viernes, 23 de octubre de 2015

Dulce Soledad.

Déjame callar esto, déjame tranquilo en este silencio que te aterra tanto. Estoy bien. No necesito nada más que estar a solas con mis pensamientos. No tengo la propiedad de elegir cómo sentirme, perdí eso hace mucho mientras desentrañaba mis sentimientos y alguien vino con una sierra y le hizo un gran cariño de tal intensidad que aún siento latente el dolor. Misericordia, —suspiro—, es una palabra que no viene al caso, ni tengo idea de por qué relucí su ausencia, y aún sigo solo, es lo que quería. Me siento, y pienso en ti; me levanto, sólo para olvidarte, pero en algún momento mis piernas se cansarán y mi única salida sería acostarme, pero eso significaría mi muerte, y no puedo morir, porque quiero estar solo. 

Quiero pensar el por qué de mi querer y las razones de mi insistencia. La brevedad inunda mis pensamientos aleatorios, no poseo dominio entre ellos. Podrían hacerse llamar mi: ‹alter ego›, si es que quisiera colocarlos como actos involuntarios en vez de lo que son, estrellas fugaces de mi mente, variables significativas en mi subconsciente. Y por si no saben quién es el ‹subconsciente›, es aquél que te conoce mejor que tu propia madre. Para el subconsciente coloco ‹quién› en vez de ‹qué›, porque se ha ganado ese respeto, y nadie estaría en desacuerdo. Para hablar, no necesitamos ser inteligentes, razonables, ni mucho menos amables; pero, para entendernos, creo que sería ligeramente necesario, aunque, como ya lo he dicho antes, hablo, (en sus mentes), chapuzas sin sentido.

Éstas son palabras, como ya se han podido dar cuenta, sin embargo, están en un orden "aleatorio", como los planetas en el espacio; donde mi mente trabajó para crearlas desde la nada, desde pensamientos profundos y efímeros, hasta las tonterías que ni a un niño se le ocurriría decir por miedo a quedar en pena. Es interesante ver cómo se comportan las personas, algunas predecibles arraigados a sus propios compromisos de su personalidad, y otros un tanto evasivos al comportamiento continuo. El segundo tipo, suelen ser más interesantes, hasta que te percatas de la inutilidad en el esfuerzo que haces al intentar comprender sus hábitos, creencias y ociosidades; tal vez caminaste por el sendero equivocado y en vano, pero aún no es tarde, puedes pasear con esa persona y dejar de comprender, para empezar a vivir junto a él. De qué serviría pasar tanto tiempo analizando sus acciones y perder la vida en ello, o peor, a esa persona que tanto anhelas tener en brazos. 

Deberíamos empezar a vivir, pero yo, debería seguir estando solo, es mi decisión. Si quieres unirte a la causa de la soledad, ella siempre estará disponible cuando la necesites. Y si ella te necesita algún día, no dudes en ofrecerle un abrazo y limpiar sus lágrimas, en todo caso, hasta la soledad necesita compañía, por eso nunca la quiero dejar sola, porque ella siempre ha estado a mi lado, amándome, y yo, a ella. 

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