lunes, 27 de abril de 2015

Ojos Grisáceos, [Capitulo XI]

----Capitulo XI “Un muerto entre las estrellas”----


Cuando se combina la desesperación de lo incierto con un automóvil de potencia superior, se obtiene el estruendo de una bestia rasgando las calles a toda prisa, sin importar consecuencias. Duke no debía por ningún motivo o razón, omitiendo todo, hasta los pensamientos más insanos que han de pasar por la mente; todo esto únicamente para lograr una tarea... El objetivo de su vida. pero mientras más kilómetros recorría, los llamados de emergencia se acumulaban cada cierto minuto. Joshua no provocaba esto, pero Jazmín en su afán de tocar completamente el cuerpo de Joshua, una, otra y otra vez, presionaba cada dos por tres el interruptor sin saber de su existencia. Duke mantenía mucha preocupación dentro de él, e intentaba realizar una llamada al celular de Joshua; algo que claramente debió hacer desde el principio, pero dadas sus experiencias en situaciones similares, le daba a entender o a reconocer que en esos momentos Joshua nunca respondería. Intento disipar sus dudas y centrarse, cogió su teléfono con la mano izquierda y presionó en los números del marcado rápido y llamó… Pasaba cada segundo como gotas en el fregadero, y el sonido era intenso, como en esos momentos de decisiones críticas; pasaron treinta segundos una vez más, la séptima vez que marcaba y no contestaba el teléfono. Lo peor es que seguía funcional el teléfono, pero no sabía si Joshua también estaba completamente funcional.

Su preocupación y angustia subieron a un límite que rara vez conseguía, ocasionando que Duke se dirigiera directamente a donde estaba su preciado primo; obviando la parada en el refugio que había programado momentos antes. Revisó el GPS, le faltaba menos de diez minutos para llegar, trató de pisar más a fondo el pedal, pero no pudo; el automóvil estaba en su límite. Este pasaba por las calles como su dueño proclamado, porque antes de entrar a la ciudad encendió un dispositivo inhibidor de cámaras y radares de tránsito. Pasando como un fantasma por las calles, a pesar del ruido del motor de su coche expandiéndose por toda las calles por donde pasó y la velocidad que obtenía en esa carretera, hacía verlo cómo un coche bestial.

A Duke junto con su perro Max, les faltaba poco para su gran llegada, mientras que Joshua, Sarah y Jazmín se encontraban en la disputa por quién protagonizaría la escena; una familia de la cual no tienen nada en relación con ninguno de ellos, permanecían a la luz de la luna con un telescopio a la mitad del parque sobre una pequeña colina rodeada por árboles. Se podía apreciar un cartel donde colocaba “Área astronómica” presuntamente para aquellas personas cuyo pasatiempo o vida dependiera de estar observando de un telescopio hacia el espacio exterior, hermoso y misterioso, últimamente, cómo pocas personas.

Era una noche pacifica para aquellos que rodeaban la zona pública que buscaban espiar a las estrellas. Aunque sólo se encontraba una familia, un tanto peculiar, bueno... ¿Qué familia no lo es? Marido y mujer desde hace más de diecinueve años, se conocieron a los dieciocho y su relación no tuvo lugar hasta que llegaron a los veinte. Por años trataron de concebir un bebe, pero por problemas de fertilidad no podían. Costearse el lujo de la inseminación artificial era casi imposible en su situación económica; así fue cómo decidieron adoptar a uno recién nacido llenando de alegría ese hogar que por años sentían vacíos. Pero al paso de unos años después, quizás cinco o seis, luego de dos botellas de vino y un trago de escocés, Felicia, la esposa de Naldo quedó embarazada de una niña a quien llamarían Esthella; en esa noche fría, ella tenía unas nueve primaveras y Mathias quince inviernos. La felicidad desbordaba por las cañerías de la casa, Mathias nunca vio a sus padres tan felices hasta que llegó su hermana; no sabía porque cuándo la niña nació solía sentir algo raro dentro de sí, algo que eran celos, una palabra que él aún no conocía. Aunque Mathias nunca lo reconocía, por supuesto que sus padres seguían amándolo, no con la misma atención de antes pero con el amor de siempre.    

Mathias empezó a descarriar su sentido de vida, mientras sus padres velaban por la seguridad de ambos, él sólo sentía que la cuidaban a ella. Por años sostuvo el peso de ese sentimiento amargo dentro de sus dientes cerrados con furia y la soledad que reflejaban sus pasos; pero lo que sus padres menos imaginaban, era la terrible afición por la pornografía que iba a tener su hijo. Como le faltaba el amor, él encontraría otra manera de compensar lo que ya no tenía y aunque estuviera muy agradecido por todo, seguiría haciendo las cosas que hacía sólo por satisfacer ese sentimiento un tanto perturbador.

Nadie sabía de donde había obtenido este vicio, pero como todos los vicios pueden transferirse, se imaginarían que fue alguno de sus compañeros de clases; ciertamente, eso fue lo que pasó. Un día llegó uno sus amigos, perteneciente al grupo habitual de ociosos con un teléfono nuevo. Los padres de este amigo, no tenían tiempo para él y le regalaban lo que él quería; ya que sentían la culpabilidad de dejarlo siempre solo y sin el amor de una familia totalmente complementada. Tener un teléfono cuando se es muy pequeño, debería ser un delito a la mente y a la imaginación. Ya que su curiosidad buscaría maneras de entretenerse, y el tema más eufórico de esos tiempos, era el sexo. Aunque aún sigue siéndolo, sólo que más sádico y perverso, muchas veces sin amor y otras veces cuando la persona que ama es sólo una. Su imaginación degradaría constantemente, su mente no la necesitaría más… bueno, si se tratase de una fantasía erótica acompañado de una mujer con un cuerpo de ensueño, su mente podría ir a la luna, darle tres o veinte vueltas y volver cuando él quisiera; su vida ya no sería igual, apartaría los juegos infantiles y descuidaría los estudios únicamente por saciar sus inquietantes ganas de vivir el desesperado, cariñoso, especial y sobrevalorado encuentro donde dos cuerpos incineran la habitación con el frotar de sus almas, dejando cenizas en las sabanas y apaciguando el frío en un abrazo. Mathias deseaba el momento de impregnar el cuerpo desnudo de una mujer con su olor juvenil, sólo debía imaginar miles de veces cómo sería y encontrar alguna para realizar su cometido.

Naldo, el orgulloso portador de dos telescopios profesionales, estaba entusiasmado como cada sábado a eso de las once de la noche —justo cuando las estrellas empiezan a rasgar el espacio visual de la hermosura— él llevaba a su familia a entretenerse con un pasatiempo que le había heredado su tío abuelo, quién le obsequio su primer telescopio cuando sólo tenía trece años; algo que marcó su infancia y sus gustos por la astronomía. Felicia, su mujer, encantada porque su esposo no salió como la fábrica de hombres suele hacerlos, arrogantes o imbéciles; aunque ellos no se hacen solos, hay un camino muy extenso para que los hombres sean como son, cómo le decía su padrino: “Cada quien es producto de sus decisiones.” Y ella con ese consejo en su mente, evaluó a Naldo varios meses acostumbrándose a él, a sus metas y juntos formaron nuevos sueños que perdurarían toda su existencia y donde hayan dejado una huella imprenta.

Era una noche fría, se notaba por el enrojecimiento de las mejillas de Esthella y Felicia; la respiración como humo de cigarrillo en la boca de todos, pero menos dañino que la nicotina que fumaba Mathias de vez en cuando, alejado de la atención de sus padres, aunque no le costaba mucho deshacerse de tales atenciones ya que eran más nulas que valores en la realidad de políticos corruptos. Esthella temblaba de frío mientras que su madre la abrazaba para generar calor entre ambas, mientras que Naldo no tenía nada de eso en mente, como dicen por la calle: “Ojos que no ven, corazón que no siente.” Su pasión por la vida que estaba más allá de su propia vista, era tan aferrada a su alma que podía asegurarse que si no fuera humano, hubiera sido una estrella fugaz, algún meteoro o supernova en vidas pasadas; él se sentía entrelazado con el espacio, como si fuera uno más ahí, con ellos.

Naldo le enseñaba a su hijo algunas constelaciones, preciosas aquellas las que alcanzaban a ver en ese lugar del planeta tierra; pero su hijo no estaba interesado en ver esas “estupideces”, como decía él. A su padre le partía el corazón oírlo cada vez, porque era muy constante ese tipo de vocablo en su lengua primitiva, Mathias lo veía todo imperfecto; lo que él menos sabía, era que nadie ni nada lo es y a la vez todos son perfectos a vuestra manera. Mathias aprovechaba esos momentos para ver el símbolo pasional escondido de las parejas o de las que no lo eran, pero aun así tenían su amartelamiento escondido detrás de las paredes, pero no detrás de los cristales de aquellos edificios enormes de ventanas anchas; hermosos, no hay que dudarlo, pero por la confianza de las alturas olvidaban que hay alguien que los vigila de vez en cuando, y no necesariamente dios, sino esa clase de personas que se dedican a espiar como pasatiempo. Naldo buscaba en el espacio algo que sentía perdido, creyendo que algún día lo encontraría ahí, en ese preciso momento en que Mathias buscaba una oportunidad para redirigir el telescopio hacia un lugar propenso a tener alguna actividad sexual, Esthella alzó la vista y observó una estrella fugaz que pasaba por ahí, acto seguido le gritó a su papa: «¡¡Mira papi, mira!! ¡Es hermosa!», y por esa razón Naldo la enfocó y como era de esas que pasaban bastante lento, llamó a Esthella para que observara la hermosa y esplendorosa estrella fugaz.

Mathias se negó a desaprovechar ese momento, y fue buscando ventana por ventana aquellos actos de sadismo o algo enternecedor, realmente se conformaba con lo que encontrara, antes había observado amas de llaves realizando actos de lujuria cada vez más seguido o algún gordo velludo con un traje totalmente de látex de color negro siendo azotado para calmar sus fetiches. Pero ante todo lo que se podía imaginar, nunca pudo planear la expresión de su cara y el terror que sintió cuando vio el cadáver de un hombre de mediana edad con una soga atada a su cuello; detrás de la ventana de un apartamento en el tercer piso, de un gran edificio color arcilla. Se quedó mudo y no hizo más qué tener una cara envuelta de terror absoluto; su cuerpo paralizado, y cómo estaba en una posición que necesitaba algo de estabilidad por parte de sus pies, se cayó hacía atrás, y aunque la caída no fue suficiente, se arrastró en dirección contraria al telescopio sintiendo temor, sudando frío y temblando.

Su familia se alarmó por la reacción de Mathias, su madre lo abrazó meciéndolo al mismo tiempo preguntá le pasaba y qué rayos había visto detrás del telescopio, Felicia se consternó por la manera en que se encontraba su querido hijo. Mathias sólo alcanzó a señalar hacia donde quedaba el edificio, con la mano temblorosa y tartamudeando «ah, ah, ahí es, ahí está, u, un…» no alcanzaba a decir más que eso. Felicia calmaba a Mathias, y Esthella no encontraba que hacer sino estar nerviosa por no saber cómo reaccionar a esta adversidad; mientras que el valeroso Naldo se preparaba mentalmente por lo que vería más allá de ese telescopio, se imaginaba que era algún murciélago colgado de un techo o sólo se sorprendió por alguna tontería; pero lo que encontraría detrás de las estrellas no sería felicidad, sino algo que parecía un cuerpo en estado de fallecimiento por ahorcamiento. Él sabía que debía llamar a la policía y reportar el caso lo más antes posible, y eso fue lo que hizo; pasó dos minutos explicándole a la operadora la situación y luego de unos seis minutos se encontraban tres patrullas de policías rodeando el lugar, un cuerpo forense y las fuerzas especiales del estado reclamando la custodia del caso.

Con una mirada seria y un gran golpe a sus piernas, Duke mira a max por un segundo y acariciando su pelaje dice: —Hoy no será un buen día para nosotros amigo.—

Continuará...

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