sábado, 4 de julio de 2015

Plenitud etérea.

Postrando mis pasos sobre el camino que me lleva a la nada, me percaté de que algo me faltaba, una brisa fuerte y acogedora me lo recordó. Aquellos pensamientos rebosaron mi mente, de un momento a otro, llegué a sentirme agobiado por mi cabeza y resbalé.

No había sentido tanto miedo de una caída, no era convencional caerse sin saber a donde se dirige nuestra vida; es una señal, yo debía recibir la orden que me estaban dando y sólo alcancé a caer. Por suerte, me encontré con lo que le faltaba a mi vida, una pasión extremadamente ansiosa por salir de mí y dárselo todo a ella; creo que es divino, algo mágico, es con lo que despertaré cada mañana y sonreiré inmediatamente.

Oh, qué hermoso es caer en este precipicio que pretende no tener final, cosa que es inmensa y sublime; te encierra en cuatro paredes de armonía y no deja que salgas, pero nunca querrás salir. Ha de sentirse tan cómodo, como acostarse en una nube y mirar hacía las estrellas, una vista esplendorosa; nada se puede comparar con el poder del amor.

Ni la desesperación misma puede enfrentarse a un amor verdadero, esos de cuentos, de historias antañas, algo inigualable. Es lo que necesito, calor de un cuerpo únicamente para mí, y el mío para ella; no he de necesitar cobijas cuando el calor de mi amante eterna ha de rozar mi piel con su belleza plenamente etérea.


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