jueves, 9 de abril de 2015

Ojos Grisáceos, [Capítulo IX]

----Capítulo IX “Un misterioso encuentro inopinado”----

Las veces que sopla el viento por las calles remolca palabras como la felicidad, el amor, la unión, el odio, la esperanza... En su totalidad son muchas hablándose de ellas hasta hartarse, y otras veces también las colocan a prueba en sus propios diccionarios mentales, quizás para bien o tal vez para el mal, pero nada ni nadie los puede detener en vuestros pensamientos; dicen algo, piensan otra cosa, y actúan de otra manera diferente en ambas situaciones; entre palabras y pensamientos perderán la vida reconociendo que el culpable no es otro más que ellos. No obstante, sin querer sentirse peor de lo ya previsto, buscan la manera de buscar a un “sospechoso” denominándolo a él, culpable de todos los fallos que son causados por sus malas ideas. Puede ser una piedra, una mariposa, un niño, un hermano... Puede ser lo que se quiera en ese momento de desesperación; aquel donde se encuentra la duda acerca de cuanto duele tener la culpa, y la valentía de afrontarla junto con sus consecuencias. Al fin y al cabo, lo que decidan estará bien, porqué si podemos aprender a construir inmensas esculturas de hierro, tenemos alguna oportunidad de empezar el aprendizaje del perdón.

Ladridos resuenan a lo lejos, junto con la mezcla de un collar canino de cuero y plata, marcando el nombre “Max” en el indicador; mientras a lo lejos, habla un hombre en una reunión...

—Max ¿Qué haces aquí? ¡Espera en el auto! —ordenó Duke.

Max gruñó y ladró una vez más, señalando el auto con su hocico y al mismo tiempo atiesó su cola, mostrando la urgencia que se presentaba; Duke recibió la señal y dijo:

—Disculpa un momento Annabelle, creo que es urgente. —pronunció un poco apenado estas palabras, por la situación de negocios que mantenía en ese lugar.

—Está bien, puedo esperarte un poco... no es que haya estado esperando este momento desde hace días, y que me vestí con mi vestido favorito por ti Duke. —respondió Annabelle sarcásticamente, pero el sarcasmo es algo que Duke nunca ha dominado, tanto entenderlo como expresarlo.

—Gracias por tu comprensión Anna, ya regreso. —dijo Duke muy ingenuamente.

Se le acerca una persona un tanto pequeña para su edad y hala el suéter de Annabelle pidiendo atención y dice:

—Hermana ¿Cuándo nos vamos de este lugar? Está muy sucio y dijiste que íbamos al cine. —dijo Isabelle, colocando en su cara un puchero infantil.

— ¿Y dónde crees que estamos? ¡Estamos en el cine! —respondió un poco molesta Annabelle por la manera en la que Duke ignoró por completo el trato que estaban haciendo...

— ¡Pero dijiste cine! No que íbamos a la parte trasera y más oscura del cine. —cruzando los brazos y con el ceño fruncido replicó Isabelle.

—Ve acostumbrándote her – ma – ni – ta, algún día tendrás que pasar por mensajera en estos negocios y papá dijo que te trajera conmigo para que conocieras el negocio familiar. —dijo Annabelle sin pestañear al explicar tal mandato de su padre.

—Bueno, si eso dijo papá... me esforzare mucho, mucho, mucho para que esté orgulloso de su hija favorita. —contestó Isabelle con grandes gestos dramáticos y muy tiernos terminando su oración con una hermosa sonrisa.

— ¡No hagas eso! —dijo Annabelle.

— ¿No hago qué? —respondió Isabelle con su hermosa sonrisa seguido de una mirada que paralizaría un ejército furioso y lo transformaría en algo más tierno que un animal con siete días de haber nacido.
— ¡Hermana, Deja de hacer eso! —gritó Annabelle.

— ¿Por qué? Lo menos que puedes hacer es llevarme a comer helado después de salir de este lugar tan húmedo. —exigió Isabelle con la misma cara de ternura y sus pucheros de niña.

— ¡No lo haré! —respondió Annabelle.

— ¡Que sí! Lo harás, porqué sino te arrepentirás. —replicó Isabelle un poco molesta.
— ¡Bueno, está bien! Tú ganas... pero no te acostumbres. —respondió Annabelle al estar cansada de tanta presión ocasionada por su hermana menor de trece años.

— ¡Sí, Gané! Como siempre lo hago... hermanita nunca puedes conmigo ¡Ja! —dijo Isabelle, dejando atrás su cara de niña y sacando una mirada picara señalando la superioridad de manipulación que tiene.

—Idiota. —susurro Annabelle.

En ese momento llega Duke y las interrumpe haciendo gestos, y explicando la urgencia de la situación...

—Perdóname Annabelle, me tengo que ir... tengo un aviso urgente. —dijo con la voz un poco ansiosa de escapar de su boca.

—Duke, pero... ¿¡que va a pasar con el trato!? —Annabelle aumenta la voz al ver que Duke está cada vez más lejos.

—No te preocupes, te llamaré. —respondió casi corriendo a su auto.

— ¡DUKE! —gritó Annabelle. —pero Duke no escuchó por el sonido del auto al encenderlo.

— ¡Vamos, sube rápido Max! ¿Qué haría sin ti? —dijo Duke colocando en marcha el auto (Modelo: Maserati Quattroporte plateado con franjas laterales azules color pintado en metálico) Duke, un gran amigo y protector de Joshua, está en camino de enredar más la situación o dar con la situación. Gracias al GPS en el dispositivo electrónico que posee Joshua en su bolsillo, Duke podría ubicarlo hasta en los desiertos más calurosos o en los bosques amazónicos más peligrosos y rescatarlo sin ninguna herida de gravedad.

Duke arrancó dejando a las hermanas Maccerinni a un lado y huellas en el pavimento por el gran escándalo de derrape que hizo al salir con tanta prisa. Había pasado una temporada desde que ese botón de urgencia no se presionaba, Duke pensó que sería una tarea realmente muy fuerte y mantuvo en la mente pasar por el escondite que Joshua le había confiado, Nick no sabía que Duke también conocía acerca del escondite, donde está su cuello amarrado gracias a una soga, mientras que Duke no sabía que Nick estaba en esa situación. Por desconocer acerca de eso, se dirigiría hacia ese lugar primero a buscar algunas armas por si tenía que enfrentar algún peligro desconocido, no le bastaba con el poco armamento que cargaba dentro del auto.

Tardaría mucho en llegar al escondite, pero como era cerca de donde estaba Joshua le quedaba de camino. Acercó su vista a su muñeca derecha y vio su reloj percatándose de que eran las once y cuarenta minutos de la noche; en su mente calculaba que el viaje sería de probablemente dos horas y media. Con el corazón en la mano y el pie fundido en el acelerador, hundió más el pedal por el bien de su protegido y de su propia vida.

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