martes, 24 de noviembre de 2015

Paracaídas de papel [Capítulo II]


Desviación de la realidad



Traté de hacerme invisible, darte mucho espacio para que me olvidaras, sin embargo, el afectado no era otro más que yo. En mi desespero trataba de controlarte, pero en tu ciega inocencia, me dominabas sin pronunciar palabra alguna. Pestañeabas y me tenías a tus pies, ladraba si era necesario. En mis meses de sirviente, siempre odié lo inerte de tu mirada, tan escalofriante como el temor que sentía al fallarle a mi madre. Te desperté cuando los ocasos de tristezas se apoderaban de tu mente, te abrazaba y me quedaba todo el amanecer junto a ti. Seguías con esa mirada que reconstruiría los polos de tan sólo verlos de reojo; pero te acepté así... no me había quejado, hasta ahora. Digamos que esta es mi manera de explotar. Me acompañaste en esta obra de teatro, yo era la bomba con la mecha inagotable, mientras que tú, te encargabas de mantenerla encendida. Y, siendo franco, ya va siendo hora de que explote, nunca se me dio bien el suspenso. Aunque a ti, todo te importaba una "santa" «mierda». Lo que pasó el resto de ese día no fue normal, sin embargo, indudablemente, no fue para tanto... o eso pienso yo.

Y salí de ese hueco lleno de libros, el cual me estaba colocando “ligeramente” nervioso. No entiendo por qué cuando amamos a una cosa, persona o lugar, por el motivo que sea, a menudo, no creo que suceda siempre, pero, al menos una vez, nos hará daño. Me sentía enfadado con ese lugar, es como si traicionara todo lo hermoso que compartíamos; él aportaba un sitio para leer, y yo, una mente entrenada para descifrar los jeroglíficos de aquellos escritores pasionalmente intelectuales. No podía hacer nada, por los momentos no debería hacer ninguna locura. Sigo sin comer nada, tengo la despensa vacía y estoy muy agotado; debería solucionar esto antes de ir a trabajar. Me encaminé hacia el supermercado más cercano, agradeciendo a lo infinito por la oportunidad de tener todo tan cerca del apartamento, —salté de alegría, en mi mente—, mi cuerpo no se ajustaba a la naturalidad y en vez de movimientos versátiles, sólo tenía unos toscones en mí caminar.

Parece que llovió un poco, no me percaté del momento en que sucedió, las calles grises se tornaron diferentes con el reflejo de las nubes en los charcos de agua. Caminar entre «extraños» es algo inusualmente inquietante, o lo es para mí. Puede pasar cualquier cosa, bueno, eso es algo normal en cualquier parte. Estoy delirando, debería dejar de pensar tanto y sólo caminar, y ahora se me está mojando los ruedos del jean. Pero no puedo parar de pensar, alguien puede estar siguiéndome; supongo que no me eliminaron en la librería por algún motivo, aunque sea lo más mínimo y absurdo, a lo mejor es que no querían dañar la tapicería, tiene muchos años en ese lugar. Sí, esa debe de ser la razón por la que no he muerto, ahora debo cuidarme la espalda. Sentía la mirada de todos posándose en mí, quería salir de esa situación lo más rápido posible, apresuré el paso y después de tropezar con un par de ancianos pude apreciar el letrero del supermercado a lo lejos, que colocaba: “El Museo”; Qué extraño nombre para un abasto. Mientras me acercaba, sin bajar la guardia, en el mismo letrero pero un poco más abajo se podía leer: “Si lo tocas, lo pagas”. Eso no estaba ahí la semana pasada, parece que cambiaron de política y no me avisaron, malagradecidos. ¿Cómo voy a saber si la leche está vencida?, todo esto es una trampa para quedarme sin recursos y caer en sus perversas manos. « ¡No lo harán! », pensé, suelo ser dramático hasta en los pensamientos.

Unos pocos pasos me distanciaban del súper, mantuve dudas constantes sobre si comprar ahí o no. «No sé cuánto gastará estas personas en avisos y publicidad», pensé al ver un anuncio de rebajas en todos sus productos, propuesto para el siguiente día; me alivia saber que no seré estafado como siempre, me sucede a menudo. Detuve mi apresurado caminar y di media vuelta para dirigirme a otro sitio, y no como éstas calles plagadas de ancianos melancólicos, sino una donde no se pueda percibir aquellos ojos que lamentan no haber hecho más cosas en su vida, donde esos mequetrefes de avanzada edad, no se arrepientan de nada… donde esos hermosos seres y esclavos de la vida, sean felices. “Ni los niños son muy «inocentes, ni los ancianos «estúpidos»”, es algo que me repetía mi abuela, que en paz descanse… ya debería ser la hora de su siesta. El cazador puede vestirse de presa, y en su momento, puede llegar a ser la mejor carnada; aunque sólo sería válido para una persona cuya personalidad sea metódica, reflexiva y, en otros términos, de sangre fría. Me da escalofríos tan sólo pensar en aquellas personas despiadadas, malévolas e indiferentes con el sufrimiento del corazón de los demás, —dejé salir una carcajada nerviosa—, nunca me canso de pensar chorradas; si los libros me han traído felicidad, si lo pienso de esta manera, creo que amo leer porque las benditas palabras plasmadas en hojas, cuyo olor es magnífico, llenan mi mente, abarcan totalmente mis pensamientos, y es en ese momento, donde se detiene mi locura, donde la sangre de mi cuerpo se calma y se enfría… es el único momento en que creo estar cuerdo. Y entré al bar.

[Construyendo el mundo de Sebastián...]

2 comentarios:

  1. ¡Sigue con la historia por favor! T.T Quiero conocer más a fondo a Sebastián :3

    ResponderEliminar

Comenta de una manera eficaz y sana.