguntaba si su futuro elegiría las mejores opciones para
ella, pero sobre todo, quería llegar al final del día en una pieza. Cuando
salió del trabajo, lo primero que hizo fue sacar su cámara fotográfica e ir al
parque mientras aún había luz emanada del sol. Siempre iba a ese lugar por las
tardes cuando la situación le regalaba una oportunidad; Ella no era de esas con
falsos amigos o salir de juerga con desconocidos. Presenció a carne y hueso más
puñaladas en la espalda que ilusiones en la mente de un infante, no obstante,
no se rindió con sus sueños y en vez de verse envuelta en la rabia y amargura
de la soledad, decidió luchar por lo que era importante en su vida, las metas
que anhelaba con la intensidad de subir al cielo y pegarle una mordida.
—La belleza de Sarah no se podría describir en un solo
párrafo, se tendría que imaginar para hacerla perfecta a su manera, porque la
perfección fue creada en todos y cada uno de nosotros. —
Ese día no era frío ni caluroso, simplemente era especial.
Ella respiraba como nunca lo había hecho, el aire era magnífico y había restos
de lluvia en el suelo por donde veían sus hermosos ojos verdes, parecidos a un
valle con un sol alrededor de la pupila de un maravilloso color naranja. Sarah
caminaba por el parque observando todo a su alrededor, como si fuera una niña
de cinco años en una juguetería de muñecas con sus respectivos accesorios
limitados, mas ella no buscaba diversión, quería paz en este mundo que nadie
puede cambiar, pero se adaptan a él, y los que no, mueren; ya sea para ser
alguien más que vive de sueños o los que deciden quitarse la vida por cuenta
propia.
De pronto se encuentra con el dueño del traje negro, que
junto con su cuerpo hacía resaltar la silueta de lo deseado; apresurada, sacó
la cámara para captar ese momento. Él estaba sentado en la raíz expuesta de un
gran árbol, ya que era uno de sus lugares preferidos. Las horas pasaban y él
estaba embelesado desde la mañana en la mirada una hermosa y joven mujer; no
podía creer que una persona con ese aspecto podía reflejar en su mirada lo que
había sentido todos esos años y seguía resentida de ello, confrontándose con su
vida, queriendo ser parte de ella y repararla a costa de su propio corazón;
entonces, él escuchó el sonido de una cámara a unos nueve metros detrás de
donde él estaba, cuando volteó ve su anhelado sueño de segunda vista.
Sarah estaba intentando ajustar la cámara que compro con
algún dinero que había ahorrado, aunque sabía que no era la mejor, llegó a ser
perfecta para su aprendizaje en ese momento. Aquella escena era perfecta, Un
hombre de traje estaba sentado, distraído y con una pose seriamente interesante
(quizá le estaba dando muchas vueltas a un tema), decidió aprovechar las
circunstancias del lago y el poco sol que le brindaba el atardecer, para
capturar lo que sería una de sus mejores fotografías.
Luego de tomar la foto, los dos estaban asombrados y
quedaron mirándose fijamente aproximadamente unos siete segundos; él había
volteado y ella apartó la cámara para verlo. No lo parece, pero, este fue el
comienzo de una nueva historia llena de circunstancias increíbles, llevando
peligros a una vida que necesitaba un amor incondicional.
----Capítulo II "Un amigable
inconveniente"----
Y así pasaron los siete segundos en donde acontecían miles
de hechos y conversaciones simultáneas, planeando cada respuestas como si se
conocieran desde hace mucho tiempo, pero a ninguno de los dos se les escapaba
una palabra, con solo el simple hecho de verse era más que suficiente para sus
mentes, claro, hasta ese segundo que llegaron a pensar en hablar, pero uno de
ellos tenía miedo y lo único que se le ocurrió fue correr.
Joshua: — Ho-hola ¿Qué-que haces a-aquí? —dijo Joshua con un
gran nudo en la garganta.
Ella no contestó, se inundó en pensamientos e hizo lo
primero que se le ocurrió después de haber pensado tanto, llegando a la
conclusión de tres simples palabras: ¡Corre Sarah, corre!
Sarah: No sabía qué estaba haciendo allí, pero en el momento
que lo vi mi corazón empezó a palpitar muy extraño, normalmente tenía que tocar
mi pecho para saber que aún seguía dentro de mí, pero esta vez, hasta mi alma
quería salir y respirar. Ni el cansancio de correr hizo a mi corazón latir así,
tan fuerte, furioso y calmado a la vez. Estaba llena de sentimientos
conflictivos, no sabía qué era, yo sólo quería una foto, pero nunca pensé que
me lo encontraría cara a cara, aunque estuviera prácticamente muy lejos de él;
gracias a la cámara pude ver que eran nueve metros que se convirtieron en
centímetros y estaba temerosa de todo, así que quise escapar de ahí corriendo.
Y cuando fui a dar la media vuelta no me esperaba tropezar con una de las pocas
piedras que me haría caer causa de mi huida desesperada del lugar.
Joshua: Bajo esa tenue luz y esta brisa acogedora, ella y su
cabello se veían resplandecientes, sin embargo, su cabello rojizo era tan
hermoso, tanto así que parecía tener vida propia. Tenía tantas ganas de
acercarme a ella, quería saber su nombre, su dirección, su apodo… Quería saber
todo de ella, pero no me lo permitió, ¿por qué se fue corriendo?, y eso que
sólo llegué a pronunciar unas pocas palabras tartamudeadas que fueron ignoradas
como si se tratase de un vagabundo pidiendo limosnas —su mente despertó un
segundo después—. ¡Ella se ha caído! y salí corriendo lo más pronto que mi
mente pudo reaccionar a tal acción.
Sarah en el suelo y Joshua salió corriendo tan pronto pudo
reaccionar ante la caída de Sarah, al llegar se aseguró de que el daño no fuera
grave, aunque sí, era necesaria la intervención de un médico.
— ¡Se-señorita! ¿Se hizo daño? —preguntó Joshua con tono
preocupado. Sarah no contestaba, se limitaba a realizar pucheros como si
fuera una niñata, dejando ver unas lágrimas por la herida que le causó la
caída.
Al no escuchar ninguna respuesta de Sarah, Joshua se percató
de que tenía una herida en su tobillo, quizás era algo simple como un esguince,
pensó, y también se dio cuenta de que la cámara estaba rota ya que Sarah le
había caído encima de la misma, fue entonces cuando Joshua cogió la piedra del
suelo, la que provocó el accidente, y la guardó en su bolsillo, para después
cargar a Sarah como si cargara a un saco de papas, (bastante hilarante la
inesperada situación).
— ¿¡Qué haces!? ¿Cómo se te ocurre hacerme esto? ¡Bájame
ahora! —gritaba ella, colgada en el hombro derecho de Joshua, golpeándole la
espalda para que la bajara—. ¿¡No me escuchas o qué!? ¡Yo puedo caminar sola!
—Bueno, si tanto lo quieres así —dijo Joshua, quien no podía
seguir ignorándola.
Entonces Joshua bajó a Sarah, y dijo:
— ¡Ya está! Casi sana y salva donde quieres estar, espero
que llegues a donde quieras ir, nos vemos luego —Embozando una sonrisa
preocupada al salir caminando, dejándola atrás junto al sol que estaba en
proceso de dormir.
—Muchas Gracias, ya te puedes ir. —dijo Sarah con voz
tranquila.
—Está bien, nos vemos.
Joshua empezó a caminar dándole la espalda a Sarah, despacio
para que le diera a ella tiempo de llamarlo y él escuchar, acto seguido ella
empezó a tratar de caminar, pero su pie le dolía mucho.
Sarah: ¿Por qué me pasa esto a mí? Yo sólo quería escapar de
este lugar donde mi corazón quería estar, pero mi conciencia no me dejaba, hice
lo que pude por salir de ahí, y lo que me dieron fue estar más cerca de él.
Ahora no puedo caminar, y no tengo amigos, ¿algo hice mal en la vida por lo que
me están castigando ahora?, creo que es hora de perder el orgullo y llamarlo.
Sarah apenada afrontó la situación, y aunque ella no sabía
que él quería ayudarla por sobre todas las cosas, lo llamó con voz avergonzada:
— ¡Ey, espera! ¡Por favor, ayúdame!
En la mente de Joshua aquellas fueron las palabras que más
deseaba escuchar en ese momento. Se detuvo, pensó un poco y volteó muy lentamente.
— ¿Me llamas a mí? —contestó Joshua en tono sarcástico y
burlón.
—Si, por favor… Ayúdame, ¿puedes?
—Está bien, si me lo pides así, no puedo rechazarte, además,
no creo que puedas salir de esta tú sola. —dijo Joshua disimulando su ansiedad
por ayudarla.
—Muchas gracias, pero esta vez me cargas de otra forma
—respondió con voz tierna y firmeza—, ¿¡quedó claro!?
— ¡Si señorita!, la llevaré con un amigo para que le vea el
tobillo.
— ¿Un amigo?, ¿por qué no me llevas al hospital que está
dando la vuelta a la esquina? —respondió Sarah, un poco preocupada.
—La verdad, confío más en mi amigo que en los hospitales…
Sólo llamaré y le avisaré —dice Joshua tranquilamente—, además, está por aquí
cerca.
—No confío mucho en las personas —respondió Sarah,
sospechando que le estaba ocultando algo, pero al no imaginarse qué era,
continuó—, pero aun así te diga que no, me llevarás… ¿Y a qué
esperas? Cárgame y vayámonos.
—En eso tienes razón, bueno vámonos. —contesta Joshua con
una determinación de hierro.
Y así fue como Joshua cargó a Sarah en la espalda, ella
estaba raramente tranquila con él, era muy extraño, pero sin saber qué era eso
que sentía, ella disfrutaba cada momento que estaba con él, recostó su cabeza
sobre hombro de Joshua y percibió un olor agradable, pareciéndole que era esa
colonia bastante popular por allá en Italia, una llamada “Bvlgary Man”, al
momento se quedó como si estuviera en coma. Un hombre de unos veintisiete años,
de ciento ochenta centímetros de estatura, bastante fornido (Sarah pensó que
quizás iba al gimnasio), con una voz que calmaría a cualquier persona; le
gustaba escucharlo hablar con su manera desafiante y educada. Tantas cosas que
pasaban por su mente y eso que sólo la estaba llevando en silencio por la calle
donde no pasaba nadie, una calle oscura dirigiéndose a donde encontrarían al
amigo de Joshua que es médico.
Esa noche sería la primera que pasarían juntos; empezando
ahí, en ese hermoso parque que un día se convertirá en el recuerdo de la
primera vez que se vieron con aquellos ojos perdiéndose en el momento. No lo
sabían, sin embargo esa noche se convirtió en la primera pizca de felicidad,
una extraña felicidad, pero al fin y al cabo la felicidad no viene en envases
iguales.
----Capitulo III "Un giro
inesperado"----
Y allí estaban los dos juntos, resolviendo su primer
problema. Quizás la vida les tendió una trampa para que se encontraran en ese
parque y en esas circunstancias. Joshua aún seguía de camino a la casa de su
amigo junto con Sarah en su espalda, parecía inconsciente, aunque no le había
pasado nada del otro mundo, y entonces fue cuando Joshua se percató de que no
sabía el nombre de la mujer que llevaba cargada a su espalda.
— ¡Señorita!, ¡Ey!, ¿está dormida? —preguntó Joshua.
— ¿Ahhg? —Despertando de su estado de coma— ¿Qué-qué,
co-cómo?, ¡yo no estaba dormida!, no te creas —contestó Sarah un poco
desconcertada.
—Tranquila, entiendo, estaba pensando que… —intentó
preguntar, pero dudó.
— ¿Qué estabas pensando? —replicó Sarah, suele ser muy
curiosa. —Es que, aún no sé su nombre… —dijo Joshua un poco apenado.
Joshua tenía ganas de dar el primer paso hacia ella en
cuestión de conocerla y dadas las circunstancias podía preguntar alguna que
otra cosa, según su conocimiento acerca de este tipo de situaciones —aunque
sólo por leer un libro que compró en la esquina, pero nadie le quitaba el
mérito de no saber—. Deteniéndose en medio de la acera por donde iban caminando
a casa de su amigo —como se refería él a Cole Fox, apodado dedos mágicos, por
su gran capacidad de curar a un paciente—, él titubeo un poco al principio pero
cerró su mano derecha con fuerza y tuvo el valor suficiente como para
preguntarle cómo se llamaba y así lo hizo, lo que él no sabía era que le
esperaba a la vuelta de la esquina.
—Está bien, te lo diré, es lo menos que puedo hacer, además
debemos presentarnos mutuamente porque quiero saber tu nombre, tal vez lo use
para denunciarte con la policía, claro, si haces algo indebido. —Aquellas
fueron las palabras que encendieron el motor de un Fiat Freemont V6, que pacientemente
esperaba cautelosamente en la esquina vigilando a su objetivo como si cazaran
leones enjaulados, o eso creían ellos.
Joshua: Está a punto de hacerlo, va a decir su nombre, lo
sé. Teniendo sus rosados pedazos de carne en mi punto ciego, suspirando un aire
de melancolía que tiene mi corazón desesperado. Cada segundo que paso pegado a
ella mis pensamientos no paran, mi mente se hace trizas ¡no lo soporto!; no sé
de dónde viene, ni a dónde va, por lo tanto quiero saber si es bueno para mí
estar con ella, y aunque la verdad sea cruel siempre estará el lado positivo de
las cosas.
Se asoma una camioneta negra bastante sospechosa por la
esquina mientras que Joshua medio desprevenido, advirtió las auras del momento
y analizó como pudo la situación. Esta no era nada fácil porqué tenia a cuestas
a Sarah en su espalda, sin embargo no la dejaría atrás.
Así fue como la camioneta fue en la búsqueda inmediata de su
objetivo, que era nada más y nada menos que un miembro de la mafia italiana
“Montreal” que está fuera de las cinco más conocidas pero su importancia no era
menor. Joshua Steele Di Rosso, uno de los sujetos más importantes de su
familia, quizás no el mejor en su trabajo, quizás no pueda torturar o matar a
alguien, pero ayuda a su familia como el frío calculador de situaciones
inesperadas, era una de sus mayores características. Él nunca ha estado con
mucho de lo que ha hecho en su vida, pero nunca se ha arrepentido de nada y
jura no arrepentirse nunca; ya que sólo son pensamientos vacíos que se guardan
en un espacio valioso.
Joshua ya se había enterado que era lo que pasaba, iban a
por él, y él debía escapar a toda costa, porque no llevaba un paquete esta vez,
sino a alguien que sería especial para él, mucho más de lo que ya era. Empezó a
correr y Sarah empezó a preocuparse un poco.
— ¿Por qué estás corriendo? ¿Por qué hay tanta prisa?, me
duele mucho el tobillo, por favor, ¡para! ¡Ya! —dijo Sarah confundida.
— ¡No es tiempo de hablar! luego te explico —contestó Joshua
como pudo entre el jaleo.
Sarah por el dolor no quería entender, quería que la bajara
sea como sea y empieza a gritarle en el oído — ¡Ey!, ¿no escuchas?, ¡te dije
que me bajes!
En ese momento Joshua casi pierde el equilibrio, pero
gracias a su gran determinación no cayeron y respondió: —Oye cálmate, estoy tratando de salvarnos, ¿acaso no ves
aquella camioneta que se dirige hasta nosotros?
Joshua: Y ahí fue, cuando me di cuenta de que nunca debes
pedirle a una mujer que se calme, aunque se trate de salvarla. Es como bañar a
un gato con agua fría, a nadie le gustaría bañar a un gato en esa situación.
Sarah: Ese idiota cree que me va a engañar para llevarme a
lugares raros, ¡pues no me dejaré!, aunque no puedo zafarme de él, ay…si no
fuera tan fornido. ¿Por qué demonios estoy pensando en eso ahora? tengo que
pensar en algo para zafarme de él.
Fue entonces cuando ella golpeó la cabeza de Joshua, mordió
una oreja y lanzó un golpe a sus piernas presionando un botón de emergencia que
él guardaba cerca del bolsillo derecho del pantalón, pero él no podía ceder a
sus abusos, nunca en su vida le había pegado a una mujer, lo pensó en este caso
para defenderla, o mejor dicho, protegerla, pero no la golpeó.
Se acordó de algo que tenía guardado; metió la mano dentro
de su bolsillo y sacó una jeringa con un sedante lo suficientemente fuerte para
calmar a una persona, lo que le hizo efecto pero no tanto como esperaba. Ella
seguía jadeando y tratando de zafarse sin efecto alguno. Él no tuvo más remedio
que inyectarle otra sedante, ya que este no era peligroso, quedó rendida y
mucho más pesada, haciendo un gruñido de esfuerzo cuando sintió el peso muerto
de ella; aunque no era mucho, para correr velozmente, marcaba la diferencia.
Desesperado, Joshua vio un callejón donde sabía que podía
escapar y llegar directamente hasta donde se encontraba su amigo, que esperaba
en una casa segura. Corriendo a más no poder, con una mujer terca, hermosa y
desesperada, lo seguía una camioneta todo terreno blindado… De repente, bajan
las ventanillas y salen a la vista varios sub-fusiles H&K-MP5
personalizados, disparando a lo que se moviera, sin dar en el blanco alguna
vez. Cuando Joshua dobla la esquina en su alarmado escape, le roza una bala en
el muslo derecho; su familiaridad con el dolor le permitió seguir corriendo,
pero con un ligero desliz en el impacto. La adrenalina lo llevó a confiar en
sus aptitudes y alcanzó como pudo un pasadizo que estaba escondido debajo de
unas cajas que parecían de acero, pero eran de madera. —qué raro que nunca
nadie ha tropezado con ellas. —pensó, abrió la escotilla desesperado para poder
bajar por la escalera, hacía todo como si fuera a morir —Es que en realidad
podía morir—, pero escapó como pudo, faltándole sólo veintisiete pasos hasta la
entrada de la casa segura donde se encontraba Cole Fox, un nombre extraño, se
lo cambió cuando llegó de Italia, para confundir a personas indeseadas, antes
se llamaba Nicky Romano.
Con la mente cansada, una mujer inconsciente, muchas dudas
en su cabeza y una herida por roce de bala. Joshua continuó en la búsqueda de
Nicky para poder descansar y cumplir con su palabra de ayudar a la mujer
extraña que llevaba a su cargo.
----Capítulo IV “El despertar de
Sarah”----
Llegado a este punto, en un pasadizo secreto oculto bajo una
tapadera absurda, se encontraba Joshua buscando la entrada a la casa segura de
Nicky Romano. Exhausto por todo el lío, camina los veintisiete pasos que aún
tenía por delante.
—Sólo un poco más y podré sanar su herida. —dijo Joshua
forzando un poco la voz.
Se escuchaba una gota al final del pasadizo, Joshua pisaba
los pequeños pozos que se creaban con la lluvia en el suelo, haciendo que se
manchara su pantalón con agua estancada. A quince pasos, mientras caminaba se
quedó mirando el bombillo balanceándose de un lado a otro, ocultando la luz de
vez en cuando al pasar detrás de un pilar relleno con hormigón que se hace
parte de la pared. Joshua sacudió su cabeza un par de veces para recobrar
conciencia de lo que hacía y ya sólo le quedaban siete pasos.
Joshua: Mirando fijamente ese bombillo, recordé lo que un
día dijo mi madre: “Aunque estés rodeado de oscuridad y sin ninguna salida para
escapar, recuerda, pensando claramente puedes distinguir que hasta en el hoyo
más profundo resuenan las palabras sinceras, y encontrarás la luz indicando tu camino
hacia la verdad”. Su madre lo amaba demasiado.
— ¡Por fin llegué! —dijo Joshua al estar a sólo dos pasos de
tocar aquella puerta roja con un letrero desgastado.
Y ahí estaba la puerta roja, parecía que la perilla se iba a
caer de sólo tocarla. Decidió golpear la puerta para terminar con tantas cosas
que le sucedieron en el transcurso de la noche. Debería descansar, quisiera
recostarme un rato, pensó, pero su mente le recordó a Sarah, por un momento se
odió a sí mismo: ¡Maldita sea!, ¿cómo puedes pensar en eso?, siguió Joshua en
su mente. Fue entonces cuando Cole abrió la puerta para recibir a Joshua y al
analizar la situación, reconoce rápidamente la herida que tiene Joshua en la
pierna.
— ¡Joshua!, amigo, ¿estás bien? —Cole hace su aparición
preocupado al ver la pierna herida de Joshua.
— ¡Estoy bien!, tranquilo, quiero que la ayudes a ella
primero —respondió mirándole fijamente a los ojos. —Cuando Joshua tiene esa
mirada, nadie puede convencerlo de hacer lo más sensato y él hace lo que
quiere. —Por favor, déjame curarte primero, lo tuyo es más grave. —Cole trata
de hacerle entrar en razón.
—¡¡Nicky, calla y haz tu trabajo!! —grita Joshua—, cúrala,
me debes cientos de favores… ¿o es que no lo recuerdas? —Era la única manera en
que cole reaccionaría a su gusto y aunque no le gustaba sacar los trapos sucios
de las personas, ver a Sarah de esa manera lo exasperaba y haría todo para
ayudarla.
—Está bien Josh, ¡lo haré!, pero en cuanto termine, necesito
ver tu pierna. —Apacigua su voz para calmar a Joshua y así remover las malas
vibraciones del ambiente.
Nick coge a Sarah y la lleva a una cama para tratarla,
mientras que Joshua busca una silla para estar junto a ella. A pesar del
mugriento pasadizo, la casa segura era sencillamente hermosa. Contaba con una
sala de estar bastante costosa igual que todo lo demás, dos cuartos bien
arreglados para cualquier emergencia, un baño con sus respectivos accesorios,
una cocina que cualquier italiano la reconocería como parte de su hogar;
también contaba con un sistema de entretenimiento y por supuesto, una
habitación para atender cualquier herido con distintas máquinas de alta
precisión usadas en el campo de la medicina, Tiene dos camas y es atendida por
Cole como es de esperarse, todo un lujo de casa.
Sarah inconsciente, estaba acostada en la cama ubicada casi
al frente de la puerta pero del otro lado de la pared. Joshua al conseguir la
silla, se sentó a lado de la cama y dando la espalda a la puerta ignorando
cualquier peligro al estar preocupado sólo por ella.
— ¿Puedes apurarte? —replicó Joshua a Nick.
Era muy extraño para Nick ese momento, nunca le había
tratado de tal manera. Nick saca el calzado y revisa a Sarah, analiza la
situación de su esguince y nota que no es tan grave como lo hace parecer
Joshua, aunque era de segundo grado.
—Sabías que el esguince es una lesión producida por
una distensión de la cápsula articular y los ligamentos que rodean a la
articulación del tobillo. —dijo Nick, pero Joshua no le prestaba atención a él.
—Manos a la obra, será sencillo, pensó Nick. Primero exploró cuidadosamente
para descartar heridas en la piel, le colocó hielo durante veinte minutos,
elevó el tobillo y le recomendó a Joshua llevarla luego al hospital para un
chequeo completo.
—Vamos ahora contigo, Joshua. —dijo Nick.
—Okay, pero ¿lo puedes hacer aquí mismo? Es que no quiero
apartarme de ella. —respondió Joshua y luego dirigió la mirada hacia Sarah.
— ¿Qué voy a hacer contigo? Bueno, está bien. —replicó Nick.
Nick saca el botiquín para curar la herida que llevaba su
amigo mientras mantenían una charla. —Oye Josh, ¿por qué me escondes que tienes
novia?—Él estaba intrigado por su comportamiento al estar junto a ella, Joshua
se sonroja y emboza una sonrisa.
—No es lo que piensas Nick, apenas la conocí hoy, ni
siquiera se su nombre. Una cosa llevó a la otra y estamos aquí.
—Bueno, te creeré, por un momento, porque debemos hablar de
algo más importante. ¿Pudiste ver quien te seguía?
—No tengo la menor idea, quizás eran contratados por
alguien, porque no los reconocí —respondió Joshua, pero no era muy común ese
tipo de respuestas en su persona; él debía saberlo todo acerca de los
criminales, pero ellos venían desde fuera y por eso no los identificó.
— ¿¡En serio no sabes!? ¿Quién sabrá si tú no lo haces?
Bueno, ya los atraparemos. —Nick estaba atontado por la respuesta de Joshua—
Bueno, ya terminé, estás casi como nuevo.
—Gracias Nick, ¿será que puedes dejarme un momento a solas
con ella? —dice Joshua con un tono triste.
—Está bien amigo, estaré en la cocina por si me necesitas.
—Estas fueron las últimas palabras que escucharía Joshua de uno de sus grandes
amigos.
Nick al salir del cuarto se dirigió a la cocina, y casi al
instante de sentarse en un banquillo empezó a sonar el teléfono. Sólo se pudo
escuchar esto de la conversación de Nick con algún extraño:
— ¿Aló?... buenas noches, ¿quién habla? —Contestó Nick.
—Buenas noches, ¿usted es Nick? —respondió el extraño. —Sí, el habla. —Nick
estaba un poco preocupado al saber que muy pocos tienen acceso a ese número
telefónico y de todos los casos anteriores, en este no podía reconocer la voz
que hablaba del otro lado.
Pasaron cinco minutos hablando y en el momento de terminar
la conversación, se escuchó:
—Está bien, me haré cargo de ellos. —dijo Nick con una voz
llorosa y decidida, luego colgó la llamada con un “hasta pronto”.
Mientras, en la habitación médica, Joshua estaba concentrado
totalmente en Sarah con sus instintos apagados, dejándolo indefenso a caer ante
cualquier peligro. Piensa todo acerca de Sarah, o más bien en su cuerpo que
está en frente de él, sin permiso a tocarlo; no quiere aprovecharse de Sarah en
medio de su inconsciencia, es tan difícil para él evitar querer tocar su tersa
y suave piel blanca como la nieve, para evitar inconvenientes se fija en su
cara, tratando de controlarse. Esos labios rojizos causados por el frío de la
noche, esas pestañas medianas al estado natural, sus mejillas coloradas junto
con sus hoyuelos poco pronunciados; tenían a Joshua en un estado inimaginable
por él, no contó con el destino.
Ese sentimiento era nuevo, jamás había estado así con una
persona sin siquiera hablarle y estar desesperado por probar sus labios. — ¡La
Besaré! —pensó, y estaba determinado en hacerlo. Cada vez que él aproximaba su
boca cerca de Sarah su respiración cálida se hacía notar de forma gradual,
mientras Joshua se movía sin apresuro al buscar esos labios tan tiernos que
deseaba probar con enajenación. Se detuvo por un momento y la observó por un
tiempo indefinido. — ¿Qué esperas?, ¡hazlo! —pensó otra vez, suplicándose a sí
mismo besarla. Sin poder decidirse, y sin aviso, se abrieron los ojos de Sarah.
— ¡Perdí mi oportunidad!, —pensó él nuevamente. Un segundo después, Sarah se
sorprendió al ver aquella situación y gritó: — ¡¡Cuidado!!
— ¡¿Qué?! —preguntó Joshua bastante asombrado, al voltear,
vio a uno de sus mejores amigos intentando asesinarlo a sus espaldas.
----Capítulo V “Una carta llena de
razones”----
Antes de que llegaran a amenazar a Joshua, unos dos minutos
antes aproximadamente, Nick se repetía a sí mismo:
—Puedo lograrlo, ¡tengo que hacerlo! —Su conciencia lo
torturaba como en muchas ocasiones de su vida pasada.
El hecho de matar a su mejor amigo era devastador para su
estabilidad mental. Él sabía que volver a conseguir un amigo idéntico a Joshua
sería imposible. Con una determinación inquebrantable, o así pensaba Nick, y
con una navaja afilada, salió a por sus dos víctimas lo más silenciosamente que
le permitía su entrenamiento, pero su mente vacilaba en realizar semejante
atrocidad.
Nick permanecía a tres pasos distanciado de Joshua,
sosteniendo su preciada navaja, cuando precisamente hace el intento de cometer
aquel error, se paralizó al pensar en aquellos momentos que estuvo junto a él:
las risas, trabajos, su familia, los llantos de hombre e infinidades de cosas
que vivieron juntos y nunca podría olvidar. Gracias a la pérdida de tiempo
pensando, a Sarah se le pasaba el efecto de los dos sedantes inyectados por
Joshua en su desesperación por controlarla, recobrando ella consciencia y
arruinando el objetivo de asesinar a Joshua, y si era necesario, se vería
involucrada Sarah.
Nick temblaba mucho, y su mente no podía más con la
situación en la que se encontraba totalmente involucrado. Su corazón dio un
vuelco al ver a Sarah pronunciar un clamor doloroso, y no uno de esos simples
sin emoción, sino de esos sentimientos dolorosos que vienen de lo más profundo,
mas éste no venía solo, lo acompañaban sus grandes miedos tomado de las manos,
sonriendo y cantando.
Aquel grito estremeció toda la casa, llenándola de una
intensa desesperación. Al escuchar la magnitud de ese grito y ver la expresión
de horror en la cara de Sarah, Joshua hizo el esfuerzo de voltear lo más rápido
posible (sin embargo ese era uno de los momentos que no podría evitar en su
vida), ver a su amigo así lastimaría todos sus recuerdos. Un segundo después,
sucedió todo como si pasaran días: muy lentamente en sus mentes, sin embargo,
pasó en menos de un minuto.
Nick realizó un alarido espantoso al incrustar la navaja en
el cuerpo de su amigo, se iba a volver loco, si es que aún no lo estaba.
— ¡Maldita sea! —Se quejaba Joshua por el dolor.
Joshua observando la herida abierta y sangrando
constantemente, dirige una mirada desesperada hacia Sarah; lo que provocaría
simultáneamente que ella se desmayara por vivir esa intensa situación. Nick
agacha la cabeza mostrando vergüenza por lo que le había hecho, soltó una
lágrima arrepentida y sólo alcanzó a decir unas palabras:
—Perdóname amigo, si es que puedes; porque mis actos no
serán de tu agrado. —enfatizó Nick, Saliendo del cuarto muy apenado por sus
actos; entristecido corre a un lugar seguro que conocía Joshua, pero antes le
había dejado una nota en el comedor.
— ¡Maldita sea!, ¡maldita sea!, ¡maldita sea! ¡¿Por qué me
hiciste esto, Nick?! —gritó Josh con furia— ¿Por qué tuvo que clavarme esto en
la pierna? Como duele esta porquería —decía mientras sacaba la navaja que tenía
incrustada en la pierna.
Nick no cumplió su objetivo, en el instante que dirigía la
navaja a la yugular, cambió su objetivo hacia una pierna descubierta, en este
caso, la derecha. Aun así, Nick no podía comprender como siquiera se le pasó
por la cabeza asesinar a su amigo por una simple orden, que no era tan simple.
Al salir de aquel lugar, del que luego tendría muchas
pesadillas, se dirigió al escondite. — ¿Por qué a nosotros?, no podemos vivir
en paz con esta amenaza que nos acecha todos los días. —pensaba Nick camino al
apartamento.
Ya muy cerca del lugar, se notaban las calles vacías,
pasaban los autos cada cierto tiempo, se escuchaban los maullidos de los gatos
y los aullidos de los perros cerca de los callejones oscuros. Era muy tarde,
iban a dar la una de la madrugada y él ya estaba en la puerta del apartamento.
Entró, abrió la regadera y se fue a bañar. Tardó veinte minutos lavándose todo
el cuerpo y pensando en las cosas que había hecho. Luego, fue a la habitación y
sacó el mejor traje, se sentó en la silla del escritorio y empezó a escribir
una especie de carta; parece que se despedía en ella, anotaba todo lo que se le
venía a la mente además de las razones por las que hizo esa barbaridad de hace
más o menos cuarenta minutos. Le pide disculpas a Joshua y se despidió para
siempre.
—Lo siento Josh —Nick lanzó palabras al viento con lágrimas
en los ojos y tartamudeando.
Buscó una silla, una soga y sólo le faltaba encontrar el
lugar. Se acordó que le encantaba ver los amaneceres desde una ventana que
tenía vista a un gran árbol que era hermoso por las mañanas y oscuro por las
noches, y decidió colgar la soga frente a esa ventana. Dejó todo preparado para
cuando llegara Josh a pedirle explicaciones acerca de todo lo que pasó, dejando
una carta en su mesa de trabajo, se tomó un exquisito trago del Gran Catador y
abandonó el resto en la mesa de noche, se ajustó el traje negro Armani con un pañuelo
rojo que siempre le traía suerte en sus misiones (lástima que esta vez no iba a
ser así). Se montó en la silla e hizo que la soga abrazara su cuello y lo amara
hasta la muerte, y con lo poco de vida que le quedaba, pensó:
—Sólo Joshua conocerá el secreto tras mi muerte, pero tendrá
que esforzarse, no quisiera aburrirlo con la sencillez.
----Capítulo VI “Acosando a la verdad I
Parte”----
Una noche impaciente por acabar, gritos de agonía rondando
el pasillo, impulsos realizados contra una persona amada… Son algunos de los
requisitos necesarios para hacer de un día aburrido, uno inolvidable.
Dentro de la habitación medica:
Joshua sacó la navaja de su pierna y realizó presión sobre
la herida para no perder más sangre. Vio a Sarah inconsciente, acomodó su
postura (Sarah al impresionarse, quedo en una posición muy mala) y luego fue a
una inspección del lugar, pero como Nick se había ido, no quedaba nadie. Luego
de una inútil búsqueda exhaustiva, Joshua se rindió y fue a la cocina a buscar
algo para aliviar su dolor. Joshua buscaba en la cocina, porqué hay cosas que
sólo la cocina te puede dar, por ejemplo: el alcohol. En ese caso, el licor
estaba en la cocina.
Encontró un botiquín de primeros auxilios cerca de la nevera
plateada, dentro de éste, Joshua encontraría unas gasas, alcohol isopropilico,
cicatrizante, banditas de Súper Man, hisopos, aspirinas, vendas, antimicóticos,
analgésico en spray, acetaminofén y algodones… El botiquín no contenía muchas
cosas, sin embargo justo al lado existe una habitación donde hay variedades de
medicamentos. Cogió un par de cosas para curar su herida y una botella Armano
Ferret Branco importada desde Italia.
Al sentarse cerca de la mesa, destapó la botella y sirvió un
poco de aquella delicia de licor en una copa de cristal muy preciosa y
delicada, tomó un sorbo y comenzó a desinfectar, curar y cubrir el corte
realizado con navaja.
Mientras trataba la herida pacientemente, Joshua pensaba:
—No sé qué hacer ahora, podría dar vueltas y vueltas por la
ciudad pero no me ayudaría de nada… Tengo que llevarla a su hogar, y buscar a
Nick… Pero, ¿dónde lo encontraré?
Y justo en aquel momento, Joshua alza la mirada descubriendo
una nota sobre un papel, En la esquina lleva un dibujo de aquel mapache con lentes
oscuros y sombrero que representa la firma de Nicky Romano. —De alguna manera,
no se dio cuenta de eso antes—
— ¿Qué será esto? A ver, aquí dice: “tu primera desilusión
sabrá cómo encontrarme”. —Joshua lee en voz alta la nota de Nick.
— Porqué siempre tienes que hacerlo de la manera difícil
Nick… —replicó Joshua con voz fuerte y cansada.
Joshua no quería esperar un momento más, se cambió la ropa
que estaba desgarrada y desesperado partió hacia la puerta, al dar el primer
paso fuera de la casa… Recordó a Sarah mas no teniendo alternativa, la cargó en
brazos y la llevo a su destino o lo que creía su primera desilusión...
Caminando más rápido que de costumbre, Joshua cargaba a Sarah como si fuera una
muñeca de trapo a lo largo del trayecto, para conseguir su auto.
Joshua: Qué bueno el conseguir una pista de su paradero, no
entiendo que de divertido le ve Nick a esto… Bueno, cada quien tiene sus manías
y no puedo juzgarlo; es mi amigo y debe tener alguna explicación, y si no la
tiene lo matare con mis propias manos. —Aunque Joshua nunca podría matar a
nadie, sus palabras no carecían de determinación al cumplir su objetivo.
Al llegar al parque, se detuvo un momento a ver aquel árbol
gigante… Joshua embelesado, observó por tres minutos ese árbol sombrío, sintiendo
que alguien o algo lo llamaba silenciosamente. Dio vuelta en la esquina y al
mirar a lo lejos se notaba su auto no muy lujoso. Joshua tenía en su posesión
un Mercedes Benz SLK-55 AMG en un color negro metalizado, gracias a su
jefe. Desbloqueó el auto, abrió la puerta y sentó a Sarah en el asiento del
copiloto, bajándole un poco el espaldar para recostarla, acto seguido cerró la
puerta y entró al auto para luego arrancar dirección a su destino.
Joshua conocía a Jazmín desde hacía muchos años, refiriéndome
a la edad de nueve años. En ese entonces ellos eran una pareja, hasta que ese
lúgubre día llegó.
Conduciendo por calles húmedas y vacías, tanto de personas
como de esperanzas. Joshua buscaba un bar a las dos de la madrugada, donde
encontraría a Jazmín haciendo lo que sabe hacer, dobló a la derecha en la
última esquina y entusiasmado dijo:
— ¡ahí está! Ese es, podría jurarlo.
En un letrero muy grande con unas luces dañadas y casi por
caerse, se veía el nombre a lo lejos del auto “La Esmeralda”. Joshua no
contenía su emoción por descubrir si era la decisión correcta el haber escogido
ese lugar para empezar con la investigación, pero no tenía más opción que
arriesgarse a pasar vergüenza ante aquella persona.
Estacionó cerca de la puerta trasera, por si acaso pasaba
algo que arriesgaría la vida de Sarah. Se propuso a pasar tras esas puertas de
color verde con un borde plateado y manillas doradas (tenían mal gusto en ese
entonces). El ambiente cambio Instantáneamente, paso de ser una noche gris a una
habitación estruendosa y desnudista; Joshua notaba la presencia de drogas,
alcohol y mujerzuelas con sólo respirar dando los primeros tres pasos al
entrar.
Este bar no era solo para hombres, no son muy comunes pero,
este es un bar llamado las cuatro estaciones, era su seudónimo, ya que fue
fundado para el disfrute de caballeros y damas, tanto heterosexuales como
homosexuales.
Joshua estaba un poco perdido en el lugar, tenía años que no
visitaba ese sitio, aunque solo fue una vez por la misma persona. Observaba
todo el lugar en su búsqueda, pero al parecer "ella" lo encontró
primero a él; en ese momento Joshua nota una palmada en el trasero y da un
salto de asombro girando todo el cuerpo de un lado a otro buscando quien lo
había hecho, y al tocarse el pantalón justo en los bolsillos traseros encuentra
una nota que decía: “te espero tras la puerta roja del final, besos, Jazz”,
escrita junto con un beso de un labial rojo carmesí.
Joshua arranco una caminata a lo que le dirigía a la puerta
trasera, podía ser una trampa, pero no se iba a detener hasta saber la verdad
de todo.
En el auto, en ese momento:
Sarah volvió en sí misma y no sabía dónde estaba, curiosa
observó alrededor del auto y consiguió una nota junto con unas pastillas para
el dolor en general. La nota decía claramente que esperara en el auto por si
despertaba y las pastillas eran por si tenía dolores de cabeza o algo parecido.
Claramente se tomó las pastillas, luego sin nada que hacer empezó a ver por la
ventana, justo hacia la salida del bar, notando como salía Joshua de ella.
Continuando dentro del bar:
Joshua salió de dentro del bar esperando al escritor de
aquella nota y tras unos dos minutos se abre la puerta y se escucha:
—Hace tiempo que no te veo por aquí mi amor. —salió una voz
aguda y, a la vez, un poco varonil.
—Hola jazmín. —contestó Joshua.
Al saludarse, Joshua le ofrece el saludo de manos
convencional, pero Jazmín tenía otros planes… A lo lejos se ve un abrazo largo
y un beso proporcionado por Jazmín.
— ¡Qué repugnante! Déjame en paz ya te he dicho muchas veces
que lo nuestro se terminó. —contestó Joshua, desagradado por aquel beso.
Joshua ve a Jazmín detalladamente, pasmándose
momentáneamente al notar el gran cambio de Jazmín, parecía un hombre disfrazado
de mujer.
— ¡¡Te convertiste en travestí!! ¿Ahora que eres? ¿Qué te
paso? —preguntó Joshua, exaltado por aquella incómoda situación.
Mientras que en el auto Sarah estaba viendo todo lo que
pasaba entre Joshua y Jazmín, lo que de lejos parecía un travestí, y una escena
que le destrozaría el corazón... impactada y a la vez confundida, Sarah pensó:
— ¡¡No lo puedo creer!! ¡¿Es gay?!
----Capítulo VII “Acosando la verdad II
Parte”----
Una mente llena de recuerdos vacíos, una noche complicada,
calles frías amarradas a la soledad, un trabajo absurdo en donde debes hacer
exactamente todo lo que manden, para conseguir agradarle a unos y darle razón a
otros para odiarte.
Jazmín, una mente perturbada por sus parientes, busca su
libertad en los lugares más extraños posibles… Pero para eso, tuvo que dejar su
amor a un lado y poder encontrarla —Como personas diferentes, tenemos
libertades diferentes— Así es como continua esta historia que parece tener un
final feliz, dentro de todo lo que existe y existirá.
Luego de una breve charla, momentos incómodos y un tanto
espeluznantes, Jazmín dice:
— ¿Por qué no entramos? —guiñó el ojo al terminar.
—Lo siento Jazmín, no vine por eso que tienes en mente, pero
necesito de tu ayuda. —respondió él con un tono de voz un tanto impaciente.
—Oh, mi querido Joshua se siente perdido sin mí. —contestó
con una voz hilarante, pero luego de ver la expresión de Joshua un tanto
molesta y dispuesto a acceder una de sus peticiones solo para jugar un poco con
él. —Responderé cualquiera de tus preguntas, si y solo si me aceptas un baile
privado, lo haré como nunca se lo he hecho a nadie, recordando los viejos
tiempos... ¿qué te parece, hermoso, tenemos un trato? —sugirió con pertinencia
en sus palabras, dando a entender que si rechazaba, no podía conseguir nada de
su conocimiento.
— ¿En serio?, ¿no quieres dinero?, Sería mejor, ¿con el
beso, no fue suficiente?; ¿¡qué demonios quieres de mí!? —preguntó a Jazmín,
angustiado.
— ¡Quiero todo!, Como me acostumbraste. —protestó Jazmín a
lo más importante de sus preguntas, cruzando los brazos. — ¡Dios!, Está bien.
—Agobiado, Joshua acepta las condiciones, pero quería marcar una también. —
Sólo tendrás veinte minutos, nada más, ¿Estamos? —exigió junto con palabras
firmes.
Jazmín suelta una carcajada y negándole toda condición dijo:
— ¡Aquí no puedes gobernar! Yo soy la reina de este mundo y
sólo la reina tiene el poder de mandar en este castillo, vienes a mí únicamente
por información y yo decido cómo será pagada cada una de mis palabras y no
podrás rechazar, porqué sé que las necesitas. ¿¡Quedo claro!? Comandante de
flota hecha de papel. —soltó un pequeño discurso acerca de cómo está
distribuida la autoridad entre ellos.
Joshua con la cola entre las piernas y sin quedarle de otra,
acepta aquel baile lleno de seducción propinado por parte de su desilusión, y
contestó:
—Tú ganas, obtendrás lo que deseas, sin embargo me dirás
todo lo que sabes, sino se acaba el trato en este momento.
—Que empiece el juego tesoro. —contestó con una voz de
satisfacción.
Lo toma de la mano rumbo lugares exclusivos del bar pasando
por medio de muchas personas que asisten a esas horas para calmar su insomnio y
su mente depravada, y detrás de una puerta gris pasando la cortina de seda
color marrón se encuentra el sillón verde oscuro donde Jazmín con un jalón,
lanzaría a Joshua hasta caer sentado para poder disfrutar su espectáculo.
Sarah asombrada no podía creer lo que hacía Joshua, pero
luego pensó en que ni conocía su nombre y se lanzó dentro de sus pensamientos
una vez más para recobrar la calma. Poco después salió del auto, buscando las
respuestas que inundaban su curiosidad.
Caminó por la acera llena de ilusiones marcadas por huellas
de zapatos, borradas por el poco de lluvia que caía acariciando el viento de
las calles y dándole un toque resplandeciente al ambiente en donde se
encontraba ese bar de segunda mano muy frecuentado.
Cada pisada la aterrorizaba y le dolía —causa de su anterior
caída—, pero estaba decidida a terminar con sus dudas de una vez por todas, no
sabía que pasaría, ni mucho menos cómo reaccionar en situaciones desconocidas
para ella.
Sarah se detuvo un momento en la entrada del bar, respiró
profundamente prolongando cada paso, lo hacía cuatro segundos y pensaba:
—Inhalar… mantener… y exhalar. —Y aún en sus pensamientos
—Inhalar… mantener… y exhalar—. Lo repitió dos veces más por estar muy
nerviosa; esto era una costumbre para ella, lo hacía cada vez que sentía no
poder con la situación, y gracias a su abuelo por enseñarle esta técnica, pudo
controlar más de una situación complicada en el pasado.
Detrás de las puertas de color verde, se encontraba un
sujeto de seguridad muy fornido pero un poco gordo, llamado Victoreé Stroganoff
ya que sus padres eran fanáticos de este estupendo platillo. Victoreé estaba
distraído y empezó a pensar en sus problemas personales, tantos que se podría
hacer otra historia con ellos.
Victoreé errante en sus pensamientos, careciendo de punto visual, fija su mirada en
una mosca posada en la pared; llegando a comparar a tal bichejo con una
mariposa en ese inmundo lugar, que en tales casos, esa mosca sería una
preciosidad. Él, embelesado en sus alas cortas y pacíficas, no podía parar de
imaginarse cosas. La mosca decidió
cambiar de lugar, tal vez porque se sentía observada, posándose en una de las
ventanas de la puerta; Vic la siguió con sus enormes ojos, percatándose de que
recién llegaba una nueva clienta, o eso creía él. Se alistó para hacer su
trabajo sin sospechar que un pequeño tropiezo ocurriría entre ellos.
Victoreé velozmente, con la poca caballerosidad que le
quedaba, abrió la puerta segundos antes de que Sarah intentara abrirla,
suspendida por el asombro, tropieza con un pequeño muro que separa la calle del
bar. Victoreé con unos pocos reflejos conservados de la marina, pudo atrapar a
Sarah con la mano que tenía libre, salvándola de una segunda caída. Sarah
apenada se desata de la mano de Victoreé y con la frente agachada camina hasta
encontrar la zona principal. Donde se ubicaban sus dos barras de bebidas
atendidas por bartenders extranjeros profesionales, y en medio de todo estaban
las mesas junto a sus respectivas sillas, jaulas, mini escenarios, en fin… todo
el material para que el show de strippers fuera endemoniadamente original e
inolvidable.
Sarah no creía todo lo que veía, era un desastre para ella,
mujeres por aquí, hombres por allá y otra clase de desconocidos para ella
—transexuales—. Su pequeña mente inocente se paralizó al entrar en aquel salón,
y alguien desconocido le toca el hombro y le dice al oído:
—Hola belleza, que tal si vamos a un cuarto. —dijo la voz
que no parecía tener un género por definición.
Sarah se asustó, tapó sus ojos con ambas manos y empezó a
correr por todo el lugar sin tropezar con alguien o algo… No le importó el
dolor en su pie por ese momento de angustia y desesperación, a lo lejos se
escucha un grito de advertencia hacia ella que dijo: — ¡¡Cuidado con esa
puerta!!
Sarah no atendió a la advertencia del extraño y estrello su
cabeza contra la puerta gris de su camino, cayendo sobre sus posaderas sin
lastimarse el pie. Sentada en el suelo, soba su frente del dolor que le causo
su desesperación; ella no aguantaba más estar en ese obsceno lugar, pero su
intriga se encendió como la cerilla de un fósforo al pensar rendirse, sin
ningún motivo aparente, quiso esforzarse para conseguir lo que se propuso desde
un principio.
Sarah frustrada, empezó a buscar donde sea, y decidió probar
con la primera puerta gris que estaba en frente a ella… Poco a poco fue
abriendo la puerta, y mientras hacía eso, su corazón latía mucho y cada vez
aumentaba su ritmo, en su pecho se sentía como si martillos golpeaban con
esmero. Al abrir la puerta gris, se encontró con una larga cortina de seda
amarilla que no dejaba ver mucho detrás de ella solo dos siluetas bochornosas
haciendo cosas privadas en un lugar público; Apartó la cortina y observó algo
nunca antes imaginado por ella.
— ¿Cómo suponer que una mujer pueda estar en ese tipo de
posición frente a un hombre? —pensó Sarah con una cara en estado de trauma,
pero totalmente decidida.
Sarah salió en seguida de la habitación, se encontraba con
tanta confusión y entró en un estado muy al sur de lo norte que era ella,
quizás era por alguna clase de fármacos administrados que perdía la conciencia
poco a poco y aunque se arrepintiera en medio de su búsqueda, no pararía hasta
encontrar la verdad. Intentó nuevamente con otra habitación, pero esta vez
presentía que esta vez no iba a equivocarse, abrió despacio la puerta y al
pasar tras la cortina de seda color marrón, observó la silueta de Joshua,
detrás de una persona desconocida en medio de un baile erótico que hacía para
él.
Sarah enojada, corre en dirección a Jazmín buscando
malograrle físicamente. Y en un acto de locura —nunca había sentido celos por
alguien— la toma por la cabeza y hala fuertemente para descubrir su cara y
dijo:
— ¡Quítate de él perra! —gritó Sarah eufórica. Con el gesto
de halar, desprendió la peluca que llevaba incrustada en la cabeza,
descubriendo una extensa y hermosa cabellera dorada.
----Capitulo VIII “Acosando a la verdad
III Parte”----
Cinco minutos antes de la interrupción de Sarah...
Joshua: Esta es una de las noches más vergonzosas de mi
vida, pero tengo que tener la valentía y afrontar con seriedad este chiste que
está causando ella conmigo. Esto tiene que funcionar, o sino nunca obtendré la
dichosa información de parte de Nick, ese idiota, aparte de intentar matarme
físicamente, ¿Quiere hacerlo mentalmente? Realmente no lo entiendo, pero ya me
enterare cuando consiga llegar a donde esté y le romperé la nariz.
Las mañosas garras de la fiera Jazmín no soltaban a Joshua
por un segundo, impidiendo su libertad y aprovechándose de su carne que la
hacía estremecer tanto cuando estaba con él. En cierto modo Jazmín amaba a
Joshua, pero al dejarlo, ocasiono una gran herida que no se curaría fácilmente;
tanto así que ni pidiendo perdón a Joshua podría conquistarlo de nuevo, si
Jazmín le pintara en el cielo que lo amaba con su sangre, Joshua ni se
inmutaría al dar una respuesta rechazándola. Un corazón tan roto que ni con pegamento
industrial podría reparar, pero sólo con Jazmín, ella no tenía ni la mínima
posibilidad de conquistarlo otra vez, su tiempo había acabado y era tiempo de
resurgir el Fénix postrándose sobre sus cenizas.
Jazmín quería aprovechar esta oportunidad para recuperar el
corazón perdido de Joshua de la forma más sádica posible, porque no debería
llevar otro adjetivo. Jazmín comenzó su número de baile sensual de una manera
distinta a la de siempre, quizás era porqué el amor de su vida estaba frente a
ella. El cuarto empapado de un rojo ensangrentado, luces de neón tratando de
evitar la oscuridad pero sin volver a traer a la luz a los ojos de los
soñadores. El aroma a una carne conocida hacía que el corazón de Jazmín latiera
con fuerza, y en su mente decía que lo amaba, pero su boca solo decía cosas que
asustaban a la lógica de Joshua.
Sin dar muchos detalles de lo sucedido, se podría asegurar
que Joshua necesitaría un poco de alcohol y gasas para curar sus heridas, que
no se agravaron demás, gracias al gentil gesto de Sarah al decirle amablemente
a Jazmín que no abusara más de él. Esta era una de las pocas escenas extrañas,
enfermizas, únicas y bochornosas que Sarah había visto en su vida, pero como
toda mujer indecisa, se alteró y a su vez no sabía qué hacer. Se llenó de mucha
angustia al no saber cómo desarrollar su papel, pero tenía que esperar a la
reacción de su petición antes que nada, pero la larga espera le tersaba la piel
y sentía que iba a explotar su corazón.
Joshua no sabía qué hacer, en su mente pedía a gritos que
Sarah lo sacara de esa habitación rojiza, sin embargo quería permanecer ahí por
los motivos en los que llegó a esa situación, respuestas. La mirada de Jazmín lo aterrorizaba, tenía un
poco de sangre en la comisura de sus labios haciendo gestos que demostraba los
deseos de Jazmín, queriendo seguir con lo que más disfrutaba. Y eso era hacerle
daño a las personas que más amaba, probar un poco de su sangre era el modo de
saber que lo está haciendo bien, aparte de disfrutar ese olor particular que la
excitaba y la volvía loca como a ninguna.
Después de pensar un poco la situación, Joshua no podía
permitirse estar en tal acto bochornoso frente a Sarah, y muy lentamente se
levanta de la silla agarrando a Jazmín como si se tratase de un juguete y la hizo
a un lado « —¡¡Oye, esto no es justo!! —dijo Jazmín al ser apartada. » Joshua
estaba entre serio y enojado, empezó a reincorporarse de esa situación,
abotonando la camisa blanca manchada de sangre roja que gritaba libertad. Luego
de colocarse el traje y acomodarse la corbata azul, él estaba frente a un nuevo
amor y uno perdido... debía elegir, pero esta será una de esas situaciones que
se sienten de vida o muerte.
----Capítulo IX “Un misterioso
encuentro inopinado”----
Las veces que sopla el viento por las calles remolca
palabras como la felicidad, el amor, la unión, el odio, la esperanza... En su
totalidad son muchas hablándose de ellas hasta hartarse, y otras veces también
las colocan a prueba en sus propios diccionarios mentales, quizás para bien o
tal vez para el mal, pero nada ni nadie los puede detener en vuestros
pensamientos; dicen algo, piensan otra cosa, y actúan de otra manera diferente
en ambas situaciones; entre palabras y pensamientos perderán la vida
reconociendo que el culpable no es otro más que ellos. No obstante, sin querer
sentirse peor de lo ya previsto, buscan la manera de buscar a un “sospechoso”
denominándolo a él, culpable de todos los fallos que son causados por sus malas
ideas. Puede ser una piedra, una mariposa, un niño, un hermano... Puede ser lo
que se quiera en ese momento de desesperación; aquel donde se encuentra la duda
acerca de cuanto duele tener la culpa, y la valentía de afrontarla junto con
sus consecuencias. Al fin y al cabo, lo que decidan estará bien, porqué si
podemos aprender a construir inmensas esculturas de hierro, tenemos alguna
oportunidad de empezar el aprendizaje del perdón.
Ladridos resuenan a lo lejos, junto con la mezcla de un
collar canino de cuero y plata, marcando el nombre “Max” en el indicador;
mientras a lo lejos, habla un hombre en una reunión...
—Max ¿Qué haces aquí? ¡Espera en el auto! —ordenó Duke.
Max gruñó y ladró una vez más, señalando el auto con su
hocico y al mismo tiempo atiesó su cola, mostrando la urgencia que se presentaba;
Duke recibió la señal y dijo:
—Disculpa un momento Annabelle, creo que es urgente.
—pronunció un poco apenado estas palabras, por la situación de negocios que
mantenía en ese lugar.
—Está bien, puedo esperarte un poco... no es que haya estado
esperando este momento desde hace días, y que me vestí con mi vestido favorito
por ti Duke. —respondió Annabelle sarcásticamente, pero el sarcasmo es algo que
Duke nunca ha dominado, tanto entenderlo como expresarlo.
—Gracias por tu comprensión Anna, ya regreso. —dijo Duke muy
ingenuamente.
Se le acerca una persona un tanto pequeña para su edad y
hala el suéter de Annabelle pidiendo atención y dice:
—Hermana ¿Cuándo nos vamos de este lugar? Está muy sucio y
dijiste que íbamos al cine. —dijo Isabelle, colocando en su cara un puchero
infantil.
— ¿Y dónde crees que estamos? ¡Estamos en el cine!
—respondió un poco molesta Annabelle por la manera en la que Duke ignoró por
completo el trato que estaban haciendo...
— ¡Pero dijiste cine! No que íbamos a la parte trasera y más
oscura del cine. —cruzando los brazos y con el ceño fruncido replicó Isabelle.
—Ve acostumbrándote her – ma – ni – ta, algún día tendrás
que pasar por mensajera en estos negocios y papá dijo que te trajera conmigo
para que conocieras el negocio familiar. —dijo Annabelle sin pestañear al
explicar tal mandato de su padre.
—Bueno, si eso dijo papá... me esforzare mucho, mucho, mucho
para que esté orgulloso de su hija favorita. —contestó Isabelle con grandes
gestos dramáticos y muy tiernos terminando su oración con una hermosa sonrisa.
— ¡No hagas eso! —dijo Annabelle.
— ¿No hago qué? —respondió Isabelle con su hermosa sonrisa
seguido de una mirada que paralizaría un ejército furioso y lo transformaría en
algo más tierno que un animal con siete días de haber nacido.
— ¡Hermana, Deja de hacer eso! —gritó Annabelle.
— ¿Por qué? Lo menos que puedes hacer es llevarme a comer
helado después de salir de este lugar tan húmedo. —exigió Isabelle con la misma
cara de ternura y sus pucheros de niña.
— ¡No lo haré! —respondió Annabelle.
— ¡Que sí! Lo harás, porqué sino te arrepentirás. —replicó
Isabelle un poco molesta.
— ¡Bueno, está bien! Tú ganas... pero no te acostumbres.
—respondió Annabelle al estar cansada de tanta presión ocasionada por su
hermana menor de trece años.
— ¡Sí, Gané! Como siempre lo hago... hermanita nunca puedes
conmigo ¡Ja! —dijo Isabelle, dejando atrás su cara de niña y sacando una mirada
picara señalando la superioridad de manipulación que tiene.
—Idiota. —susurro Annabelle.
En ese momento llega Duke y las interrumpe haciendo gestos explicando la urgencia de la situación.
—Perdóname Annabelle, me tengo que ir... tengo un aviso
urgente. —dijo con la voz un poco ansiosa de escapar de su boca.
—Duke, pero... ¿¡que va a pasar con el trato!? —Annabelle
aumenta la voz al ver que Duke está cada vez más lejos.
—No te preocupes, te llamaré. —respondió casi corriendo a su
auto.
— ¡DUKE! —gritó Annabelle. —pero Duke no escuchó por el
sonido del auto al encenderlo.
— ¡Vamos, sube rápido Max! ¿Qué haría sin ti? —dijo Duke
colocando en marcha el auto (Modelo: Maserati Quattroporte plateado con franjas
laterales azules color pintado en metálico) Duke, un gran amigo y protector de
Joshua, está en camino de enredar más la situación o dar con la situación. Gracias
al GPS en el dispositivo electrónico que posee Joshua en su bolsillo, Duke
podría ubicarlo hasta en los desiertos más calurosos o en los bosques
amazónicos más peligrosos y rescatarlo sin ninguna herida de gravedad.
Duke arrancó dejando a las hermanas Maccerinni a un lado y
huellas en el pavimento por el gran escándalo de derrape que hizo al salir con
tanta prisa. Había pasado una temporada desde que ese botón de urgencia no se
presionaba, Duke pensó que sería una tarea realmente muy fuerte y mantuvo en la
mente pasar por el escondite que Joshua le había confiado, Nick no sabía que
Duke también conocía acerca del escondite, donde está su cuello amarrado
gracias a una soga, mientras que Duke no sabía que Nick estaba en esa
situación. Por desconocer acerca de eso, se dirigiría hacia ese lugar primero a
buscar algunas armas por si tenía que enfrentar algún peligro desconocido, no
le bastaba con el poco armamento que cargaba dentro del auto.
Tardaría mucho en llegar al escondite, pero como era cerca
de donde estaba Joshua le quedaba de camino. Acercó su vista a su muñeca
derecha y vio su reloj percatándose de que eran las once y cuarenta minutos de
la noche; en su mente calculaba que el viaje sería de probablemente dos horas y
media. Con el corazón en la mano y el pie fundido en el acelerador, hundió más
el pedal por el bien de su protegido y de su propia vida.
----Capítulo X “Memorias del
pasado”----
Tantas cosas que pasan en el mundo, miles de autos
contaminando el ambiente y muy pocos tratando de “salvarlos”; millones de
acciones producidas por el ser humano, y todo esto tenía que pasarle a Sarah.
Muchas veces se escucha por las calles que todo sucede por una razón; pero no
es más que otro enroque de la satisfacción que se necesita cada día para que
las cosas malas sucedan porque si, y las cosas buenas sucedan porque las hemos
pagado momentos atrás. Una vida no paga la muerte de otra, y sólo a los
psicópatas le satisface tal atrocidad. Si se colocan a leer más y empiezan a
escuchar mucho más aún de lo que les gusta hablar, estarían colocando el primer
paso firme para cambiar esta indiferencia hacia lo que no se entiende. Con el
tiempo, podrían salir de ese caparazón simbólico y empezar a desplegar aquellas
alas que los llevarán sin prisa, lejos de las cadenas que matan la conciencia
de cualquiera, convirtiéndolos en algo que los haría arrepentirse por años.
No es fácil, ni mucho menos imposible salir de ese encierro;
es como ser diminuto y estar atrapado en un vaso vacío... Pero se puede
intentar salir, y aunque las rodillas sangren todos los días, siempre habrá
algo que te permita levantar la frente y ver hacia el camino de tus sueños,
haciendo que toda esa sangre y lágrimas no solo valgan la pena, sino que esos
líquidos hipotéticos llenarán el vaso donde podrás llegar a la cima y gritar
que si se quiere, se lucha y al final todo en la vida se puede; con un grito de
júbilo, celebrarán la salida de esa prisión.
Para Joshua, los primeros años de su vida no fueron los más
fáciles; tenía que llevar una vida diferente a los otros niños del vecindario
que se la pasaban jugando en la calle, mientras que él no podía salir a su
antojo. Esto, lo llevó a tener un amplio vocabulario a tan temprana edad y
pensar de una manera en que un niño no lo haría, convirtiendo sus
conversaciones en algo que no era tan infantil, pero gracias a su tío el cual
lo acompañaba a los parques para que no sufriera mucho el estrés de una familia
perteneciente a la mafia italiana. Porqué Joshua era lo suficientemente
importante para ir desarrollando el potencial del futuro jefe de Montreal.
Puesto por el cual más de uno mataría, ellos estaban en proceso de una nueva
ley impuesta sobre esa familia, y como se aprobó por el consejo familiar, el
peligro hacia Joshua era mucho mayor que antes.
Tiempo atrás, hace veintidós años:
Se abre la puerta principal de una casa enormemente hermosa,
con jardines verdes y flores coloridas, donde entra un señor mayor trajeado
impecablemente:
— ¡Josh! Sobrino querido, ve a alistarte, hoy salimos al
parque. —dijo Frank con son de orden.
—Está bien tío, ¿hoy compraremos pan como el sábado pasado?
Quiero volver a alimentar a las aves del parque. —respondió Joshua tímidamente
y entusiasmado.
—Si sobrino, este es tu día, podemos hacer lo que quieras.
Sabes que eres como un hijo para mí. —dijo Frank, mientras se agachaba para ver
directamente a Joshua a los ojos y preguntó—, ¿Te acuerdas de Duke?
—Sí, tío. —respondió agitando la cabeza infantilmente en
afirmación.
—Él es cinco años menor que tú, pero cuando sean grandes,
quiero que se protejan el uno con el otro.
¿Está bien? —dijo Frank revolviendo el cabello a Joshua y
haciendo un poco de fuerza.
— ¡Sí, Esta bien! —respondió Joshua irguiendo el cuerpo por
el peso de aquella caricia de su tío. — ¿Sí, está bien qué? —dijo Frank alzando
un poco la voz, tratando de marcar su jerarquía, — ¡¡Si, Señor!! —contestó
Joshua, haciendo un saludo militar muy infantil.
—Para la próxima que se te olvide, llevaras un coscorrón.
¿Entendido? —añadió Frank. — ¡Entendido! —afirmó Joshua.
Frank lanzó un coscorrón a Joshua. —Te lo advertí. —dijo
Frank y Joshua confundido gritó.
— ¡¡Tío!! ¿Porque lo hiciste? —manifestó Joshua sobándose la
cabeza.
— ¿Cómo puedes ser tan olvidadizo muchacho? Cuando yo tenía
tu edad me aprendí toda la tabla periódica y todo un libro completo de alguien
que tú ni conoces. —contestó Frank con unas de las muchas hazañas de su vida.
— ¿Y viste algún dinosaurio? —preguntó Josh muy esperanzado
y con sus ojos grises resplandecientes.
Frank lanzó otro coscorrón y mando a Joshua a bañarse para
salir.
— ¡No salgas hasta que estés completamente vestido! —dijo
Frank—, ¡¿Qué edad cree que tengo?! Ese muchacho, a veces no sé qué hacer con
él. Pero bueno, tengo que hacer algo para que se distraiga, porque si no
perderá su niñez. —susurró Frank para él mismo.
Al Joshua estar listo, Frank lo llevó al auto y fueron
juntos hasta una panadería que estaba en toda la esquina, cerca de un parque
muy grande con un árbol acogedor. Se bajaron a comprar pan y dejaron el auto
para caminar hasta el parque. Mientras que caminaban bromeaban juntos y con las
manos migaban el pan para ofrecerlo a las aves. Buscaron donde sentarse,
probando tres bancos, pero prefirieron sentarse en las raíces de un gran árbol.
— ¿Aún te acuerdas como darles de comer Josh? —preguntó Frank.
—Creo que si tío, lo intentare. —respondió Joshua.
—Está bien, inténtalo. —dijo Frank.
Joshua tenía casi todo el pan en migajas, pero tenía unos
trozos bastante grandes para ser migados. Agarró un pedazo grande de pan y
cuando se postró el ave en busca de comida, Joshua lanzó con todas sus fuerzas
el pan; pero la paloma al ser más ágil lo esquivó muy fácilmente y salió
volando.
Frank le da un coscorrón a Joshua y dice:
— ¿Cuantas veces tengo que decirte que no se hace así? —preguntó
Frank—, dar de comer a las aves se hace despacio, suavemente y con un puñado de
migas, no con el pan completo. ¿Entendido? —replicó Frank.
— ¡Ay, ay, ay! Duele mucho. Está bien, entendido ¡señor!
—contestó Joshua sobándose la cabeza nuevamente.
—Así me gusta. —respondió Frank con una carcajada de viejo,
y luego se tapa la boca para toser.
Siguieron dando de comer a las aves durante una hora hasta
que acabase con las migas. Como era de mañana, tenían mucho tiempo para
relajarse y conversar, comer dulces y jugar juntos. Pero no solo estaba su tío
en el parque, siempre pasaban personas que hacían ejercicio y los que paseaban
con sus hijos... Había una niña escondida en los arbustos, la cual estaba
embelesada observando el gran árbol y a las dos personas que estaban ahí, debe
haberse perdido. Aunque nadie sabía que estaba ahí, a lo lejos se escuchan unos
gritos y Frank voltea, observa a un señor no tan mayor, de unos cuarenta y
nueve años (Llevaba una camisa gris con una chaqueta de piel sintética y jeans
azules), Llamando a una niña.
El señor gritaba con las manos posadas alrededor de su boca
y siempre al mismo nombre:
— ¡Sarah! ¿Dónde Estás? —Como no respondía, siguió llamando—
¡¡Sarah!! Sal de donde estés. —Se escuchó este gritó, con un poco de desesperación.
Mediante gritaba, se iba moviendo por el parque tratando de
encontrarla. Frank estaba en el árbol enorme con Joshua, y el señor pasó muy
cerca pero sin molestarlos. Como Frank entendía la preocupación de ese señor
quiso ayudarlo y se acercó a él un poco angustiado.
—Señor, si gusta puedo ayudarlo a buscar a su hija. —dijo
Frank.
—Sería de gran ayuda, mi nombre es Robert mucho gusto... ¿Su
nombre es? —preguntó Robert, muy educadamente.
—Soy Frank, un placer... y dígame ¿a quién buscamos? —contestó
Frank, mirándolo fijamente.
—Cierto, se llama Sarah y no es mi hija, es mi nieta y creo
que me quede dormido mientras ella jugaba sola; cuando desperté no estaba y
desde entonces llevo más o menos quince minutos buscándola. —dijo Robert—, Ella
tiene apenas seis años, cabello rojo, piel blanca y unos ojos inconfundibles.
—describió lo más reconocible posible.
—Entendido, vamos en su búsqueda. Nos separamos y así
abarcamos más territorio. —sugirió Frank, para hacer la búsqueda más rápida.
—Me parece grandioso, bueno ¿Qué esperamos? adelante. —Al
finalizar estas palabras, salieron en búsqueda de Sarah, una niña muy hermosa
de cabellera roja ¿Cómo podría ser difícil esta búsqueda? Si el cabello rojo
delataría su posición.
Robert salió a la búsqueda, mientras que Frank se quedó un
momento para decirle a Joshua que esperara en ese lugar un rato, y siguiera
alimentando a las aves mientras el buscaba a la niña perdida. Frank emprendió
la búsqueda y buscó otro lugar donde pudiera estar, omitiendo un gran arbusto verde
donde se escondía Sarah de todo el mundo, a pesar de estar muy cerca de ellos.
Minutos antes de que se escapara Sarah, todo estaba
tranquilo. Ella se encontraba jugando con unas hojas de un color verde intenso
y pensaba que le quedarían bien en el cabello; así que se colocó una, como si
se tratase de una rosa. Muchas mujeres se sienten hermosas al llevar una rosa
en el cabello; no obstante, Sarah se sentía aún más hermosa con solo tener una
hoja, una simple hoja que cayó de un árbol. Se sentía tan feliz que volteo a
enseñarle a su abuelo Robert; y lo que ella menos pensaba sucedió al ver a su
abuelo apuntando con la cámara para atrapar ese momento mágico.
No hay día que su abuelo no recuerde la cara de felicidad
que tenía Sarah. Luego de tanto sufrir, ella aún podía sonreír y de la manera
más tierna posible. Su cara de tez blanca, sus mejillas rosadas y algunas pecas
que parecían pintadas con pincel (de la perfección que poseían). Luego de tomar
la foto, Sarah siguió jugando mucho más... Robert tuvo que trabajar horas
extras en el trabajo y no pudo dormir mucho, así que de un momento a otro quedó
rendido en el banco donde se encontraban.
Sarah curiosa de la vida, con seis años y su inocencia, alzó
la cabeza y vio un pequeño animal de cola peluda con una nuez en las manitas y
con la boca tratando de abrirla. Su primera reacción al verla, fue correr hacia
ella y tratar de agarrarla, pensaba que era muy tierna y quería abrazarla
fuertemente. Sarah en el camino de agarrar al pequeño animal se perdió, pero continuó
buscándolo y vio cómo se subía a un gran árbol.
Ella no sabía trepar arboles así que ideó un plan maestro
(según en sus pensamientos, era un plan “Maestro”, pero hay que darle mérito
por el gran plan que pensó). Esperaría escondida en unos arbustos para que el
animal no observara amenazas y bajara de su escondite, mientras ella se
mantendría quieta para poder salir corriendo buscando un abrazo lleno de
ternura.
Mientras Frank y Robert buscaban a Sarah, ella estaba muy
tranquila acostada boca arriba dentro de los arbustos que se encontraban muy
cerca de donde ellos se detuvieron para hablar. En ese momento Joshua estaba
fastidiado sentado dando de comer a las aves solo, pero de imprevisto escucho
algo que venía de unos arbustos. Su naturaleza curiosa lo empujó más allá para
investigar qué era aquello escondido detrás de esa incógnita verde y esponjosa
tambaleándose por la fuerza de la brisa que tenía lugar ese día.
Sarah no se distraía ni un minuto para capturar al animal
que sus alimentos recogía, sus pequeños ojos se hicieron un poco más grandes al
ver como salía el pequeño y peludo animal del árbol, bajando lentamente.
Mientras que el animal se ubica bajo el gran árbol, posándose en sus dos
pequeñas patas observando todo el lugar buscando alguna amenaza, Sarah se preparaba para dar un salto de los arbustos y
correr a cogerla; lo que ella no había planeado era lo más inesperado de su
vida, Joshua se decidió y fue corriendo a los arbustos.
Muchas veces cuando se presentan competiciones en base a la sincronización, a las mismas les hacen falta una tan perfecta como la que
ocurriría en ese lugar. Joshua con apresuro fue a investigar y Sarah distraída
realizó un gran salto que asombró a Joshua y cayeron juntos en la grama sin
hacerse daños grave.
Joshua abrió los ojos y vio que tenía cabello rojizo por
todos lados, y estos no lo dejaban respirar; Sarah se reincorporó fácilmente,
pero solo alzó la cabeza. El choque de esa mirada inopinada desataría una
aparente aceleración en el corazón de ambos, quizá no era por el color de sus
ojos (destacando que eran realmente hermosos), sino la forma en que la
vergüenza provocada por esa situación imprevista por aquellos cuyas miradas
besaban su alma sin siquiera saber que es un beso de amor, lo que conlleva y su
significado emocional.
Apenados, con movimientos bruscos, los dos pudieron
separarse. Se podría comparar sus caras con cosas rojas como tomates, porque
por primera vez sentían tales cosas en sus pequeñas e infantiles mentes. ¿Quién
dice que el amor infantil no tiene lugar en esta vida? Nada es imposible, pero
para que todo sea posible, hay que escoger el camino con más piedras que
tropezar; porqué de los errores se aprende y de los consejos también. Aunque no
todos tengan la misma suerte o capacidades tanto intelectuales como físicas que
poseen los demás, siempre se puede ser lo que se quiere y para mejorar hay que
tener en la mente el esfuerzo con su debida perseverancia.
Joshua estaba sentado a espaldas de Sarah con la mano
derecha tocando la parte trasera de su cabeza e inclinándola por el rubor que
sentía, entretanto Sarah, se encontraba sentada con las manos detrás de su
espalda apoyándolas en la grama mirando hacia el cielo con las mejillas tan
rojizas como su hermosa cabellera y a la vez jugaba con sus pies.
Joshua ve que la situación es bastante incomoda, y al pasar
tres minutos de completo silencio, se decide en voltear y tratar de sacarle
algunas palabras de la boca de Sarah.
—Te llamas Sarah ¿no? —dijo Joshua, sospechando de la niña
perdida.
— ¿¡Cómo sabes mi nombre!? —Sarah soltó un grito muy agudo—
Espera, ¡Yo no soy Sarah! —dijo ella, tratando de confundirlo.
—Pero si acabas de decir que era tu nombre ¿Cómo piensas que
caeré en tu trampa de mujer niña? —contestó Joshua, buscó su mirada y dijo.—
¡Nunca te diré como te reconocí! —sacando la lengua en forma de burla.
— ¡Dime! ¿Nunca te he dicho mi nombre? —dijo Sarah un poco
asustada, y a punto de romper en llanto, pero solo salió una lagrima a saludar.
Joshua quería hacerse de rogar, pero aquella mirada tan
desolada y aquella lágrima que abrazaba la cara de Sarah no eran demasiado
bueno para su conciencia. Se detuvo un minuto a pensar a ver si su boca estaba
de acuerdo en decirle la verdad, por más tonta que sea la misma, en total
fueron diez veces que pasó la situación por su mente, nueve veces en negarlo
todo, pero la única vez que acertó con decirle la verdad fue la ganadora;
porque su mente no se sostenía en que ganara la mayoría, sino realmente en
quien tuviera la razón en el asunto.
Él, a su manera le contó lo que había pasado minutos antes
de encontrársela bruscamente y le dijo a Sarah «Si no te das prisa, tu abuelo
se irá sin ti», terminando con ese clásico final para asustar un poco a esa
niña que poco conocía.
Sarah se levantó y le exigió a Joshua que la acompañara a
buscar a su protector (como ella le dice a su abuelo). Joshua a lo lejos de
ponerle restricción a su petición, aceptó muy amablemente y empezaron la
búsqueda del abuelo de Sarah. Estos niños salieron del parque caminando por la
acera que rodeaba el parque, una enorme y rectangular área llena de árboles,
flores, pequeños animales, caminos para las bicicletas... resumiendo, un
frondoso y hermoso lugar verde pintoresco para permanecer adormecido de
sentidos.
Entretanto Frank, Robert, Sarah y Joshua estaban ocupados
buscándose entre sí por parejas. En un lugar a las afueras de la ciudad se
estaba llevando a cabo una reunión, dentro de una bodega, alrededor de una mesa
hexagonal, donde en cada punta iba sentado uno de los seis jefes pertenecientes
del gran espectáculo de las mafias Montreal. Se escucha el sonido de un puño
furioso marcando orden.
— ¡¡Hay cosas más importantes en la mesa para resolver, que
estar hablando sobre mi sucesor!! caballeros últimamente he observado el
problema que tenemos con los drogadictos que se creen distribuidores, o
aquellos que intentan vender armas escondidos cerca de las calles 43, 95 y la
17 y no han hecho nada para evitarlo, o detenerlos. —expresó con autoridad el
valeroso sexto y mandatario de los otros cinco, poseyendo un nombre que causaba
temor a donde se pronunciaba, aquellos que lo escuchaban temblaban de miedo y
se arrodillaban pidiendo perdón sin haber hecho daño.
—Señor, disculpe mi intromisión, ¿pero no se convocó esta
reunión para hablar acerca de lo que se podía hacer o no en una guerra de
sucesores? —dijo el segundo escondiendo el cuello con los hombros, siendo este
uno de los jefes nuevos y apenas estaba aprendiendo a ser uno.
—Estoy de acuerdo con la nena del grupo —respondió el cuarto
a favor del segundo. Se tiene que destacar que este jefe, es una mujer un tanto
varonil pero con la belleza de siete mujeres en sus mejores épocas.
Mientras el quinto trata de levantarse, el primero se ríe de
su incapacidad debido a su vejez. Cuando los fieles subordinados terminan de
ayudar al quinto, estos apuntan con sus armas hacia el primero, pero el quinto
no deja que le disparen al primero bajándoles las armas a sus subordinados y
susurrándoles algo al oído.
—Sexto, con el debido respeto le hago una aclaración. —dijo
educadamente el quinto y siguió hablando. —Nuestra familia se hizo cargo de
esas tareas ayer por la tarde, aquí le tengo los informes y las fotos. —Con su
mano derecha hizo un gesto para que Tony (subordinado más fiel del quinto), le
acercara los papeles al sexto, y pasados unos minutos siguió hablando el
quinto. —Aclarando la situación a este punto, ¿podemos dar lugar a lo que hemos
venido todos? —exigió con una moderación de voz intelectual.
— ¿Sufrieron lo suficiente? —preguntó el tercero con una
sonrisa inquietante.
— ¿Por qué no lo ves por ti mismo? —respondió el quinto
acercándole una videocámara con el recuerdo grabado de aquellos que sufrieron
por no acatar órdenes.
Por un momento la habitación parecía un congelador donde se
guarda la carne, pero con la diferencia de que todos estaban callados y sonaba
en la videocámara los gritos tan feroces por parte de los desobedientes.
— ¡¡No!! ¡Para por favor, no me hagas daño! ¡¡NOO!! —Es lo
que se escuchaba en la grabadora, aparte de los chirridos que ocasionaba su voz
por cada parte de su cuerpo rasgada y desmembrada.
En total fueron más de diez videos, a veces con grupos de
tres personas o solitarios. Pero cuando estaban en grupos, estos tendían a
gritar más fuerte o a temer más, tan solo pensar en que alguien está sintiendo
lo mismo que otro los desespera y más si son sus amigos.
—Que divertido, quisiera ir la próxima vez. ¿Crees que hay
lugar para mí, quinto? —dijo el tercero con un brillo muy espeluznante en los
ojos.
—Creo que si se puede arreglar eso, pero tendrás que llevar
tus propios hombres. —contestó el quinto sin mucho apresuro. Le parecía
repulsivo el tercero y sus ganas de ver muerte en todo lugar.
— ¿Pueden parar este espectáculo tan ridículo? No tengo
mucho tiempo que perder con idioteces de maricones, ¿vamos a comenzar con la
discusión o me largo? —dijo el cuarto exasperado.
—Ahora comenzará el tema principal de esta velada señores,
ya saben las reglas. —dijo el juez de la mesa, que decide arbitrariamente sobre
todo lo marcado, no había otro como él, tan leal a la mesa.
Se abren las puertas llenando de luz la habitación que
carecía de la misma, pasa un hombre enorme y con músculos más grandes que su
propia cabeza, cuando va caminando acercándose a la mesa, reconoce que es
suficiente y se detiene. Detrás de él, sale un hombre un flacuchento con unos
papeles donde se especificaba la situación del tema que iba a comenzar a ser
discutido; se los entrega al juez y luego se va con el grandullón fuera de la
habitación.
El juez comienza una breve charla, se levanta y empieza a
repartir los documentos a cada uno de los señores de la mafia, cada documento
era especial, porque tenían información que necesitarían para la prueba que se
llevaría a cabo al finalizar la reunión.
Todos se mantienen callados mientras el juez termina de
repartir, viéndose las caras con una expresión de odio, nadie se llevaba bien
en ese lugar, todo era odio hacia los demás, a menos que se trataran de
aprovechar de un señor estos se mantenían con la expresión de la indiferencia,
repeliendo todo efecto malicioso de los pensamientos que se mantenían guardados
en esa caja de recuerdos que se llama pensamientos.
El juez tomo asiento y dijo: «Pueden abrir los sobres que
tienen a su alcance», todos abrieron los sobres excepto el sexto, y aunque el
juez se haya dado cuenta de que era una protesta, lo vio como un reproche de
niño que no quería obedecer a su madre cuando le exige que vaya a dormir
temprano; y aunque no lo abriera, el sexto tenía que permanecer con el sobre,
porque de no hacerlo este estaría ignorando las ventajas que le da esa
información con respecto al pequeño juego que está destinado para elegir al
nuevo sucesor, y a pesar de que el tiempo en que este culmine es incierto; ya
que pueden ser días o décadas en los que alguno de sus predecesores tome el
mando, ya se dio comienzo con las reglas acerca de lo que llamarían un juego
por el mandato de la mafia en esa zona.
—Aunque no abran los sobres, les informaré que seguirán en
la misma situación, ya saben a lo que me refiero. —dijo el juez y continuó
hablando. —Como pueden ver, tenían mucho tiempo sin reunirse, la mayoría de las
veces por los problemas del sexto. —Mientras que con sus manos hacía los
símbolos de comillas, queriendo destacar las faltas que ha tenido y dándoles a
saber que prácticamente mentía sobre su situación, alargando el tiempo. —Si
hubiera pasado más tiempo, tendríamos que tomar una decisión y expulsar al
sexto. Pero tuvo buena suerte en venir, ya que solo quedaba un día para tomar
esa decisión, como juez debo ser justo y no sería justo si no les comparto mi
opinión acerca de esto. —dijo esto, y poco después el sexto levantándose de su
silla, postró sus manos al escritorio que tenía en frente de él, y marcó un
impresionante estruendo, era una bestia cuando se trataba de fuerza, o eso
pensaba él; sonido por el cual a más de uno alertó, aturdiendo al quinto y
logrando que todos los guardaespaldas de aquellos grandes señores (no por su
estatura, sino por su poder), sacaran sus armas y teniendo por objetivo al
sexto. Se pudo escuchar a más de uno maldecir el nombre del quinto, y este
eufórico dijo: — ¡Aquí el jefe soy yo! Un maldito consejo o juez no va a
validar algo que no consienta, y mientras siga respirando nadie se moverá sin
yo saberlo ¡Malditos bastardos!— Cuando terminó de hablar, sacó un arma un
tanto extravagante enteramente de oro con detalles de diamantes, apuntó al juez
y con su dedo realizó siete disparos, el primero rozó la yugular y las demás
acertaron en la cabeza y en su corazón. Luego de eso, todos los de la
habitación guardaban silencio, solo quedaba el retumbo de los oídos por los
disparos, aunque por la costumbre de esas situaciones no era muy grave para
todos los presentes.
Fue entonces cuando el sexto se volvió loco, tenía una
mirada perdida, que buscaba algo que él nunca podría obtener, y empezó a
gritarles a todos: — ¡Ustedes no sirven para nada! Son unas gallinas, tanto que
hablan de asesinatos y de cómo se violaron a aquella familia, cómo los
desmembraban, pedazo a pedazo, sin matarlos, haciendo todo tan lento y
doloroso.— Como hablaba mucho, y no tenía tiempo de respirar el sexto se detuvo
a inhalar un poco de aire y continuó. —Ustedes no tienen derecho a lo que
tienen ¡Yo los creé! No pueden morder la mano quien les dio de comer por tanto
tiempo, ¿y van a querer elegir a mi sucesor?— Desesperado, amargado y con la
sangre hirviendo continuó expresando la superioridad que él creía tener sobre
ellos. — ¿Qué se creen que son ustedes? ¡Yo soy su dueño! No, soy mucho más
¡Soy su dios! Y ustedes son mis putos títeres, que muevo a mi voluntad; nunca
podrán con el peso que ejerzo sobre ustedes y nada ni nadie podrá impedirlo.
—Luego de decir estas palabras, todos tenían ganas de matarlo, y aunque el
discurso que tenía planeado la mente del sexto era mucho más largo, todos
querían cortándole la lengua y colocándosela en su trasero, como hicieron con
varios cabos sueltos.
El sexto seguía gritando, y en la habitación solo se podían
notar dos cosas, la primera era su voz al chocar con las paredes, y la segunda eran
las venas que mantenían un grado creciente en su cuello a causa de tantos
gritos y esfuerzos de voz. Él pensaba que tenía a todos contra la pared y
confiado no llevó guardaespaldas, no confiaba en nadie más que en él y por
castigo divino, sería el peor de sus errores, uno de los que no podría
arrepentirse. La puerta rechinó una vez más, y de esta salió un hombre con una
chaqueta que le llegaba a los pies color negro, ojos destellantes, fornido,
junto con un traje negro y una corbata carmesí; parecía que las sombras eran
sus amigas, pero decidió salir a la luz y dominarlas como hizo con la
oscuridad. Nadie se dio de cuenta que un intruso había entrado en la
habitación; este se dirigió lentamente hacia el sexto que aún seguía con su
gran sermón de dominación. – ¡Todos aquí son una porquería! Deberían aprender
de mí, soy el hombre perfecto, no llevo ningún defecto marcado en mí, ninguna
cicatriz de alguna lucha en mí hermoso cuerpo, y he batallado cientos de miles
de ellas. —gritaba el sexto expresándose con un gran ego, el cual no duraría
para toda la vida, porque su vida ya no le pertenecía.
Se le apareció un hombre alto a sus espaldas, y aunque fuera
obvia su presencia, nadie lo notó, ya que estaban ocupados odiando cada vez más
al sexto, que por ley de su organización no podrían matarlo así tan sencillo,
Esta ley establecía, “Aquel que agravara a muerte a un perteneciente de esta
mafia sería sancionado, siendo este un perteneciente de la misma categoría”.
Mientras que la única forma de obtener su poder, es ser de una categoría menor
y retarlo a un duelo donde sólo se permitía una navaja o las manos desnudas, o
no ser perteneciente de ninguna de las mafias y matar al líder con presencia de
testigos cortando su lengua, degollándolo y tallar su apellido en la frente del
decapitado. Todos asombrados por la manera en que su estatura se distinguía de
la del sexto (El sexto era un gordo no muy alto, pero con gran fuerza
comparándolo con cualquiera), sobrepasándolo por una gran porción de tamaño. El
quinto alzó la voz e interrumpió al sexto diciendo: —Creo que tu destino llegó
a su fin. —Soltó una carcajada y terminó burlándose. —Querido sexto, nos vemos
en el infierno, si es que ahí pueden aceptar tu avaricia por el poder. —Al
terminar estas palabras, el sexto quedó desconcertado y pensó que el quinto se
estaba volviendo loco por algo que no iba a pasar así tan fácil. — ¿Tú, te
opones a mí? Tú quien más me necesitó. Eres una escoria más, pedazo de
vejestorio. —dijo incrédulo de la palabra del quinto. Cuando el quinto iba a
responder, el sujeto de negro saca una navaja de su bolsillo dentro de la
chaqueta y destella por el filo que esta poseía. En ese entonces, de un momento
a otro, el tercero le dice al quinto: —Da la vuelta pedazo de imbécil.
Provocando que el sexto tratara de girar sobre su propio
eje, pero como el sujeto alto estaba detrás de él, y muy cerca, no pudo. El
hombre de los ojos destellantes al ver que el sexto se iba a voltear, lo agarra
por el cuello con una mano y lo alzó; mientras que con su mano izquierda que
tenía libre, conservaba su navaja.
En una mano tenía la navaja y en otra al sexto.
Presuntamente, proclamado por él mismo, un dios quien nadie podría lastimar,
porque las palabras no valen nada cuando las acciones demuestran lo contrario.
El sexto se trataba de liberar de la mano del gran hombre, pero no podía; con
sus dos manos tiraba de los dedos de la mano derecha y nada que podía apartar
la mano del desconocido que parecía que cada vez más se encarnaba a su cuello.
Fue entonces cuando decidió pegarle patadas y golpearlo al cuerpo; pero este no
se inmutaba por esos golpes tan débiles, los cuales no se comparaban con los
que recibió en miles de encuentros, donde el hombre misterioso guardaba cientos
de cicatrices alrededor de su cuerpo, pero ninguna en su cara. El hombre de la
corbata carmesí colocó su cuchillo en la boca y lo mordió para que no se
cayera; acto seguido agarró al sexto con ambas manos y así pudo sostenerlo con
la mano izquierda metiéndole la mano en la boca, agarrándolo como si estuviera
exponiendo un pez que haya capturado momentos antes; manteniéndolo en el aire
sin que pudiera colocar los pies en el suelo mientras que el sexto decía entre
arcadas —Suel-ta-me, mal-dito.
Cuando estuvo cómodo el gran hombre de la gran fuerza que no
aparentaba, agarró su cuchillo con la mano derecha y lentamente empezó a cortar
el cuello del sexto; si se le preguntase a cualquiera de la habitación acerca
de lo que sintieron cuando presenciaron esa escena única en la vida en primer
plano, todos te dirán lo mismo “Fue horrible”. Aunque todos tengan mentes
retorcidas, y todos quieran tomar el mando de la mafia de Montreal, solo una
persona decidida, sin escrúpulos, justa, desalmada y con corazón podría tomar
al toro por los cuernos, y este no era uno de esos pequeños y molestos toros,
sino una manada de toros eufóricos y con ganas de ver sangre en cada pared de
la ciudad. Lo que ellos menos imaginaban, pasó; alguien que solo habían
observado por unos escasos minutos les había dado tanto pavor que hasta sus
rodillas empezaron a temblar. Unos guardaespaldas guardaron sus armas mientras
que otros las tiraban por miedo, los chillidos del sexto se oían por toda la
habitación, pero no eran iguales a los gritos del sexto sin corazón que estaba
lanzando al vacío cuando sermoneaba a todos; porque si se va al caso, nadie lo
estaba tomando en serio y pronto le cortarían la lengua para que se callara, no
le tenían respeto al jefe, ya que este era más palabras que movimientos, y si
se resbalaba lo esperaría toda una bajada llena de púas que desgarrarían su
cuerpo.
De un momento a otro, los ojos vacíos quedaron y el cuarto
de sonidos carecía. El hombre alto, sabia de las leyes, parece que estaba
esperando el momento adecuado para atacar y eligió el correcto. Cuando terminó
de cortar la cabeza, el cuerpo cayó al suelo y metió su mano no por la boca,
sino por la parte que cortó; sosteniendo la lengua con sus dedos la arranca de
una sola jalada, alzó su mano derecha para que todos vieran la lengua y la
guardó en su bolsillo frontal de la chaqueta, quizá para enmarcarla como
trofeo, algo que haría el día siguiente; colocó la navaja en la mesa y sacó una
más pequeña, que serviría para grabar su nombre en la frente del sexto.
Todos excepto el quinto y el tercero quedaron atónitos al
ver tales imágenes y sonidos que sus mentes nunca olvidarían jamás. El hombre
desconocido, el hombre de la corbata carmesí, el hombre que dominaría la mesa
en una sola noche; estaba ahí, con su pequeña navaja tallando su apellido en la
cabeza del sexto, letra por letra, observando su mirada desalmada, y al
terminar dijo:
—Un hombre vale por las memorias de sus luchas, por eso
tengo estas cicatrices en todo mi cuerpo, pero, nadie ha podido tocarme la
cara. Y el que lo haga, lo mataré como nunca a nadie, en consideración por sus
actos. —Luego observó la sala y se dio cuenta de una escultura en medio de la
mesa, que tenía muchos picos filosos y como su objetivo lo pensó rápidamente y
tiró la cabeza del sexto al aire apuntando directamente a la púa sobresaliente,
la cual se encontraba en el medio de todas y de todos. Cayó la cabeza
atravesando la parte trasera del cráneo y la punta de la púa salió por el ojo
derecho, y en marcas de sangre se podía notar un apellido, el tercero muy
curioso e interesado por el que sería su nuevo jefe, se levantó y se acercó a
la cabeza del sexto. — ¡Bienvenido Di Rosso! Serás un buen líder,
personalmente, te serviré hasta mi último suspiro de vida. —dijo el tercero con
gran entusiasmo y haciendo una leve reverencia, que duraría un tiempo
prolongado, donde todos se fueron uniendo hasta que aceptaron a su nuevo líder,
realizando un saludo de respeto.
—Espero que estén preparados para lo que tengo planeado en
sus vidas, y aunque querrán arrepentirse, no podrán. Porque terminaran como
este bastardo. —dijo Di Rosso, señalando el cadáver del sexto. — ¡Ahora limpien
esta basura!
----Capitulo XI “Un muerto entre las
estrellas”----
Cuando se combina la desesperación de lo incierto con un
automóvil de potencia superior, se obtiene el estruendo de una bestia rasgando
las calles a toda prisa, sin importar consecuencias. Duke no debía por ningún
motivo o razón, omitiendo todo, hasta los pensamientos más insanos que han de
pasar por la mente; todo esto únicamente para lograr una tarea... El objetivo
de su vida, pero mientras más kilómetros recorrían, los llamados de emergencia
se acumulaban cada cierto minuto. Joshua no provocaba esto, pero Jazmín en su
afán de tocar completamente el cuerpo de Joshua, una, otra y otra vez, presionaba
cada dos por tres el interruptor sin saber de su existencia. Duke mantenía
mucha preocupación dentro de él, e intentaba realizar una llamada al celular de
Joshua; algo que claramente debió hacer desde el principio, pero dadas sus
experiencias en situaciones similares, le daba a entender o a reconocer que en
esos momentos Joshua nunca respondería. Intento disipar sus dudas y centrarse,
cogió su teléfono con la mano izquierda y presionó en los números del marcado
rápido y llamó… Pasaba cada segundo como gotas en el fregadero, y el sonido era
intenso, como en esos momentos de decisiones críticas; pasaron treinta segundos
una vez más, la séptima vez que marcaba y no contestaba el teléfono. Lo peor es
que seguía funcional el teléfono, pero no sabía si Joshua también estaba
completamente funcional.
Su preocupación y angustia subieron a un límite que rara vez
conseguía, ocasionando que Duke se dirigiera directamente a donde estaba su
preciado primo; obviando la parada en el refugio que había programado momentos
antes. Revisó el GPS, le faltaba menos de diez minutos para llegar, trató de
pisar más a fondo el pedal, pero no pudo, el automóvil ya estaba en su límite.
Éste cruzaba las calles como si no hubiera mañana, gracias a que antes de
entrar a la ciudad encendió un dispositivo inhibidor de radares y cámaras de
tránsito; pasando como un fantasma por las calles, a pesar de aquel ruido del
motor de su coche expandiéndose por su camino, y la velocidad que obtenía en
esa carretera, hacía verlo cómo un coche bestial.
Duke, junto a su perro Max les faltaba poco para su gran
llegada; mientras que Joshua, Sarah y Jazmín se encontraban en la disputa por
quién protagonizaría la escena. Una familia de la cual no tenían nada en
relación, permanecían a la luz de la luna con un telescopio a la mitad del
parque sobre una pequeña colina rodeada por árboles. Se podía apreciar un
cartel donde colocaba “Área astronómica” presuntamente para aquellas personas
cuyo pasatiempo o vida, dependiera estar observando de un telescopio hacia el
espacio exterior, hermoso y misterioso; últimamente, como pocas personas.
Era una noche pacifica para aquellos que rodeaban la zona
pública, espiando a las estrellas. Aunque sólo se encontraba una familia, un
tanto peculiar, bueno... ¿Qué familia no lo es? Marido y mujer desde hace
más de diecinueve años, se conocieron a los dieciocho y su relación no tuvo
lugar hasta que llegaron a los veinte. Por años trataron de concebir un bebe,
pero por problemas de fertilidad no podían; costearse el lujo de la inseminación
artificial era imposible en su situación económica, así fue como decidieron
adoptar a un recién nacido, llenando de alegría ese hogar que por mucho tiempo
sentían vacío. Sin embargo, al paso de unos años después, quizá cinco o seis,
luego de dos botellas de vino y un trago de escocés, Felicia, la esposa de
Naldo, quedó embarazada de una niña a quien llamarían Esthella. En esa noche
fría, ella tenía nueve primaveras y Mathias quince inviernos; la felicidad
desbordaba por las cañerías de la casa, Mathias nunca vio a sus padres tan
felices hasta que llegó su hermana, no sabía por qué cuándo la niña nació,
solía sentir algo raro dentro de sí, algo que eran celos, una palabra que él
aún no conocía, pero él nunca lo reconocería; por supuesto que sus padres
seguían amándolo, no con la misma atención de antes pero con la intensidad de
siempre.
Mathias empezó a descarriar su sentido de vida, mientras sus
padres velaban por la seguridad de ambos, él sólo sentía que la cuidaban a
ella. Por años sostuvo el peso de ese sentimiento amargo dentro de sus dientes
cerrados con furia y la soledad que reflejaban sus pasos; pero lo que sus
padres menos imaginaban, era la terrible afición por la pornografía que iba a
tener su hijo. Como le faltaba el amor, él encontraría otra manera de compensar
lo que ya no tenía y aunque estuviera muy agradecido por todo, seguiría
haciendo las cosas que hacía, sólo por satisfacer ese sentimiento perturbador e
insaciable.
Nadie sabía de donde había obtenido ese vicio, pero como
todos los vicios pueden transferirse, se imaginarían que fue alguno de sus
compañeros de clases; ciertamente, eso fue lo que pasó. Un día llegó uno sus
amigos, perteneciente al grupo habitual de ociosos con un teléfono nuevo. Los
padres de este amigo, no tenían tiempo para él y le regalaban lo que él quería;
ya que sentían la culpabilidad de dejarlo siempre solo y sin el amor de una
familia totalmente complementada. Tener un teléfono cuando se es muy pequeño,
debería ser un delito a la mente y a la imaginación. Ya que su curiosidad
buscaría maneras de entretenerse, y el tema más eufórico de esos tiempos, era
el sexo. Aunque aún sigue siéndolo, sólo que más sádico y perverso, muchas
veces sin amor y otras veces cuando la persona que ama es sólo una. Su
imaginación degradaría constantemente, su mente no la necesitaría más… bueno,
si se tratase de una fantasía erótica acompañado de una mujer con un cuerpo de
ensueño, su mente podría ir a la luna, darle tres o veinte vueltas y volver
cuando él quisiera. Su vida ya no sería igual, apartaría los juegos infantiles
y descuidaría los estudios únicamente por saciar sus inquietantes ganas de
vivir el desesperado, cariñoso, especial y sobrevalorado encuentro donde dos
cuerpos incineran la habitación con el frotar de sus almas, dejando cenizas en
las sabanas y apaciguando el frío en un abrazo. Mathias deseaba el momento de
impregnar el cuerpo desnudo de una mujer con su olor juvenil, sólo debía
imaginar miles de veces cómo sería y encontrar alguna ingenua para realizar su
cometido.
Naldo, el orgulloso portador de dos telescopios
profesionales, estaba entusiasmado como cada sábado a eso de las once de la
noche —justo cuando las estrellas empiezan a rasgar el espacio visual de la
hermosura— él llevaba a su familia a entretenerse con un pasatiempo que le
había heredado su tío abuelo, quién le obsequio su primer telescopio cuando
sólo tenía trece años; algo que marcó su infancia y sus gustos por la
astronomía. Felicia, su mujer, encantada porque su esposo no salió como la
fábrica de hombres suele hacerlos, arrogantes o imbéciles; aunque ellos no se
hacen solos, hay un camino muy extenso para que los hombres sean como son, cómo
le decía su padrino: “Cada quien es producto de sus decisiones.” Y ella con ese
consejo en su mente, evaluó a Naldo varios meses, acostumbrándose a él, a sus
metas y juntos formaron nuevos sueños que perdurarían toda su existencia y
donde hayan dejado una huella imprenta.
La noche se tornaba muy helada, podría notarse por el
enrojecimiento de las mejillas de Esthella y Felicia; la respiración como humo
de cigarrillo en la boca de todos, pero menos dañino que la nicotina que fumaba
Mathias de vez en cuando, alejado de la atención de sus padres, aunque no le
costaba mucho deshacerse de tales atenciones ya que eran más nulas que valores
en la realidad de políticos corruptos. Esthella temblaba de frío mientras que
su madre la abrazaba para generar calor entre ambas, mientras que Naldo no
tenía nada de eso en mente, como dicen por la calle: “Ojos que no ven, corazón
que no siente.” Su pasión por la vida que estaba más allá de su propia vista,
era tan aferrada a su alma que podía asegurarse que si no fuera humano, hubiera
sido una estrella fugaz, algún meteoro o supernova en vidas pasadas; él se
sentía entrelazado con el espacio, como si fuera uno más ahí, con ellos.
Naldo le enseñaba a su hijo algunas constelaciones preciosas
de las cuales su abuelo le enseñó con tanta delicadeza; pero su hijo no estaba
interesado en ver esas “estupideces”, como decía él. A su padre le partía el
corazón oírlo cada vez, porque era muy constante ese tipo de vocablo en su
lengua; Mathias lo veía todo imperfecto, lo que él menos sabía, era que nadie
ni nada lo es y a la vez todos son perfectos a su manera. Él aprovechaba esos
momentos para ver el símbolo pasional escondido de las parejas o de las que no
lo eran, pero aun así tenían su amartelamiento escondido detrás de las paredes,
pero tales actos no podían ser escondidos por aquellos cristales de ventanas
anchas; hermosos, no hay que dudarlo, sin embargo la confianza de las alturas
hacía qué olvidaran la existencia de esa persona quien los vigilaba de vez en
cuando, y no necesariamente dios, sino esa clase de persona que se dedican a
espiar como pasatiempo y de forma obsesiva. Mientras que Naldo buscaba en el
espacio algo que sentía perdido, creyendo que algún día lo encontraría ahí; en
ese preciso momento, su hijo buscaba una oportunidad para redirigir el
telescopio hacia un lugar propenso de alguna actividad sexual, Esthella alzó la
vista y con sus brillantes ojos observó una estrella fugaz que la hizo
gritar de la emoción: «¡¡Mira papi, mira!! Es hermosa.», causando gran
distracción en su padre; mientras que él sin demora, llamó a su esposa para que
fuera testigo de esa maravillosa creación del universo.
Mathias se negó a desaprovechar ese momento, y fue buscando
ventana por ventana aquellos actos de sadismo o algo enternecedor, conformaría
con lo más mínimo; antes había observado amas de llaves realizando actos de
lujuria o algún gordo velludo con un traje totalmente de látex de color negro
siendo azotado para calmar sus fetiches. Pero ante todo lo que se podía
imaginar, nunca pudo planificar la expresión de su cara y el terror que
sentiría después de ver detrás de la ventana de un apartamento color arcilla en
el tercer piso; cuando, de pronto vio el cadáver perteneciente a un hombre de
mediana edad con una soga atada al cuello, su mente aún no lo comprendía, quedó
mudo con el cuerpo paralizado; como estaba en una posición carente de
equilibrio, se cayó hacía atrás con una cara horrorizada, y aunque la caída no
fue suficiente, se arrastró en dirección contraria al telescopio sintiendo
temor, temblando y sudando frío.
Su familia se alarmó por la reacción de Mathias, su madre lo
abrazó meciéndolo al mismo tiempo preguntándole lo que pasaba y qué rayos había
visto detrás del telescopio, Felicia se consternó por la manera en que se
comportaba su querido hijo. Mathias sólo alcanzó a señalar hacia donde quedaba
el edificio, con la mano temblorosa y tartamudeando «ah, ah, ahí es, ahí está,
u, un…» no alcanzaba a decir más que eso. Su madre intentaba calmarlo mientras
Esthella no encontraba que hacer sino estar nerviosa por no saber cómo
reaccionar a esta adversidad; sin embargo, el valeroso Naldo se preparaba
mentalmente por lo que vería más allá de ese telescopio, se imaginaba que era
algún murciélago o sólo se sorprendió por alguna tontería; pero lo que
encontraría detrás de las estrellas no sería felicidad, sino algo que parecía
un occiso ahorcado. Él sabía que debía llamar a la policía y reportar el caso
lo más antes posible, y eso fue lo que hizo; pasó dos minutos explicándole a la
operadora la situación y luego de unos seis más se encontraban tres patrullas
de policías rodeando el lugar, un cuerpo forense y las fuerzas especiales del
estado reclamando la custodia del caso.
Con una mirada seria y un gran golpe a sus piernas, Duke
mira a Max por un segundo y acariciando su pelaje dijo: —Hoy no será un buen
día para nosotros amigo.
Continuará en un futuro lejano.
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Ojos Grisáceos
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Amo esta historia y lo sabes muy bien *-*. Gritaré como desquiciada cuando subas el capítulo 12, Luzardo *O*.
ResponderEliminarPermitame replicar su comentario, aunque es buena, tiene ciertos errores y deben llamarte la atención para ayudar al Sr. Luzardo en su historia, y esta se haga mucho mejor de lo que ya es.
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